Un nuevo nacimiento que significaran unas nuevas actitudes y posturas por nuestra parte dejándonos transformar por la acción del Espíritu
Hechos de los apóstoles 4,
32-37; Sal 92; Juan 3, 1-15
‘Teneis que nacer de nuevo’, le dice Jesús a Nicodemo. ¿Qué significa?
A Nicodemo le cuesta entender, porque como dice él un hombre viejo no puede
volver a entrar en el seno de su madre para volver a nacer. Es una imagen que
nos quiere decir mucho. Jesús quiere dejárnoslo muy claro.
Al principio de los evangelios sinópticos – Mateo, Marcos y Lucas – el
primer anuncio que hace Jesús es la invitación a la conversión para creer en la
Buena Nueva del Reino que anuncia Jesús. Si no hay esa vuelta completa de
nuestra vida no podremos entender esa Buena Noticia que Jesús nos trae y
aceptar esa vida nueva que significa el Reino de Dios.
La imagen que nos presenta el evangelio de Juan es el nuevo
nacimiento. Va en el mismo sentido de lo que se nos decía en los sinópticos, el
de la conversión, el del cambio de vida. Y es que aceptar el Reino nuevo de
Dios que Jesús nos anuncia es una nueva vida, es necesario un nuevo nacimiento.
Es lo que ahora le está diciendo Jesús a Nicodemo. Había venido de noche a ver
a Jesús – en la placidez de la noche cuantas conversaciones profundas se pueden
tener – y venia con buena voluntad porque había descubierto que en Jesús algo
nuevo esta sucediendo, algo nuevo se estaba anunciando. Pero Jesús le dice que
no valen solo buenas voluntades, es necesario algo más, ese cambio profundo,
ese nuevo nacimiento.
Un nuevo nacimiento que significaran unas nuevas actitudes y posturas
por nuestra parte; es necesario ese deseo nuestro, esa apertura de nuestro corazón,
esa voluntad de querer aceptar para hacer nueva nuestra vida. Pero será algo
que no haremos solo por nosotros mismos o con nuestra fuerza y voluntad. Hay
una acción de Dios.
Por eso Jesús le dirá que hay que nacer del agua y del Espíritu.
Recibimos el baño del agua, sí, que nos lava y purifica de todo lo viejo que
hay en nosotros y que hemos de tener la voluntad de arrancar de nuestra vida.
Pero es una acción del Espíritu de Dios en nosotros. Nacer del agua y del
Espíritu.
Entendemos que se está refiriendo al Bautismo. Es un bautismo nuevo,
porque ya para nosotros no será un signo penitencial de purificación como era
el bautismo de Juan. Es algo más, algo nuevo, algo distinto, porque está la
acción de Dios, la fuerza del Espíritu que hará nacer en nosotros una nueva
vida, un nuevo nacimiento, como nos viene diciendo Jesús. Es la gracia de Dios
que nos transforma para llenarnos de la vida de Dios.
Es el bautismo no como un simple rito de iniciación, sino como una
transformación total de nuestra vida. Nace en nosotros una nueva vida con la
semilla del Reino de Dios y de tal manera es nueva esa vida que nos hace hijos
de Dios. Y todo eso por el misterio redentor de Cristo. Es una participación en
el misterio de Cristo, es una participación en su muerte y resurrección, un
morir con Cristo en el bautismo, morir al hombre viejo, para resucitar, renacer
con El en una vida nueva, como luego nos explicará muy bien san Pablo en sus
cartas.
En la Pascua hemos hecho una renovación de nuestro Bautismo. Renovábamos
las promesas bautismales en la noche santa de la resurrección del Señor como un
signo de esa vida de resucitados que habíamos de vivir. Era la conclusión del
camino cuaresmal que habíamos recorrido. Es un nuevo principio en nuestra vida,
porque en verdad queremos sentirnos renovados en esta pascua.
Hemos de seguir atentos y diligentes para no volver a ese hombre viejo
de muerte, sino vivir esa vida nueva en la que hemos renacido. Mucho tendríamos
que reflexionar sobre esto, sobre lo que en verdad ha de significar en nuestra
vida ese renacer de cada día con verdadero sentido pascual.
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