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viernes, 26 de enero de 2018

No olvidemos nunca que siempre hemos de ser sembradores de la buena semilla del Reino de Dios, constructores con nuestra vida del Reino de Dios en nuestro mundo

No olvidemos nunca que siempre hemos de ser sembradores de la buena semilla del Reino de Dios, constructores con nuestra vida del Reino de Dios en nuestro mundo

2Timoteo 1, 1-8; Sal 95;  Marcos 4,26-34

Qué hermoso y maravilloso contemplar el misterio de la vida, como se va desarrollando día a día en las personas y en la propia naturaleza. Nacer, crecer, madurar, dar frutos es camino de toda vida que misteriosamente se va desarrollando delante de nuestros ojos aunque casi  no nos demos cuenta. Es la vida del niño que crece, que madura en sus pensamientos y en sus actitudes y comportamientos; es la persona que encierra en si todo un misterio en la fuerza que lleva en su interior y que luego se va a ir manifestando en lo que va haciendo de su vida y en la vida.
Como la planta que crece en nuestra huerta, en el jardín o en el campo que la vemos brotar pequeña e insignificante pero que crece y crece y nos pueda dar un frondoso árbol lleno de apetitosos frutos. Es esa semilla que nos parece encerrada en una concha pero de la que un día brotará una planta de hermosas flores y jugosos frutos. Y así podemos pensar en tantas y tantas cosas llenas de vida, como tenemos que pensar, por supuesto en las personas, en nosotros con todo el misterio que en nuestro interior guardamos.
Hoy nos habla Jesús de una semilla plantada y que germina y que va creciendo ante los ojos del agricultor que la sembró y que espera un día recoger abundante cosecha de ella. Pero es una semilla pequeña e insignificante – luego nos hablará también de la insignificante semilla de la mostaza – que puede darnos una hermosa planta. Pero Jesús nos habla de esa semilla plantada y que así crece para comparárnosla con el Reino de Dios. Son varias las parábolas en las que nos hace esa comparación con la semilla.
Esa semilla del Reino de Dios que tenemos que saber ir plantando en la vida. Con el riesgo, si queremos pensar así, de que no sabemos si prenderá o no y si un día va a dar fruto o no, pero que tenemos la obligación de plantar. Y no tenemos que pensar en espectaculares cosas a realizar para plantar esa semilla del Reino. Muchas veces nos ponemos a cavilar y a programar grandes acciones o cosas extraordinarias pensando que así tendrá más efectividad. Sin embargo con la más absoluta naturalidad tenemos que ir dejando caer por los caminos de la vida esa semilla que tendría que brotar de forma espontánea de nosotros en nuestros gestos, actitudes y comportamientos de la normalidad de cada día de nuestra vida.
Si en verdad nosotros estamos impregnados del espíritu del Reino de Dios, todo eso tendría que brotar de nosotros como esas semillas que se desprenden de forma espontánea de las plantas y de las flores y son llevadas por el viento o las aves esparciéndolas por todas partes haciendo brotar nuevas plantas del Reino de Dios en la frondosidad de al vida; como el perfume que desprenden las flores sin hacer ninguna cosa especial nosotros tenemos que hacer desprender de nuestra vida ese perfume del Reino de Dios que envuelva y contagie todo cuanto nos rodea.
No olvidemos nunca que siempre tenemos que ser sembradores, constructores con nuestra vida del Reino de Dios en nuestro mundo. No desistamos en nuestra tarea.

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