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martes, 3 de octubre de 2017

Nuestra tarea es construir no destruir, por eso pongamos los cimientos del amor para que nuestras reacciones estén alejadas de toda violencia y orgullo

Nuestra tarea es construir no destruir, por eso pongamos los cimientos del amor para que nuestras reacciones estén alejadas de toda violencia y orgullo

Zacarías 8,20-23; Sal 86; Lucas 9,51-56
¿Cómo reaccionamos cuando ponemos mucho empeño en conseguir o realizar algo pero encontramos una fuerte oposición que nos echa abajo todos nuestros planes? Es cierto que no todos reaccionamos de la misma manera. Habrá quien se resigne pasivamente y desista de luchar por aquello que desea, como habrá quien sea paciente y perseverante y se mantenga alerta y vigilante buscando nuevas formas nuevos caminos para conseguirlo.
Pero bien sabemos que no siempre reaccionamos de buenas maneras sino que muchas veces reaccionamos con violencia que puede manifestarse de muchas maneras, protestando airadamente, tratando de destruir con nuestras palabras y quizá con nuestras acciones a quienes tratan de oponerse; queremos resolver con la violencia aquello que no podemos conseguir de buenas maneras y eso lo vemos en muchos aspectos de la vida y en muchas cosas que suceden en nuestra sociedad.
Cosas así van manifestando nuestra madurez humana y también el sentido cristiano que le damos a la vida a la hora de enfrentarnos a problemas y dificultades. El hombre maduro reflexiona, sabe buscar cauces y caminos de rectitud y responsabilidad para afrontar las cosas, no pierde la serenidad ni el buen espíritu ni la paz en su alma. No es fácil, sobre todo para quienes tienen un carácter más impulsivo, quienes quieren conseguir todo a la primera, pero es ahí donde tiene que irse manifestando de verdad nuestra madurez humana.
También decíamos se manifiesta nuestro sentido cristiano y como nos hemos dejado impregnar por el espíritu de Cristo que siempre será de paz y nunca de violencia, siempre será por los caminos de la sencillez y de la humildad y nunca dejándonos arrastrar por nuestros orgullos ni por la ira. Algo en lo que tenemos que ir aprendiendo, ejercitándonos, tratando de superar obstáculos pero también los impulsos de nuestro carácter, creciendo más y más como personas y como seguidores de Jesús.
Jesús había tomado la decisión de subir a Jerusalén. Sabía que llegaba el tiempo de su Pascua; así lo había ido anunciando a sus discípulos y lo repetiría por el camino. En esta ocasión había decidido atravesar a través de Samaría. Y ya conocemos que los samaritanos y los judíos no se entendían, y no aceptaban a los que subían a Jerusalén por aquel camino. Han de pernoctar en algún lugar y Jesús les pide a sus discípulos que busquen algún hospedaje, pero son rechazados. Algunos de los discípulos reaccionan de mala manera.
Aunque no terminaban de entender el por qué de Jesús quería subir a Jerusalén en aquella ocasión, sin embargo su amor por Jesús era grande y el que Jesús fuera rechazado por alguien era algo que les sentaba mal. ‘Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?’ Santiago y Juan se llevarían el apellido de hijos de trueno a causa de su carácter tan impulsivo. Pero no es ese el camino de Jesús. No ha venido para destruir sino para salvar.
¿Cuál es nuestra tarea? ¿Destruir o construir? Nuestro carácter impulsivo, nuestra manera de actuar, el dejarnos llevar por resentimientos y rencores, la envidia que tantas veces nos corroe por dentro cuando vemos que a otros le van las cosas bien, el orgullo herido porque somos rechazados y humillados, nos vuelve tantas veces destructivos. Pero nuestra tarea es construir, por eso pongamos siempre los cimientos del amor en nuestra vida y nuestras reacciones serán bien distintas.

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