Tenemos que saber remar mar adentro en la vida aunque las aguas nos parezca tenebrosas o nos resulten desconocidas porque lo hacemos con la confianza en el nombre de Jesús
Colosenses 1, 9-14; Sal 97; Lucas 5,
1-11
El trabajo a veces parece que nos da fruto fácil, vemos su
productividad, pero hay ocasiones en que se nos hace difícil, no conseguimos
aquello que anhelamos, no vemos los frutos de aquello que hemos invertido, ya
sea nuestro tiempo o nuestro esfuerzo, o ya sean los medios materiales que
hemos empleado o gastado en hacer producir aquello en lo que estamos; pensamos
en un agricultor con sus duras tareas en el campo, con todo lo que tiene que
emplear para obtener unos frutos, pero que un día aparece la cosecha
destrozada, un mal tiempo, unos temporales, o cualquier plaga que le pueda
afectar. Es el que invierte en una empresa o en un negocio, pero no da la
productividad deseada y viene los desalientos ante el fracaso, el animo que se
busca donde sea para volver a empezar y mantener la lucha y la tarea diaria.
Desaliento, amargura quizá en algunos momentos, pérdida de la
esperanza y la ilusión, agobios interiores que nos hacen perder la paz,
sentimientos en algunos momentos de inutilidad o incapacidad para realizar
aquella tarea… son cosas que nos van apareciendo y que tenemos que saber
superar buscando la fuerza allí donde podamos encontrarla, pidiendo la ayuda
que necesitamos y quizá alguien nos pueda ofrecer, teniendo esa fortaleza
interior para a pesar de todo no sentirnos derrotados.
‘Hemos estado toda la noche bregando y no hemos cogido nada’ le
dice Pedro a Jesús cuando después de haber estado enseñando a la gente sentado
en la barca le pide que reme mar adentro y vuelva a echar las redes para
pescar. El conocía aquel lago y sabia que había ocasiones en que parecía que
los peces se ocultaban; así habían estado aquella noche y no habían cogido
nada, ahora estaban limpiando y guardando las redes para otra ocasión en otra
jornada. El sabe que ahora es imposible.
Sin embargo se fía de Jesús. Por tu palabra, porque tú nos lo pides,
porque tú nos lo dices vamos lago adentro otra vez y echaré las redes. Podía
haberle dicho, si tú no entiendes de estas cosas de la pesca, cómo nos pide
esto ahora. Sin embargo se fía de la palabra de Jesús. La Palabra de Jesús les
cautivaba, como a todas aquellas gentes que se habían reunido allí a la orilla
del lago temprano para escucharle, como la gente que le seguía por los caminos,
como los que acudían a la sinagoga, como todos aquellos que no los dejaban
tranquilos ni en casa cuando estaban descansando o se iban tras ellos a los
descampados. Algo había en la Palabra de Jesús, en su voz, en su mirada, en su
presencia y no se podían resistir.
‘Pero por tu palabra echaré las redes’. La maravilla se había
realizado. La redada era tan grande que tuvieron que pedir ayuda a los
compañeros de las otras barcas. No salían de su asombro. Las redes reventaban
donde hacia poco no habían podido coger
nada. Pero se habían atrevido a confiar en la palabra de Jesús; no habían
tenido miedo de remar mar adentro; el cansancio no les impidió recomenzar de
nuevo la tarea. Ahora se sentían pequeños, pecadores. ‘Apártate de mi que
soy un hombre pecador’, le decía Pedro postrado a los pies de Jesús. Pero Jesús
seguía confiando en ellos. ‘Os haré pescadores de hombres…’ pescadores
de otros mares.
Antes hacíamos referencia a momentos y experiencias humanas en que
podemos sentir el desaliento cuando no conseguimos aquello que deseamos y
decíamos como hemos de buscar esa fuerza interior que nos impida decaer, que
nos lance una y otra vez a seguir adelante.
Lo podemos ver también en referencia a nuestro actuar como cristianos,
a nuestra tarea de Iglesia. Cuántos campos se nos abren delante de nosotros en
los que podríamos o tendríamos que trabajar. En muchas ocasiones también
podemos sentir el desaliento ante la tarea tan grande que tenemos por delante o
por los pocos frutos que nos parece que conseguimos de nuestra trabajo. El
fruto, para empezar, no somos nosotros los que tenemos que medirlo, porque lo
que sucede en el corazón de cada hombre al que llevamos el mensaje, nosotros no
lo sabemos, pero Dios ve el corazón de los hombres.
Tenemos que saber remar mar adentro en la vida aunque las aguas nos parezcan
tenebrosas o nos resulten desconocidas. No vamos en nuestra tarea en nuestro
nombre, sino en el nombre de Jesús; no lo podemos olvidar, hemos de tenerlo muy
en cuenta. Tenemos que aprender a confiar y también a saber contar con los
demás. No es tarea que realicemos solos; la tarea de la Iglesia es una tarea
comunitaria y cuando trabajamos lo estamos haciendo siempre en comunión con los
demás. Pero también de forma explicita hemos de saber contar con otros. El
Señor se puede valer de nosotros para que alguien se agregue también a esa
tarea evangelizadora; démosle la oportunidad.
No lo olvidemos, lo hacemos en el nombre del Señor. ‘En tu nombre
echaré las redes’. El Señor quiere seguir contando con nosotros para que
seamos pescadores de esos otros mares.
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