Tenemos que ir a las periferias del mundo para hacer el anuncio del evangelio y no refugiarnos en los de siempre y donde no vamos a encontrar dificultades
Hechos 20, 28-38; Sal 67; Juan
17, 11b-19
Seguimos escuchando y meditando en estos días la oración sacerdotal de
Jesús. Qué consuelo sentimos allá en lo más hondo de nosotros mismos sabiendo
que Jesús ora por nosotros.
En aquellos momentos de despedida tendría que ser un verdadero bálsamo
de paz para los discípulos saber que Jesús oraba por ellos. El camino que se
abre ante sus vidas es incierto y no va a estar exento de dificultades. Como
seguimos viviendo nosotros hoy. Algunas veces queremos buscar como un refugio
que nos aísle o nos desconecte de este mundo adverso y lleno de dificultades.
Tememos enfrentarnos al mundo haciendo el anuncio del evangelio, nos
encerramos en nuestras iglesias, en nuestros grupos parroquiales, en nuestras
cofradías y hermandades y en todo lo que haga referencia al culto, porque quizá
mientras estamos allí dentro estamos tranquilos, nadie nos molesta, y quizá en
ocasiones no nos llegue esa palabra revulsiva que nos haga salir de nosotros
mismos para ir al encuentro con los demás en el anuncio del evangelio. El Papa
nos está llamando la atención continuamente para que, como dice él, salgamos a
las periferias. Pero quizá preferimos quedarnos en aquello que no nos da mucho
problema.
Pero ese no es el espíritu del evangelio, el espíritu misionero que
tiene que haber en nuestra vida de cristianos. Ya nos dice Jesús hoy que no
pide al Padre que nos saque del mundo – eso que quizás nosotros prefiramos –
sino que ahí en medio de ese mundo tenemos que dar testimonio de la verdad, ahí
en medio de ese mundo es donde tenemos que santificarnos.
Nos hace falta el arrojo y la valentía de aquellos primeros discípulos
y apóstoles que se lanzaron al mundo. Ellos sabían que contaban con la fuerza
del Espíritu, por eso Jesús oraba por ellos. Es lo que nosotros tenemos que
experimentar dentro de nosotros. Pidamos con intensidad en estos días en que
nos acercamos a Pentecostés que venga el fuego del espíritu renovador de
nuestra vida, que nos caldeemos en su amor, y que seamos en verdad testigos y
misioneros de la verdad del Evangelio.
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