Pongamos nuestra solidaridad que no sean solo palabras sino que se traduzca en hechos muy concretos y nuestro mundo será mejor
Hechos de los apóstoles 5,
34-42; Sal 26; Juan 6, 1-15
‘Pero, ¿qué es esto para tantos?’ era la pregunta que se hacía
aquel discípulo cuando habían encontrado un muchacho con cinco panes y dos
peces. Era una multitud grande la que se había congregado en torno a Jesús. Les
había dicho que había que darles de comer porque llevaban varios días con él y
no tenían que comer estando además en despoblado; ya habían hecho sus cálculos
de la cantidad de dinero que necesitarían para dar de comer a toda aquella
gente, pero estaban en despoblado y allí tampoco había donde comprar pan;
parecía que todo eran dificultades y con lo que tenían no encontraban solución.
¿No nos pasará algo igual a nosotros? Nos abruman los problemas y nos
sentimos tan débiles y sin fuerzas; no sabemos a quien acudir ni como encontrar
soluciones; y eso hasta en las cosas más nimias de nuestra vida. Pero
contemplamos nuestro mundo con sus crisis, con sus miserias, con sus
injusticias y con el hambre que padecen millones de hombres por todas partes.
Queremos hacer pero algunas veces parece que no sabemos que hacer; pensamos
quizá que la solución del problema está en otras manos, los poderosos, los que
tienen el mando o la dirección de la sociedad, y nos inhibimos.
¿Qué puedo hacer yo si soy solo uno en medio de tantos? ¿De que me
valdría dar incluso todo lo que yo tengo si eso no va a solucionar el hambre de
millones? ¿Qué puede valer mi opinión si soy una persona insignificante? Hay
otros que saben más, que pueden más, que ellos comiencen. Y reculamos, nos
echamos atrás, nos cruzamos de brazos, al final ni nuestros pobres cinco panes
y dos peces somos capaces de ponerlos a disposición en unas falsas humildades o
en una poca valoración de lo que podemos valer y de lo que podríamos hacer si
ponemos nuestro granito de arena.
Creo que este pasaje del evangelio de la multiplicación de los panes
que tantas veces hemos meditado nos puede interpelar por dentro sobre lo que
hacemos o no hacemos por nuestra sociedad o por nuestro mundo. Nuestro pequeño
pan, el de nuestra inteligencia, el de nuestra capacidad, el de nuestras ideas,
el de nuestra buena voluntad, el de nuestro compromiso tiene un valor muy
grande. Aunque parezcamos insignificantes podemos hacer mucho, tenemos además
mucho que hacer.
El milagro de Jesús de la multiplicación de los panes Jesús lo está
poniendo en nuestras manos porque nosotros tenemos que seguir realizándolo hoy.
No podemos quedarnos impasibles ante las necesidades de los demás, ante la
situación de nuestra sociedad, ante la dejadez quizá de los que mucho tendrían
que hacer, pero que nosotros tenemos mucho que hacer. No podemos consentir que
nuestra sociedad y nuestro mundo marchen por derroteros de destrucción y de
muerte.
Es el amor el que puede salvar al mundo, como fue el amor de Jesús el
que hizo posible que toda aquella multitud pudiera comer en el desierto. Ahí
tenemos que poner nuestra solidaridad que no sean solo palabras sino que se
traduzca en hechos muy concretos que tenemos que realizar. Cada uno tenemos que
analizar la situación allí donde estamos para abrir los ojos y ver los
problemas y poner nuestros esfuerzo, nuestro empeño en hacer un mundo de mayor
justicia.
Y finalmente un detalle del evangelio. Jesús mandó recoger los panes
que sobraron para que nada se desperdiciara. ¿Hemos pensado cuanto se
desperdicia en nuestro mundo? Serán esas capacidades que tenemos y que no
utilizamos. Y será también materialmente cuántas cosas se tiran, cuántos
alimentos se destruyen, cuántas cosas que pueden servir para ayudar a los demás
se desperdician. Esto nos tendría que llevar a más largas reflexiones.
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