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martes, 5 de septiembre de 2017

Los que seguimos a Jesús hemos de expresar con nuestra rectitud y con nuestro amor la congruencia entre nuestra fe y las obras de nuestra vida

Los que seguimos a Jesús hemos de expresar con nuestra rectitud y con nuestro amor la congruencia entre nuestra fe y las obras de nuestra vida

1Tesalonicenses 5, 1-6. 9-11; Sal 26; Lucas 4, 31-37
Cuando vemos a una persona convencida de verdad de lo que habla, que se cree realmente lo que está diciendo, porque además es que lo que nos dice lo vemos reflejado en su vida, sentimos admiración por esa persona; podremos estar de acuerdo o no con lo que nos dice, pero admiramos su honradez, su rectitud, la congruencia entre sus palabras y su vida.
Ojalá siempre en la vida fuéramos así de congruentes, porque significa como en el fondo buscamos una rectitud para nuestras vidas. Eso significa también cómo tenemos que aprender a aceptarnos y respetarnos, porque siempre hay algo bueno que podemos aprender, que nos puede servir de base para esa colaboración en la tarea de hacer que nuestro mundo sea mejor. Muchas veces nos encerramos demasiado en nuestras ideas y pensamientos como si fuéramos los poseedores de una absoluta verdad.
Hemos de saber ser abiertos de espíritu para descubrir toda belleza, toda bondad, todo lo bueno y justo que podamos encontrar en los demás. Hemos de saber estar abiertos a una sabiduría superior que levante nuestro espíritu, amplíe nuestros horizontes, nos descubra nuevos caminos; es la forma cómo nos abrimos también a la buena nueva de Jesús, sabiendo admirarnos de su bondad y de su rectitud, dejándonos empapar por su sabiduría para descubrir esos nuevos horizontes que nos llenan de una nueva trascendencia, poniendo metas altas y grandes en nuestro corazón.
La gente, nos dice el evangelio, estaba admirada ante Jesús, ante sus palabras pero también ante su vida, ante sus hechos, sus gestos, sus signos. La admiración nos pone en camino de poder llegar a cosas nuevas, a nuevos planteamientos, a nuevas actitudes y posturas. Cuando ya no somos capaces de admirarnos por nada, parece como si envejeciéramos porque damos la impresión que venimos de vuelta de todo porque nos creemos que lo hemos visto todo y nada nuevo podemos encontrar.
La gente estaba admiraba porque les hablaba con autoridad; les hablaba de un mundo nuevo en el que se verían liberados de todo mal y esclavitud, y ahí estaban las señales que mostraba y los signos que realizaba. Había hablado en la sinagoga de Nazaret con las palabras del profeta de cómo los oprimidos se verían liberados en una nueva libertad, y ahora está realizando el signo, libera del mal aquel hombre poseído por un espíritu maligno.
El evangelio habla de endemoniados según el lenguaje y la manera de entender de las gentes de aquella época, pero está queriendo significarnos como muchas veces nosotros hemos dejado llenar nuestro corazón de mal, de odio, de malicia, de malquerencia hacia los otros, de envidias, recelos y desconfianzas. Cómo nuestra vida se entenebrece cuando dejamos que mal ocupe nuestro corazón. Jesús quiere liberarnos de todo eso, quiere darnos la verdadera paz, porque comencemos a llenar nuestro corazón de amor, de apertura a los otros y de cercanía con todos.
Es el milagro que día a día quiere realizar en nosotros, pero hemos de dejarnos transformar por Jesús. Quienes nos decimos creyentes en Jesús no lo podemos decir solo de palabra sino que tenemos que manifestarlo en esa vida llena de rectitud y de amor; es la congruencia que tiene que haber en nosotros con la que en verdad podemos convencer a los demás de que se puede hacer un mundo nuevo y mejor.


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