Una oración sacerdotal y eclesial que hemos de saber hacer con Jesús porque todos han de tener cabida en nuestro corazón y con todos hemos de cantar la gloria de Dios
Hechos 20,
17-27; Sal 67; Juan 17, 1-11a
Las palabras que vamos escuchando estos días en el evangelio son el
final de aquel discurso de despedida después de la cena pascual en que Jesús
iba abriendo su corazón a los suyos dejando entrever su ternura y su amor. Los
momentos de despedida son propicios para ese desnudar el corazón dejando
entrever todos los entresijos del alma;
momentos de confidencias, momentos en que uno descubre la intimidad más
profunda del alma.
Todos lo habremos experimentado en alguna ocasión, cuando hemos tenido
que arrancarnos de aquellos que amábamos con un amor especial. Son palabras de
testamento no solo en el sentido de últimas voluntades sino más bien querer
recordar con especial intensidad todo aquello que hayamos vivido; y vienen los
recuerdos y las recomendaciones, los buenos deseos y las promesas de fidelidad
y de amor que nunca quiere acabarse.
Jesús les habla de su gloria y de la gloria de Dios. ‘Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para
que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne,
dé la vida eterna a los que le confiaste’. ¿En que se va a manifestar esa gloria de Dios? ¿Cómo va a ser
glorificado Jesús? Va a dar la vida eterna a los que el Padre le había confiado.
Ahí está la gloria de Dios. ‘Que
te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo’.
En la entrega suprema de la cruz se nos
revela la gloria de Dios; porque en la entrega suprema de la cruz se va a
manifestar el amor más grande. El sacrificio de Cristo es la gloria del Señor.
Por eso nosotros queremos dar gloria a Dios y la hacemos en el sacrificio del
altar, que no es otro que el sacrificio de la cruz. Todo honor y toda gloria,
decimos, con Cristo, por Cristo, en Cristo. Todo honor y toda gloria al Padre
de la gloria para siempre desde el sacrificio de Cristo, desde el amor de
Cristo.
Y ahora Jesús dice que ruega por
nosotros, que estamos en el mundo aunque no somos del mundo. Ruega por nosotros
que tenemos que continuar nuestra tarea en medio del mundo, porque ahí tenemos
que manifestar la gloria del Señor, para que nos sintamos seguros, para que no
sintamos su ausencia. Es el padre, el amigo, el hermano que no nos quiere dejar
solos, que nos quiere dar garantías de que estará siempre con nosotros. En el
fondo está la promesa del Espíritu que nos va a enviar desde el seno del Padre.
Hacemos nosotros también esta oración
sacerdotal de Jesús para sentir su fuerza y su gracia, pero hacemos esta
oración sacerdotal de Jesús porque en nuestro corazón tienen que caber todos
los hermanos y por ellos también nosotros hemos de pedir. Es la oración que con
verdadero sentido eclesial hemos de
saber hacer siempre.
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