Busquemos los valores que den plenitud y sentido a nuestra vida llenándonos de esperanza y encontremos la verdadera espiritualidad desde nuestra fe en Jesús
Hechos 5,27-33; Sal 33; Juan 3,
31-36
Cada uno habla de lo que sabe; aunque algunas veces seamos osados y
queramos tener opinión de todo sin tener suficiente juicio de valor para hablar
de ello. De aquello que llevamos en el corazón, nos expresamos con nuestros
labios, solemos decir; aquello que son nuestros pensamientos o nuestras
convicciones más profundas se nos va reflejando en la vida, en lo que hacemos y
en lo que decimos.
Lo que expresamos en nuestras palabras y opiniones y lo que
manifestamos con nuestra manera de actuar va a definir la profundidad que
tengamos en la vida y cuáles serían en verdad nuestras metas y nuestros
ideales. Muchas veces nos quedamos demasiado a ras de tierra, en las cosas
materiales, en los intereses de lo que podamos tener o poseer y eso podría
manifestar quizá la falta de una espiritualidad profunda en nuestra vida cuando
solo nos quedamos en lo material, en lo cercano o palpable, en aquello que nos
satisfaga prontamente o quizá con el mínimo esfuerzo.
Por eso tenemos que darle hondura a nuestra vida que significará mirar
a lo alto, mirar más allá de eso que palpamos con nuestras manos, o de eso que
nos pueda dar simplemente una ganancia material o una satisfacción pronta que
se puede convertir fácilmente en efímera. Es saber descubrir otros valores, es
saber trascender nuestra vida, es encontrar esa fuerza espiritual que nos
levante y nos haga reconocer que somos algo más que la materialidad de un
cuerpo o unas cosas terrenas que nos puedan satisfacer.
Es eso que nos va hacer encontrar un sentido y un valor a lo que es
nuestra vida, a lo que hacemos y por lo que nos esforzamos y luchamos. Cuando
faltan esos valores espirituales nos puede suceder que pronto nos encontremos
cansados y hastiados de eso en lo que hemos buscado esas prontas
satisfacciones; cuando nos faltan esos valores espirituales nos sentiremos sin
apoyo y sin fuerza cuando quizá la vida se nos haga dura por los problemas y
dificultades que podamos ir encontrando y parece que todo lo tenemos en contra;
nos sentiremos como desorientados, sin saber que hacer, qué camino tomar, donde
encontrar esa fuerza que nos impulse a seguir luchando con esperanza de que
podemos encontrar algo mejor.
Es descubrir esos valores por los que merece la pena luchar y hasta
sacrificarse porque serán los que nos darán las más auténticas satisfacciones.
Es no tener miedo a esa fe que eleva nuestra espíritu y nos hace aspirar,
desear ese encuentro con nuestro Hacedor, el que tiene que ser el único Señor y
Dios de nuestra vida.
El creyente sabe que en Dios tiene su luz y su fortaleza. El creyente
en Jesús ha encontrado en El la verdad de su vida. El verdadero creyente en
Jesús en El encuentra esa razón para su vivir, se trasciende y se eleva, y en
Jesús encontrará la gracia que le fortalece para no desentenderse del día a día
de su vida, con sus luchas, con sus sueños, con sus deseos de hacer un mundo
mejor, con su compromiso por los demás, con su trabajo por la justicia y la paz
de nuestro mundo.
Tener fe no nos hace desentendernos de este mundo, sino vivir más
comprometidos con El para hacerlo mejor. Esa fe en Jesús llena de esperanza
nuestra vida para superar cansancios y dificultades porque sabe que con Jesús
puede realizar en verdad un mundo mejor.
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