Tenemos que plantearnos seriamente por qué buscamos a Jesús para que nuestra fe no sea superficial y podamos dar ante el mundo razón de nuestra esperanza
Hechos de los apóstoles 6, 8-15; Sal 118; Juan 6,22-29
La gente muchas veces se entusiasma fácilmente cuando algo llama su atención,
ya sea por la novedad y la sorpresa de lo que sucede, muchas veces porque creen
encontrar un camino fácil a la solución de sus problemas y necesidades, porque
quizá lo que se les anuncia o se les dice les llama la atención y despiertan
alguna inquietud en su interior, pero también porque muchas veces se ven
arrastradas como por un torbellino porque todo el mundo lo hace, porque toda la
gente va con curiosidad a ver y nosotros vamos también.
Es buena la curiosidad y los deseos de saber y conocer, es bueno que
se despierten inquietudes y es esperanzas en el corazón, pero también hemos de
saber buscar o tener razones hondas para ese entusiasmo y para que igual que
crece rápidamente de la misma manera se desinfle ante la menor desilusión.
Es por lo que tenemos que pensar en nuestras actitudes, en nuestras
posturas, en lo que queremos hacer de nuestra vida cristiana. No somos
cristianos porque todos los sean o porque sea una tradición que viene de
nuestros mayores. Es cierto que recibimos ese testigo de la fe de nuestros
mayores, pero tenemos que saberla hacer personal y sentirnos responsables de
esa fe y de los comportamientos y posturas que en consecuencia hemos de tener.
Es cierto que proclamamos y vivimos nuestra fe en comunión con los que
tienen la misma fe y públicamente la expresamos desde la comunidad y también
desde unos actos y celebraciones religiosas que comunitariamente hacemos y con
los que nos manifestamos también ante el mundo como un pueblo creyente. Pero no
tiene que ser aquello de a donde vas Vicente, a donde va la gente. Hemos de
saber dar nuestra respuesta personal dando verdadera razón de nuestra fe y eso
hemos de expresarlo con toda nuestra vida. Mucho tendríamos que reflexionar y
revisar en ese sentido de cómo es la vivencia y la manifestación de nuestra fe.
‘¿Por qué me buscáis?’ es la pregunta que les hace Jesús a la
gente cuando lo encuentran en Cafarnaún. La tarde anterior allá en el
descampado habían querido hasta hacerlo rey. Milagrosamente había multiplicado
el pan para ellos y todos habían comido cuando se habían quedado sin
provisiones lejos de sus casas. Era motivo para el entusiasmo. Allí estaba su
Palabra con la que les enseñaba continuamente, pero allí estaban los signos que
realizaba; los enfermos eran curados, todo el que tuviera algo en su espíritu
que le atormentara en Jesús encontraba la paz, ahora les había dado de comer.
Claro que buscaban a Jesús. Cuando en la mañana vieron que ni estaba Jesús
allí ni estaban sus discípulos, aprovechando unas barcas de Tiberíades que
aparecieron por allí muchos se dirigieron a Cafarnaún en búsqueda de Jesús,
mientras otros quizás lo hacían por la orilla del lago. Ahora lo habían encontrado. ‘¿Cómo has venido
aquí?’ le pregunta, pero la respuesta es la pregunta de Jesús que quiere
hacerles reflexionar para que busquen lo que verdadera importa.
Es la pregunta que también sentimos en nuestro interior. ¿Por qué
buscamos a Jesús? ¿Por qué decimos que tenemos fe en El y somos cristianos? No
es una pregunta baladí. Es importante que también nosotros nos aclaremos. De lo
contrario nuestro encuentro con Jesús será superficial, nuestra fe será
superficial; y lo superficial, lo que esta fuera de la superficie pronto el
viento se lo lleva, pronto se nos puede enfriar y apagar nuestra fe.
Busquemos a Jesús pero en lo que verdaderamente importa. Vayamos a su
encuentro o dejémonos encontrar por El. Pongamos toda nuestra fe en El que es
poner toda nuestra vida, que es hacer que El sea en verdad el centro de nuestra
vida. Esto nos da para muchas más reflexiones.
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