No
echemos en el saco del olvido la Palabra de Dios sino guardémosla en nuestro
corazón haciendo memoria continuamente de ella para que nos ayude e ilumine en
nuestro caminar
2Samuel 6,12b-15.17-19; Sal 23; Marcos 3,31-35
A lo largo del día, como a lo largo de la vida vamos escuchando muchas
cosas interesantes, bellos mensajes, palabras que en un momento dado nos pueden
servir de luz en situaciones adversas o momentos difíciles, palabras que nos
trasmiten hermosos pensamientos que nos recrean el alma, pero nos sucede muchas
veces son como un carrusel de imágenes o de ideas que van pasando delante de
nosotros pero que la mayoría van quedando en el olvido; quizá aquellas cosas
que mas nos impactan en un momento determinado las escuchamos con admiración y
tratamos de grabarlas en nuestro interior para que sigan siendo una luz y un
estimulo para la vida.
Algunas cosas merecerían ser grabadas en piedra, como se suele decir,
para que permanezcan en nosotros de forma permanente y sigan siendo fuente de
energía y de vida para siempre. Es una lástima que muchas de esas cosas
hermosas las desaprovechemos y pronto queden en el olvido y ya no produzcan
fruto en nosotros.
Quizás esto que estamos reflexionando nos lo tendríamos que aplicar a
la manera cómo nosotros acogemos la Palabra de Dios en nuestra vida. Muchas
veces, aun con toda la belleza y la vida que trata de trasmitirnos, se nos
quedan en palabras que vuelan, pasan delante de nosotros pero no terminamos de asumirla para nuestra vida
para que sea en verdad esa luz que necesitamos en nuestro camino. Una semilla
echada al viento que el viento se lleva y no llega a enraizar de verdad en
nuestra vida. No siempre somos esa tierra preparada, cultivada para recibir la
semilla y haga brotar esa nueva vida en nosotros.
A ello nos está invitando continuamente Jesús en el evangelio a través
de sus parábolas que tantas veces hemos escuchado. Y ante nuestros ojos hay una
bella imagen en la propia Madre de Jesús que plantó hondamente esa Palabra en
su corazón para que fructificara en vida. La que supo poner ante Dios como su
humilde esclava y dejar que la Palabra se realizara en ella. La que escuchaba y
rumiaba en su interior cuanto de Dios recibía sintiendo incluso como Dios le
iba hablando en los acontecimientos en
los que se veía envuelta, por eso como dice el evangelista ‘guardaba todo en
su corazón’.
Es el mensaje que hoy se nos quiere trasmitir en el evangelio. María y
los parientes de Jesús acuden para verle y le pasan la noticia. ‘Mira, tu madre y tus hermanos están fuera
y te buscan’. Nos parecería
que lo más inmediato que hiciera Jesús es salir al encuentro de su madre y sus
familiares que le buscan. Sin embargo con sus gestos Jesús quiere decirnos
mucho más. ‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’, les responde. ‘Y,
paseando la mirada por el corro, dijo: Éstos son mi madre y mis hermanos. El
que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre’.
Nos está diciendo Jesús
cómo podemos ser nosotros su familia. Es escuchar la Palabra de Dios, pero no
escucharla como una palabra que se lleva el viento, sino plantándola en nuestro
corazón, como hizo María. Y plantarla en el corazón es hacer que se haga vida
en nosotros, es cumplir, es realizar en nosotros lo que es el designio de Dios.
Es esa palabra que siempre
es luz para nuestra vida que nos hace salir de nuestras oscuridades; es esa
semilla que tenemos que plantar en nosotros para hacer fructificar una nueva
vida; es la que va a dar color a nuestra vida haciéndola bella porque nos
enseñará a caminar por los caminos del amor y de la solidaridad. No la echemos
en el saco del olvido, guardémosla en nuestro corazón y hagamos memoria
continuamente de ella para que nos ayude e ilumine en nuestro caminar.
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