Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos y toda nuestra vida será alegría y júbilo
Deum. 8, 7-18; Sal.:
1Cro 29, 10; 2Cor. 5, 17-21; Mt.
7, 7-11
‘Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de
nuestras manos y toda nuestra vida será alegría y júbilo’. Este versículo
tomado del salmo 89 podría expresar muy bien el sentido de la feria que en este
día se celebra en la Iglesia. Son las témporas de acción de gracias y petición.
En cierto modo la vida del hombre y el ritmo de sus actividades van
girando en torno al devenir de la naturaleza que cada año tiene sus ciclos y
sus ritmos que nosotros llamamos estaciones, estaciones meteorológicas.
Sobre todo en nuestro hemisferio norte hemos concluido con los rigores
de los calores del verano y hemos entrado en nuevo ciclo que es el otoño. Pero
de alguna manera las actividades de la vida giran en torno a esto. Por una
parte en las actividades agrícolas se acaba un ciclo con la finalización de la recolección
de las cosechas entrando la tierra en una época de cierto reposo y de pronta
preparación para un nuevo ritmo de siembras y de diversas actividades.
Pero también en nuestra vida laboral y social ha habido un cambio pues
el verano ha servido para una gran parte de nuestras gentes tener su tiempo de
descanso y de vacaciones, incrementadote incluso en esa época los tiempos de
fiestas y de jolgorio; ha vuelto la actividad normal para la mayoría y los
dedicados al estudio, también nuestros niños y adolescentes reinician sus
cursos escolares y su actividad.
Un final y un principio, unos frutos recogidos y un descanso merecido
y un reinicio de actividad en todos los ámbitos y sentidos. Y es en este
momento en el que la liturgia nos ofrece estas temperas de acción de gracias y
de petición.
El creyente centra su vida en Dios. De Dios espera su bendición y su
gracia. Siente que este mundo es una creación del poder de Dios y Dios sigue
siendo el alma de toda la existencia. Sentimos que la vida nos viene de Dios y
como salidos de sus manos recibimos todos los frutos que en la vida podemos
cosechar. Es quien ha puesto en el hombre esa capacidad de su inteligencia y de
su trabajo y ese mundo por el creado ha sido puesto en nuestra manos para que
nosotros con nuestro esfuerzo continuemos su obra.
Por eso tenemos que ser agradecidos de ese don de Dios y de cuanto
recibimos de sus manos igual que de la misión que nos ha confiado para que
desarrollemos ese mundo que sea para el bien de todos, de toda la humanidad.
Hemos de cuidar ese mundo, esa naturaleza, esa vida que en él encontramos
porque sabemos además que no solo es para nuestro bien personal sino que tiene
que redundar en el bien de todos los hombres. De ahí la responsabilidad que
hemos de tomarnos la vida, con que hemos de tratar ese mundo, de cómo hemos de
desarrollarlo desde nuestra inteligencia y nuestras capacidades con las que nos
hacemos semejantes a Dios, tal como El quiso crearnos.
Damos gracias en este final de ciclo por cuanto en el año y en toda
nuestra vida hemos recibido reflejado también en esos frutos de nuestros
trabajos, pero al mismo tiempo pedimos su bendición para ese trabajo que ahora
reiniciamos. Queremos hacerlo siempre para su gloria, queremos realizarlo
contando siempre con su gracia, queremos hacer que nuestro mundo sea mejor,
queremos poner verdadera humanidad en cuanto hacemos y para ello pedimos la
gracia del Señor, queremos contar con la gracia del Señor. Así sentiremos el
gozo de Dios en nuestro corazón.
‘Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de
nuestras manos y toda nuestra vida será alegría y júbilo’, decíamos al
principio. Que sea nuestra oración y que sea nuestra acción de gracias. ‘Que
el Señor vuelva su rostro sobre nosotros y nos bendiga y nos conceda su paz’.
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