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jueves, 7 de septiembre de 2017

Tenemos que saber remar mar adentro en la vida aunque las aguas nos parezca tenebrosas o nos resulten desconocidas porque lo hacemos con la confianza en el nombre de Jesús

Tenemos que saber remar mar adentro en la vida aunque las aguas nos parezca tenebrosas o nos resulten desconocidas porque lo hacemos con la confianza en el nombre de Jesús

Colosenses 1, 9-14; Sal 97; Lucas 5, 1-11
El trabajo a veces parece que nos da fruto fácil, vemos su productividad, pero hay ocasiones en que se nos hace difícil, no conseguimos aquello que anhelamos, no vemos los frutos de aquello que hemos invertido, ya sea nuestro tiempo o nuestro esfuerzo, o ya sean los medios materiales que hemos empleado o gastado en hacer producir aquello en lo que estamos; pensamos en un agricultor con sus duras tareas en el campo, con todo lo que tiene que emplear para obtener unos frutos, pero que un día aparece la cosecha destrozada, un mal tiempo, unos temporales, o cualquier plaga que le pueda afectar. Es el que invierte en una empresa o en un negocio, pero no da la productividad deseada y viene los desalientos ante el fracaso, el animo que se busca donde sea para volver a empezar y mantener la lucha y la tarea diaria.
Desaliento, amargura quizá en algunos momentos, pérdida de la esperanza y la ilusión, agobios interiores que nos hacen perder la paz, sentimientos en algunos momentos de inutilidad o incapacidad para realizar aquella tarea… son cosas que nos van apareciendo y que tenemos que saber superar buscando la fuerza allí donde podamos encontrarla, pidiendo la ayuda que necesitamos y quizá alguien nos pueda ofrecer, teniendo esa fortaleza interior para a pesar de todo no sentirnos derrotados.
‘Hemos estado toda la noche bregando y no hemos cogido nada’ le dice Pedro a Jesús cuando después de haber estado enseñando a la gente sentado en la barca le pide que reme mar adentro y vuelva a echar las redes para pescar. El conocía aquel lago y sabia que había ocasiones en que parecía que los peces se ocultaban; así habían estado aquella noche y no habían cogido nada, ahora estaban limpiando y guardando las redes para otra ocasión en otra jornada. El sabe que ahora es imposible.
Sin embargo se fía de Jesús. Por tu palabra, porque tú nos lo pides, porque tú nos lo dices vamos lago adentro otra vez y echaré las redes. Podía haberle dicho, si tú no entiendes de estas cosas de la pesca, cómo nos pide esto ahora. Sin embargo se fía de la palabra de Jesús. La Palabra de Jesús les cautivaba, como a todas aquellas gentes que se habían reunido allí a la orilla del lago temprano para escucharle, como la gente que le seguía por los caminos, como los que acudían a la sinagoga, como todos aquellos que no los dejaban tranquilos ni en casa cuando estaban descansando o se iban tras ellos a los descampados. Algo había en la Palabra de Jesús, en su voz, en su mirada, en su presencia y no se podían resistir.
‘Pero por tu palabra echaré las redes’. La maravilla se había realizado. La redada era tan grande que tuvieron que pedir ayuda a los compañeros de las otras barcas. No salían de su asombro. Las redes reventaban donde hacia poco  no habían podido coger nada. Pero se habían atrevido a confiar en la palabra de Jesús; no habían tenido miedo de remar mar adentro; el cansancio no les impidió recomenzar de nuevo la tarea. Ahora se sentían pequeños, pecadores. ‘Apártate de mi que soy un hombre pecador’, le decía Pedro postrado a los pies de Jesús. Pero Jesús seguía confiando en ellos. ‘Os haré pescadores de hombres…’ pescadores de otros mares.
Antes hacíamos referencia a momentos y experiencias humanas en que podemos sentir el desaliento cuando no conseguimos aquello que deseamos y decíamos como hemos de buscar esa fuerza interior que nos impida decaer, que nos lance una y otra vez a seguir adelante.
Lo podemos ver también en referencia a nuestro actuar como cristianos, a nuestra tarea de Iglesia. Cuántos campos se nos abren delante de nosotros en los que podríamos o tendríamos que trabajar. En muchas ocasiones también podemos sentir el desaliento ante la tarea tan grande que tenemos por delante o por los pocos frutos que nos parece que conseguimos de nuestra trabajo. El fruto, para empezar, no somos nosotros los que tenemos que medirlo, porque lo que sucede en el corazón de cada hombre al que llevamos el mensaje, nosotros no lo sabemos, pero Dios ve el corazón de los hombres.
Tenemos que saber remar mar adentro en la vida aunque las aguas nos parezcan tenebrosas o nos resulten desconocidas. No vamos en nuestra tarea en nuestro nombre, sino en el nombre de Jesús; no lo podemos olvidar, hemos de tenerlo muy en cuenta. Tenemos que aprender a confiar y también a saber contar con los demás. No es tarea que realicemos solos; la tarea de la Iglesia es una tarea comunitaria y cuando trabajamos lo estamos haciendo siempre en comunión con los demás. Pero también de forma explicita hemos de saber contar con otros. El Señor se puede valer de nosotros para que alguien se agregue también a esa tarea evangelizadora; démosle la oportunidad.
No lo olvidemos, lo hacemos en el nombre del Señor. ‘En tu nombre echaré las redes’. El Señor quiere seguir contando con nosotros para que seamos pescadores de esos otros mares.

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