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martes, 23 de enero de 2018

No echemos en el saco del olvido la Palabra de Dios sino guardémosla en nuestro corazón haciendo memoria continuamente de ella para que nos ayude e ilumine en nuestro caminar

No echemos en el saco del olvido la Palabra de Dios sino guardémosla en nuestro corazón haciendo memoria continuamente de ella para que nos ayude e ilumine en nuestro caminar

2Samuel 6,12b-15.17-19; Sal 23; Marcos 3,31-35
A lo largo del día, como a lo largo de la vida vamos escuchando muchas cosas interesantes, bellos mensajes, palabras que en un momento dado nos pueden servir de luz en situaciones adversas o momentos difíciles, palabras que nos trasmiten hermosos pensamientos que nos recrean el alma, pero nos sucede muchas veces son como un carrusel de imágenes o de ideas que van pasando delante de nosotros pero que la mayoría van quedando en el olvido; quizá aquellas cosas que mas nos impactan en un momento determinado las escuchamos con admiración y tratamos de grabarlas en nuestro interior para que sigan siendo una luz y un estimulo para la vida.
Algunas cosas merecerían ser grabadas en piedra, como se suele decir, para que permanezcan en nosotros de forma permanente y sigan siendo fuente de energía y de vida para siempre. Es una lástima que muchas de esas cosas hermosas las desaprovechemos y pronto queden en el olvido y ya no produzcan fruto en nosotros.
Quizás esto que estamos reflexionando nos lo tendríamos que aplicar a la manera cómo nosotros acogemos la Palabra de Dios en nuestra vida. Muchas veces, aun con toda la belleza y la vida que trata de trasmitirnos, se nos quedan en palabras que vuelan, pasan delante de nosotros pero  no terminamos de asumirla para nuestra vida para que sea en verdad esa luz que necesitamos en nuestro camino. Una semilla echada al viento que el viento se lleva y no llega a enraizar de verdad en nuestra vida. No siempre somos esa tierra preparada, cultivada para recibir la semilla y haga brotar esa nueva vida en nosotros.
A ello nos está invitando continuamente Jesús en el evangelio a través de sus parábolas que tantas veces hemos escuchado. Y ante nuestros ojos hay una bella imagen en la propia Madre de Jesús que plantó hondamente esa Palabra en su corazón para que fructificara en vida. La que supo poner ante Dios como su humilde esclava y dejar que la Palabra se realizara en ella. La que escuchaba y rumiaba en su interior cuanto de Dios recibía sintiendo incluso como Dios le iba hablando en los acontecimientos  en los que se veía envuelta, por eso como dice el evangelista ‘guardaba todo en su corazón’.
Es el mensaje que hoy se nos quiere trasmitir en el evangelio. María y los parientes de Jesús acuden para verle y le pasan la noticia. Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan’. Nos parecería que lo más inmediato que hiciera Jesús es salir al encuentro de su madre y sus familiares que le buscan. Sin embargo con sus gestos Jesús quiere decirnos mucho más. ‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’, les responde. ‘Y, paseando la mirada por el corro, dijo: Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre’.
Nos está diciendo Jesús cómo podemos ser nosotros su familia. Es escuchar la Palabra de Dios, pero no escucharla como una palabra que se lleva el viento, sino plantándola en nuestro corazón, como hizo María. Y plantarla en el corazón es hacer que se haga vida en nosotros, es cumplir, es realizar en nosotros lo que es el designio de Dios.
Es esa palabra que siempre es luz para nuestra vida que nos hace salir de nuestras oscuridades; es esa semilla que tenemos que plantar en nosotros para hacer fructificar una nueva vida; es la que va a dar color a nuestra vida haciéndola bella porque nos enseñará a caminar por los caminos del amor y de la solidaridad. No la echemos en el saco del olvido, guardémosla en nuestro corazón y hagamos memoria continuamente de ella para que nos ayude e ilumine en nuestro caminar.

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