Queremos tener vida y en Jesús encontramos ese alimento de vida eterna que sacia los deseos mas hondo y nos conduce por caminos de plenitud
Hechos de los apóstoles 7, 51-59; Sal 30; Juan 6,
30-35
Todo ser viviente necesita alimentarse cada día. Ese alimento que da
la energía que necesita nuestro cuerpo para vivir, para que podamos realizar
nuestros trabajos, para que funcione todo nuestro ser. Cada día renovamos
nuestras energías con un alimento equilibrado que pueda sostener toda nuestra
vitalidad. Es nuestra lucha y nuestro trabajo para la supervivencia y es el
desarrollo de nuestras capacidades y nuestras responsabilidades.
Pero sabemos bien que no es solo el mantenimiento de la actividad por así
decirlo mecánica de nuestro cuerpo y entonces no es solo el alimento material
lo que necesitamos. Nuestro vivir va más allá de esa materialidad y corporeidad
y hay algo mas que alimenta nuestra vida, nuestra mente, nuestro ser más
profundo. Es alimento de ese vivir lo compartimos de nosotros mismos, lo que
podemos aprender de los demás, lo que puede enriquecer nuestra mente y nuestras
ideas, lo que eleva nuestro espíritu, lo que trasciende eso material de cada
día. Podemos llamarlo alimento espiritual o démosle el nombre que queramos,
pero algo más que ese alimento que nos pueda entrar por la boca y vaya a
nuestro aparato digestivo.
Hoy en el evangelio vemos a la gente que busca a Jesús y entrando en
diálogo con El le piden que les dé siempre de ese pan del que ahora Jesús les
está hablando. Le han pedido signos y señales para creer en El quienes en la
tarde anterior habían comido aquel pan milagrosamente multiplicado por Jesús.
Pronto olvidan las señales y siguen pidiendo más.
Le dicen a Jesús que creyeron en Moisés porque les dio un pan del
cielo, el maná, con el que se alimentaron hasta llegar a la tierra prometida.
Pero Jesús les dice que no es Moisés quien les da el verdadero pan del cielo y
que quien coma de él tendrá vida para siempre. Si pueden comer un pan que les
de vida para siempre y no tengan cada día necesidad de buscarse ese pan que
llevarse a la boca, pues que Jesús les dé ese pan. ‘Danos siempre de ese
pan’, le piden.
No terminan de comprender que ya Jesús les está alimentando y no
porque en la tarde anterior hayan comido aquel pan milagrosamente multiplicado.
Jesús con su Palabra les está dando un alimento de vida eterna, pero no
terminan de comprenderlo. Por eso Jesús les dirá que es El mismo ese pan bajado
del cielo. Jesús se nos da, es vida para nosotros, su Palabra es alimento de
vida, porque nos conducirá a la vida en plenitud. Es el que sacia lo más hondo
que hay en nosotros.
‘Yo soy el pan de la
vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed’. Así nos dice Jesús de si mismo. En El
tenemos todas las respuestas a los interrogantes más hondos de nuestra vida. El
responde a nuestras inquietudes y deseos; El viene a elevar nuestro espíritu
poniendo en nosotros los más altos ideales y haciendo posible que los podamos
realizar.
No es solo es pan material
que entra por la boca. No es solo el alimento de nuestro cuerpo que también
necesitamos. Es ese alimento de vida que nos llena de plenitud, que nos da vida
eterna. Creemos en Jesús y queremos
llenarnos de El; creemos en Jesús y con El vamos a tener vida para siempre; creemos
en Jesús y nos pone en camino de vida, no solo para nosotros sino también para
los demás, porque quien tiene a Jesús no
podrá olvidarse jamás de los demás, del hermano, del que pasa necesidad, del
que busca algo grande en su vida. Busquemos, pues, a Jesús y alimentémonos de
El para tener vida para siempre.
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