Nuestra tarea es construir no destruir, por eso pongamos los cimientos del amor para que nuestras reacciones estén alejadas de toda violencia y orgullo
Zacarías 8,20-23; Sal 86; Lucas 9,51-56
¿Cómo reaccionamos cuando ponemos mucho empeño en conseguir o realizar
algo pero encontramos una fuerte oposición que nos echa abajo todos nuestros
planes? Es cierto que no todos reaccionamos de la misma manera. Habrá quien se
resigne pasivamente y desista de luchar por aquello que desea, como habrá quien
sea paciente y perseverante y se mantenga alerta y vigilante buscando nuevas
formas nuevos caminos para conseguirlo.
Pero bien sabemos que no siempre reaccionamos de buenas maneras sino
que muchas veces reaccionamos con violencia que puede manifestarse de muchas
maneras, protestando airadamente, tratando de destruir con nuestras palabras y
quizá con nuestras acciones a quienes tratan de oponerse; queremos resolver con
la violencia aquello que no podemos conseguir de buenas maneras y eso lo vemos
en muchos aspectos de la vida y en muchas cosas que suceden en nuestra
sociedad.
Cosas así van manifestando nuestra madurez humana y también el sentido
cristiano que le damos a la vida a la hora de enfrentarnos a problemas y
dificultades. El hombre maduro reflexiona, sabe buscar cauces y caminos de
rectitud y responsabilidad para afrontar las cosas, no pierde la serenidad ni
el buen espíritu ni la paz en su alma. No es fácil, sobre todo para quienes
tienen un carácter más impulsivo, quienes quieren conseguir todo a la primera,
pero es ahí donde tiene que irse manifestando de verdad nuestra madurez humana.
También decíamos se manifiesta nuestro sentido cristiano y como nos
hemos dejado impregnar por el espíritu de Cristo que siempre será de paz y
nunca de violencia, siempre será por los caminos de la sencillez y de la
humildad y nunca dejándonos arrastrar por nuestros orgullos ni por la ira. Algo
en lo que tenemos que ir aprendiendo, ejercitándonos, tratando de superar
obstáculos pero también los impulsos de nuestro carácter, creciendo más y más
como personas y como seguidores de Jesús.
Jesús había tomado la decisión de subir a Jerusalén. Sabía que llegaba
el tiempo de su Pascua; así lo había ido anunciando a sus discípulos y lo repetiría
por el camino. En esta ocasión había decidido atravesar a través de Samaría. Y
ya conocemos que los samaritanos y los judíos no se entendían, y no aceptaban a
los que subían a Jerusalén por aquel camino. Han de pernoctar en algún lugar y Jesús
les pide a sus discípulos que busquen algún hospedaje, pero son rechazados.
Algunos de los discípulos reaccionan de mala manera.
Aunque no terminaban de entender el por qué de Jesús quería subir a
Jerusalén en aquella ocasión, sin embargo su amor por Jesús era grande y el que
Jesús fuera rechazado por alguien era algo que les sentaba mal. ‘Señor, ¿quieres que mandemos bajar
fuego del cielo que acabe con ellos?’ Santiago y Juan se llevarían el apellido de hijos de
trueno a causa de su carácter tan impulsivo. Pero no es ese el camino de Jesús.
No ha venido para destruir sino para salvar.
¿Cuál es nuestra
tarea? ¿Destruir o construir? Nuestro carácter impulsivo, nuestra manera de
actuar, el dejarnos llevar por resentimientos y rencores, la envidia que tantas
veces nos corroe por dentro cuando vemos que a otros le van las cosas bien, el
orgullo herido porque somos rechazados y humillados, nos vuelve tantas veces
destructivos. Pero nuestra tarea es construir, por eso pongamos siempre los
cimientos del amor en nuestra vida y nuestras reacciones serán bien distintas.
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