La ascensión nos hace levantar nuestra mirada, contemplar la meta, el camino que Jesús nos ha abierto, pero no nos desentendemos de este mundo en el que tenemos que ser testigos de luz
Hechos 1, 1-11; Sal 46; Efesios 1, 17-23;
Lucas 24, 46-53
Hoy es la fiesta de la Ascensión del Señor al cielo donde esta sentado
a la derecha de Dios Padre todopoderoso, como confesamos en el credo. En la
piedad del pueblo cristiano esta fue una fiesta del tiempo pascual que se
celebraban con gran devoción y solemnidad. Como muestra de ello todo esos
signos que se realizan en la celebración de este día como las lluvias de
pétalos que en muchos lugares caen sobre los fieles al paso de la procesión con
el Santísimo.
Si durante toda la cuaresma queríamos avanzar en el misterio de Cristo
– como lo expresábamos en la oración del primer domingo de cuaresma – ahora
llegamos al conocimiento de esa plenitud del misterio de Cristo glorificado en
su Ascensión. Es lo que nos decía el apóstol Pablo en la segunda lectura de
este domingo. Espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo… descubrir la
esperanza a la que nos llama, comprender esa riqueza de gloria que recibimos en
herencia cuando nos llama a ser santos.
La ascensión nos hace levantar nuestra mirada; queremos contemplar la
meta; contemplamos el camino que Jesús nos ha abierto, pero no nos hace
desentendernos de este mundo. Y es que a este mundo hemos sido enviados con una
misión. Esa maravilla del misterio de Dios que así nos ama y nos salva tenemos
que anunciarlo.
Contemplar la ascensión del Señor no es simplemente una despedida.
Jesús se va pero viene a nosotros; está
sentado a la derecha del Padre con todo poder y majestad, pero esta siempre con
nosotros a nuestro lado. Yo estaré con vosotros hasta la consumación del mundo
nos dice. Por eso nos promete el envío del Espíritu que será nuestra fortaleza
y nuestra vida, será el que nos lo enseñe todo y el que nos vaya guiando allá
en nuestro interior como sigue guiando también a la Iglesia.
Celebrar la ascensión es ponernos en camino de Ascensión. Muchas veces
hemos visto y reflexionado en ese camino de subida de Jesús. Subida al monte
Tabor para la oración; subida a Jerusalén para la pascua; subida que es
superarnos, esforzarnos, no contentarnos con quedarnos a ras de tierra, darnos
cuenta de nuestras limitaciones y aspirar a algo mejor; subida que es ponernos
metas en la vida; subida que es aprender a entrar en un camino de
espiritualidad profunda. Celebramos la ascensión queriendo vivir todo esto con
intensidad, pero también proponiéndolo a cuantos nos rodean.
Cuando no nos ponemos metas que nos hagan levantar nuestra vida, nos
dejamos arrastrar por tantas rémoras que aparecen en la vida y que nos frenan,
no nos dejan avanzar, nos impiden crecer de verdad. La vida es camino, es crecimiento,
es superación; quedarnos en lo de siempre sin empujarnos un poquito para
avanzar hará que al final más bien reculemos y caigamos por la pendiente de la
rutina y la frialdad.
Porque no podemos olvidar que recibimos una misión. Jesús nos invita a
esperar el cumplimiento de la promesa del Espíritu para que luego seamos
testigos. Testigos de ascensión, de vida, de luz, de amor. Cuánto necesita
nuestro mundo que brillen esos testigos porque estamos demasiado en sombras de
muerte. Por eso, esta semana, con intensidad vamos a pedir que venga el
Espíritu sobre nosotros, sobre su Iglesia, sobre nuestro mundo.
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