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miércoles, 18 de abril de 2018

Creer en Cristo y comer a Cristo no lo podemos hacer de cualquier forma porque tiene que llevarnos a asimilar en nosotros todo el sentido de Cristo


Creer en Cristo y comer a Cristo no lo podemos hacer de cualquier forma porque tiene que llevarnos a asimilar en nosotros todo el sentido de Cristo

Hechos de los apóstoles 8, l-8; Sal 65; Juan 6, 35-40

Lo tenia muy presente Jesús. ‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’, nos dice la carta a los Hebreos recogiendo el sentido de los salmos para expresar el sentido y el sentimiento de Jesús al hacer su entrada en el mundo. Ya no los dice en otro momento también el evangelio que la voluntad de Dios era el amor al  hombre, al amor al mundo, a su criatura y por eso y para eso nos envió a su Hijo, nos entregó a su Hijo.
Hoy nos lo dice Jesús en el evangelio. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día’. La vida y la resurrección del hombre, nuestra salvación, el hacernos participes por Jesús de su vida divina. Por eso hoy nos pide que creamos en El, porque creyendo en El tendremos vida; creyendo en Jesús caminaremos por caminos de vida y de plenitud.
Se hace nuestra vida, nuestro alimento para que no tengamos hambre, para que no tengamos sed. En Jesús seremos saciados plenamente allá en lo más hondo de nosotros mismos y en lo que verdaderamente es importante. Es lo que no revela Jesús del misterio de Dios; es lo que nos revela Jesús del sentido del hombre, del sentido de la vida; es el camino que traza ante nuestros ojos para que lo sigamos; es ese sentido nuevo de vida que en Jesús descubrimos.
Seguirle es como comerle, porque cuando nos alimentamos con la comida es que estamos asimilando todos sus nutrientes para que se hagan vida en nosotros. Seguimos a Cristo, comemos a Cristo porque El se hace alimento nuestro y es asimilar su vida, es hacer que todo lo que es y significa su vida se introduzca en nosotros, por así decirlo, para que fluya por nuestro interior, para que sea el alimento y el sentido de nuestra vida, para convertirse en nuestra fuerza, para sentirnos así transformados por El.
Creer en Jesús no es cualquier cosa; comer a Jesús no lo podemos hacer de cualquier manera; comulgar a Jesús es asimilar en nosotros todo lo que es su vida, su sentido, su amor, su entrega, su gracia. Quien cree en Jesús, quien come a Cristo, quien comulga necesariamente tiene que sentirse transformado, tiene que sentirse otro. Triste es que comulguemos sin comulgar, porque nos quedemos en la materialidad de la comunión pero no comulguemos a Cristo por dentro de nosotros para sentirnos distintos, para sentirnos con nueva vida.
Comer a Cristo no es un acto formal o ritual que realicemos; tenemos que ser en verdad conscientes de lo que vamos a hacer, de lo que en verdad significa ese comulgar a Cristo. Vamos demasiado inconscientemente muchas veces a la comunión. Comer a Cristo y permanecer en el pecado es una incongruencia, algo que no cabe, que no tiene ningún sentido. Por eso siempre la Iglesia nos ha enseñado que para poder comulgar estemos en gracia de Dios, que significa estar sin pecado; previamente tenemos que realizar esa conversión de nuestra vida, ese arrepentimiento buscando su perdón y su gracia para que arrancados de todo pecado podamos en verdad llenarnos de Cristo.
Tenemos que pensarnos muy bien lo que significa comer a Cristo y estar dispuestos entonces a que habiéndole comido todo el existir de nuestra vida sea siempre para Cristo, sea siempre según el sentido de Cristo, nos haga sentirnos transformados por Cristo para ser necesariamente esos hombre nuevos que tenemos que ser. Por eso Jesús nos ha hablado hoy de resurrección. Es la Pascua que tenemos que dejar que se realice en nosotros.

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