Cuando tenemos la confianza de estar en las manos del Padre no tenemos miedo, tenemos asegurada la victoria final
Hechos 19,1-8;
Sal 67; Juan 16,29-33
La experiencia y la sensación de sentirse solo y como abandonado
cuando nos vienen los problemas es muy dura de asimilar y producen muchas
tristezas y angustias en el alma. Es algo que sucede con demasiada frecuencia y
no siempre sabemos reaccionar ante situaciones así; muchas veces cuando no hay
la suficiente madurez y fortaleza interior bien sabemos que suelen acabar en
tragedias.
Es lo que Jesús les anuncia que le va a pasar a él. En el relato evangélico
que estamos escuchando estamos en las vísperas de la pasión y lo que Jesús les
está diciendo va a suceder esa misma noche con El. Cuando llegue la hora del
prendimiento en Getsemaní comenta el evangelista que todos le abandonaron y
huyeron. Alguno como Pedro se llegó hasta los patios del sumo pontífice para
ver en qué acababa aquello, y bien sabemos que en su cobardía le negó; solo
Juan llegó hasta el final porque será el único que encontremos al pie de la
cruz junto con su madre y las piadosas mujeres.
Pero Jesús nos da una clave. ‘Pero
no estoy solo, porque está conmigo el Padre’. No se siente
abandonado porque en manos del Padre pondrá su vida, porque no ha venido sino a
hacer su voluntad. Y cuando tenemos la confianza de estar en las manos del
Padre no tenemos miedo, tenemos asegurada la victoria final. ‘En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he
vencido al mundo’. Tenemos la
victoria de nuestra parte.
Ya nos diría en otra ocasión cuando nos
anunciaba persecuciones y cárceles que no tuviéramos miedo porque el Espíritu
del Señor pondría palabras en nuestros labios. Creo que tenemos que recordarlo,
pero recordarlo de una forma viva. Porque sabemos muchas cosas quizás, pero en
el momento de la dificultad, cuando vienen los problemas seguimos sintiéndonos
solos y sin fuerzas. ¿Por qué? Porque olvidamos las palabras de Jesús. ‘Pero
tened valor: yo he vencido al mundo’.
Es esa espiritualidad profunda que
tenemos que ir logrando en nuestra vida, porque en verdad nos vayamos llenando
de Dios, porque sintamos siempre la fuerza de su Espíritu, porque nos dejemos
conducir por sus inspiraciones, porque no perdamos nunca esa paz interior por
muchas que sean las dificultades, porque sepamos en todo momento ponernos en
las manos del Padre. Para eso es necesario orar mucho, orar dejándonos
impregnar por el Espíritu divino, orar escuchando a Dios en nuestro corazón,
orar haciendo una lectura de nuestra vida y de cuanto nos sucede a través del
filtro del Espíritu, del filtro de la Palabra de Dios.
Pidamos con fuerza la presencia del Espíritu
en nuestra vida en esta última semana de Pascua que va a desembocar en
Pentecostés. Que nos sintamos renovados y rejuvenecidos en el Espíritu.
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