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miércoles, 6 de abril de 2016

Creemos en el amor que nos salva y nos ponemos en camino de amor para ofrecer la luz de la salvación a todos

Creemos en el amor que nos salva y nos ponemos en camino de amor para ofrecer la luz de la salvación a todos

Hechos 5, 17-26; Sal 33; Juan 3, 16-21

Amor de Dios, fe, salvación son las constantes del evangelio de este día. ‘Para que no perezca ninguno de los que creen en El… para que el mundo se salve por El’, nos insiste el evangelio. Es la manifestación grande, la manifestación más maravillosa del amor de Dios.
En algunos momentos nos hemos hecho una imagen del Dios del juicio y de la condena. Quizá conscientes de nuestra maldad, de nuestro pecado, de nuestro rechazo a la luz nos quedamos con esa imagen del Dios pronto para condenar. Pero no es la constante de la revelación de Dios. El Dios clemente y misericordioso, lento a la ira y tardo para condenar, que ya se nos decía en el Antiguo Testamento.
Con Jesús se nos manifiesta más palpablemente ese rostro misericordioso de Dios. Jesús es la presencia del amor de Dios entre nosotros. Porque nos amaba y con un amor infinito y eterno nos envió a su Hijo. No para condenar sino para salvar; no para que permaneciéramos en las tinieblas, aunque nosotros las hubiéramos elegido, sino para llevarnos a la luz. Y lo que necesitamos es creer en El, creer en su amor, acogernos a su misericordia infinita, acercarnos a luz para iluminarnos para siempre llenándonos de su vida.
Es lo que nos repite hoy el Evangelio. Es la Buena Noticia que Jesús viene a proclamar y nos pide que creamos en El. ‘Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él’. 
Pero bien sabemos lo que significa creer; no son solo palabras, no es solo la aceptación de unos dogmas; sí es la aceptación de una verdad que es el amor de Dios existente desde toda la eternidad que viene a regalarnos su amor y con su amor la salvación, el perdón, la gracia de la vida nueva. Pero esa aceptación de esa verdad del amor no es de forma teórica sino vital, porque es ponernos en la orbita de ese amor para amar con un amor igual; es ponernos en la órbita de la presencia de Dios que llena e inunda totalmente nuestra vida; es ponernos en ese camino de Dios, que es camino de rectitud, de bien, de justicia, de verdad, de paz, de perdón, de amor.
Recibimos ese amor y amamos con ese amor; nos llenamos de su paz cuando nos regala su perdón e iremos repartiendo paz porque nos acercaremos como hermano al hermano, y regalaremos también nuestra comprensión y el perdón porque ya nunca juzgaremos ni condenaremos al hermano; en la presencia del Dios del amor en nuestra vida iremos entonces construyendo ese mundo nuevo desde la rectitud de nuestra vida, desde nuestro compromiso, desde el trabajo por el bien y la verdad, desde el sentido nuevo de comunión y de amor con que iremos construyendo nuestro mundo. 

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