Lo necesitamos y el mundo que nos rodea en las circunstancias concretas en que vivimos también lo necesita, escuchar la Buena Noticia de Jesús
Jonás 3, 1-5. 10; Sal 24; Corintios 7, 29-31; Marcos 1,
14-20
‘Tengo una noticia para ti’, viene alguien a decirnos; y nos
ponemos en prevención porque enseguida pensamos que algo malo ha pasado. Parece
como si lo único que recibiéramos son malas noticias. Pero si el que viene con
la buena nueva nos dice que no nos preocupemos que no sea nada malo, que es una
buena noticia, parece que hasta la cara nos cambia. Si antes nos interesábamos
porque podía ser algo malo que nos afectara a nosotros o a quienes queremos,
ahora parece que el deseo se hace más grande, porque no estamos acostumbrados a
buenas noticias. Ojalá lo que trasmitamos sean siempre buenas noticias, algo
que alegre nuestros corazones, algo que nos haga mirar la vida, el mundo, las
cosas con otro color porque son demasiados tintes ensombresedores los que nos
envuelven.
Por eso la aparición de aquel nuevo profeta de Galilea despertó
inquietudes y esperanzas, era algo nuevo lo que se escuchaba y la forma de
presentarse también era distinta y por los signos que le comenzar a ver
realizar pensaban que quizá mereciera escucharle.
Es una Buena Noticia lo que Jesús anuncia. Ya aquel profeta aparecido allá
en el Jordán había hablado de que llegaba el tiempo de la plenitud – era ya
inminente la llegada del Mesías -, pero para algunos quizá los tintes parecían
un tanto sombríos por la austeridad de vida con que se presentaba aunque él
anunciaba que llegaba quien traería una buena nueva. Pero ahora cuando
arrestaron a Juan y parecía que su voz se acallaba aparecía Jesús anunciando
que llegaba ya ese tiempo de plenitud, el Reino de Dios, y había que
convertirse y creer en la Buena Nueva que se anunciaba.
Es el primer anuncio que hace Jesús. Una invitación a la conversión
que no era simplemente una invitación a la penitencia porque él ni siquiera
bautizaba a nadie como lo había hecho Juan en el Jordán. Aquella invitación a la
conversión significaba mucho más, porque era una invitación a un cambio, a un
darle la vuelta a la vida, a tener una nueva mentalidad.
Sus discípulos no ayunarían como los de Juan o como hacían también los
de los fariseos, pero a sus discípulos Jesús les enseñaba una nuevas actitudes,
una nueva manera de vivir, una autenticidad de vida alejada de vanidades y de
orgullos, una sinceridad nacida desde lo más hondo del corazón.
Eso es realmente la conversión, no simplemente hacer penitencia por lo
mal que se haya hecho, sino comenzar a vivir de una forma nueva; el que venia
traería el perdón para quien hubiera caminado por derroteros del pecado y en
las oscuridades que conducían a la muerte – así lo manifestaba con sus signos
-, y lo que Jesús quería era que nada atara el corazón del hombre para
esclavizarlo sino que era un nuevo sentido de vivir desde el amor en la
autentica libertad que hace sentir la verdadera paz en el corazón.
La conversión no era un cambio a algo nuevo y desconocido sino que
implicaba creer en esa Buena Noticia que se anunciaba. Y lo que se anunciaba
era la llegada del Reino de Dios. No era un reino de esclavitud y de mentira
sino de libertad y de verdad. Por eso los signos que Jesús comenzaba a realizar
manifestaban esa nueva libertad que tendría que haber en el corazón del hombre.
El profeta había anunciado, como nos diría san Lucas en su evangelio,
que llegaba el venia inundado del Espíritu de Dios para traer a los
oprimidos la libertad, para anunciar una buena noticia a los pobres porque,
como diría María en su cántico, los poderosos serian derribados de sus
tronos mientras serian enaltecidos los humildes y los pobres, los hambrientos
se verían llenos de bienes mientras los que querían acabaran riquezas en su corazón
se encontrarían vacíos y sin sentido de nada.
Esas palabras eran de verdad buena noticia para quienes se sentían
oprimidos, para quienes carecían de libertad, para quienes veían sus vidas
envueltas en el sufrimiento. Dios visitaba a su pueblo y les traía la paz, iluminaría
los corazones de quienes se sentían en tinieblas y algo nuevo comenzaba a
sentirse en lo hondo del corazón de manera que los pobres y los que nada tenían
comenzaban a sentirse dichosos porque para ellos era el Reino de Dios.
‘Venid conmigo…’ les dice primero a Simón y a Andrés, más
adelante también a los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, que lo dejarán todo,
redes barcas, familias… para seguir a Jesús. Irse con Jesús ante aquella invitación
que les hacia no era simplemente que creyeran y se quedaran haciendo las mismas
cosas. En ellos habría un cambio total que ahora lo dejan todo lo material, podríamos
decir, pero luego poco a poco se irán desprendiendo de mucho más en lo hondo de
su corazón.
Ya sabemos cuanto les costó ese cambio y transformación porque en su
interior seguían estando sus ambiciones, en su interior quedaba el resquemor de
aquellas cosas que les costaba perdonar, en su interior seguía manteniéndose su
amor propio y sus pasiones y violencias que les costaba controlar. Ahora fue un
primer paso al dejar las redes y las barcas, más tarde sería la conversión
total de su corazón para llegar a entender que el servicio y el amor desde la
humildad seria la mayor grandeza que podrían alcanzar.
Nos queda una última palabra que decir. Contemplamos la llegada de esa
Buena Nueva a los contemporáneos en la historia de Jesús. ¿Pero escucharemos
nosotros hoy, en pleno siglo XXI, que se nos sigue anunciando una Buena Noticia
que ha de repercutir también en nuestras vidas? Sería triste que no escucháramos
nosotros hoy el evangelio como esa Buena Noticia, ni siquiera como noticia,
porque nos pudiera parecer cosa pasada, cosa ya que no nos dice nada en estos
tiempos.
¿No tendremos necesidad de escuchar esa Buena Noticia? Sí, lo
necesitamos y el mundo en el que vivimos también lo necesita. Tratemos de
repasar este evangelio y esta reflexión que nos hemos venido haciendo pero
queriendo reflejarlo en nuestra vida, en nuestras oscuridades y nuestras dudas,
en las esclavitudes con que nos vamos atando en tantas cosas y en tantas
situaciones, en nuestros sufrimientos y el sufrimiento que vemos en tantos a
nuestro alrededor…
Tratemos de descubrir esa Buena Noticia de Jesús hoy para mí y para el
mundo que me rodea y en el que vivimos. Hagamos vivo el evangelio.
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