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domingo, 3 de septiembre de 2017

Tenemos que desprendernos de tantos oropeles y sueños para vestirnos más de cruz, de amor, de entrega, de compromiso, del Espíritu del Señor que nos transforme para también transformar nuestro mundo

Tenemos que desprendernos de tantos oropeles y sueños para vestirnos más de cruz, de amor, de entrega, de compromiso, del Espíritu del Señor que nos transforme para también transformar nuestro mundo

Jeremías 20, 7-9; Sal 62; Romanos, 12, 1-2; Mateo 16, 21-27
Se sentían confundidos. A Pedro y a los discípulos no les cabía en la cabeza lo que Jesús les estaba diciendo. Cuántas veces cuando nos hacemos una idea de algo, nos parece tan clara nuestra manera de ver las cosas que nos cuesta aceptar que van a ser o tienen que ser de otra manera.
Nos creamos nuestros sueños y nos creemos nuestros sueños como si ya fuesen una realidad. Idealizamos las cosas, las personas, los mismos hechos que suceden o que han sucedido y los engrandecemos de tal manera que en cierto modo los cambiamos. Pensemos en nuestros recuerdos de hechos que nos han pasado, sobre todo si han sido hace ya años; nos creamos casi un mito, porque nada puede haber tan hermoso como aquello que vivimos.
Es lo que nos sucede con acontecimientos de nuestra historia mas o menos cercana que ahora no somos capaces de comparar con lo que ahora nos esta sucediendo aunque quizás sea mas importante o mas grandioso. Fiestas como las de antes ya no se hacen, decimos tantas veces; aquellas aventuras que vivimos en nuestra juventud, aquello si era vivir, ahora la vida es más aburrida, idealizamos.
Y lo mismo de los sueños de futuro, de lo que pensamos que puede suceder, de las historias que en nuestra mente nos creamos pero para el futuro, muchas veces sin fundamento, o idealizando aquello tan bueno que nos puede suceder. Ahora nos dicen que eso no va a ser así, que las cosas tienen que ser de otra manera y no lo aceptamos, nos rebelamos y nos ponemos en contra de todo, nos entran los malos humores y hasta quizá nos deprimimos.
Me he extendido en toda esta consideración previa porque comparo de alguna manera lo que le sucedía a los discípulos en aquel momento con situaciones en las que nos podemos ver envueltos en la vida.
Como escuchábamos el pasado domingo ante las preguntas de Jesús Pedro había hecho una afirmación muy rotunda, una hermosa confesión de fe. Había proclamado que Jesús era el Mesías. En la mentalidad judía de la época, conforme a las esperanzas que tenían de la venida del Mesías, sería un triunfador, que daría la libertad y la salvación al pueblo. En consecuencia no cabrían sufrimientos, muertes martiriales, sino todo lo contrario. Y era lo que ahora no les cabía en la cabeza de los anuncios que Jesús estaba haciendo. Aunque ya en otras ocasiones se los había anunciado, pero ellos no entendían.
Si Pedro quiere quitarle de la cabeza a Jesús, en sus idealizaciones, de que el Mesías había de padecer, es Jesús el que quiere que Pedro y los discípulos terminen de cambiar su mentalidad, comprendan de verdad la misión de Jesús. Jesús le dirá que incluso está siendo para él como el diablo tentador. Allá en el desierto antes del inicio de su vida pública ya el diablo le había tentado con la posesión de todos los poderes del mundo, pero Jesús lo había rechazado. Ahora Pedro parece que le hace el juego a Satanás, por eso Jesús le dice con palabras duras que se aparte de él.
El Reino que Jesús anunciaba, como ya tantas veces les había explicado, aunque había de realizarse en sus vidas concretas y en su mundo concreto, sin embargo no era a la manera de los reinos de este mundo. Era una transformación desde el amor, de sus vidas y de la vida de su mundo. Y el amor es entrega, es darse sin medidas ni limites. Por eso Jesús les habla de la cruz.

La cruz podría significar tormento, suplicio. En si misma era un duro castigo. Pero Jesús nos habla de la cruz no como algo que nos impongan sino como algo que nosotros asumimos porque queremos caminar por caminos de amor y no siempre será fácil. No es que busquemos el sufrimiento por el sufrimiento porque eso no tendría sentido. Es otra la manera de tomar la cruz, de asumir la cruz.
Nos cuesta asumirla en nosotros mismos cuando tenemos que desprendernos de nuestro yo egoísta para darnos a los demás; nos cuesta asumirla por nosotros mismos cuando nos encontramos con los dolores y sufrimientos de la vida que podrían ser un sin sentido; nos costara asumirla cuando nos vamos a encontrar quienes no nos acepten o no acepten los planteamientos de vida que nosotros asumimos.
Pero cuando queremos emprender ese camino de amor, a la manera del amor de Jesús, las cosas tienen un nuevo sentido, será algo que nos llevará a una plenitud distinta, nuestros actos y nuestra vida pueden ser camino de salvación para los demás cuando nos entregamos generosamente. Es el camino que Jesús quiere que emprendamos siguiendo sus pasos, amando como El amó. Tenemos que dejarnos seducir por su amor.
Llegaba ya la hora en que los discípulos habrían de comprender bien lo significaba seguir el camino de Jesús. Y aquella subida a Jerusalén había de ser trascendental. Eran importantes aquellos pasos y habían de darse con seguridad. Pero no solo a los discípulos de aquella época; esto tenemos que escucharlo también los discípulos de hoy. Nos hemos creado mitos, nos hemos construido grandiosidades, soñamos con una cristiandad dominadora del mundo. No solo lo soñamos sino que así nos ven también desde fuera, como si quisiéramos imponer, como si la iglesia fuera un dominio y un poder hasta a la manera de los políticos.
Algo se nos ha trastabillado con el paso de la historia y quizás Jesús tenga que venir a decirnos como a Pedro que andamos equivocados, que el sentido de la Iglesia tiene que ser otro, que lo que los cristianos tenemos que presentar ha de ser de otra manera, que la cruz ha de estar presente en nuestra vida pero por todo el amor que nosotros pongamos en nuestra entrega y en nuestro darnos por los demás.
Tenemos que desprendernos de tantos oropeles y vestirnos más de cruz, mas de amor, mas de entrega, mas de compromiso, mas del Espíritu del Señor que nos transforme para que pueda también transformar nuestro mundo. Nuestro estilo de vivir tiene que ser bien distinto si seguimos los pasos del evangelio. Mucho tenemos que pensar en el camino de Jesús, en cómo estamos tomando la cruz para seguir sus pasos.

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