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martes, 24 de noviembre de 2015

No podemos desesperar ni llenarnos de angustia por las negruras de este mundo, porque tenemos una responsabilidad de poner nuestra parte de luz

No podemos desesperar ni llenarnos de angustia por las negruras de este mundo, porque tenemos una responsabilidad de poner nuestra parte de luz

 Daniel 2,31-45; Sal.: Dn 3,57.58.59.60.61; Lucas 21,5-11
Contemplaban la belleza del templo. Desde la colina del Monte de los Olivos la visión era espectacular. Causaba admiración a propios y a extraños. Pero aún más estaba el amor que todo judío tenia al templo de Jerusalén y a la ciudad santa. Pero Jesús quiere hacerles reflexionar sobre todo aquello que contemplaban. Las bellezas de este mundo son transitorias, efímeras. Tendríamos que preocuparnos por una belleza que nunca se empañara. Todo debía conducirnos a querer contemplar la visión de Dios, de la que todas estas bellezas humanas son pálidos reflejos.
Todo aquello algún día quedaría destruido. Implícito estaba el anuncio de la ciudad de Jerusalén, que cuando el evangelista nos trasmitió el evangelio ya se había realizado. Abundará en párrafos siguientes en el tema. Pero para el amor que todo judío sentía por Jerusalén y su templo aquello era como el fin del mundo. Por eso quizá surge la pregunta en los discípulos. ‘¿Cuándo va a suceder esto?’ Jesús aprovechará para hacernos unas hermosas advertencias.
Muchas veces en la vida nos encontramos con agoreros de calamidades. Gentes que hacen sus propias interpretaciones ya sea de los acontecimientos, ya sea apoyándose incluso en textos sagrados para hacernos anuncios que nos llenen de angustia y de temor. Están los que lo están siempre viendo todo negro y en cuyos corazones falta la esperanza; los que lo ven todo como irremediable e imposible de arreglar y en lo que pueda ir sucediendo están viendo anuncios de calamidades que vendrán como si fuera un destino irremediable. Están los que ante lo que sucede nos hacen anuncios de fin del mundo, porque dicen que se va a cumplir ya de forma inexorable todo lo que está anunciado. Profetas de calamidades y que anuncian angustias no  nos faltan en todos los momentos de la historia. ¿Podemos vivir siempre con esa angustia que nos puede conducir a la desesperación?
Jesús hoy nos advierte: ‘Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: "Yo soy", o bien "El momento está cerca"; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero al final no vendrá en seguida’.
No nos dejemos engañar. No nos puede faltar la esperanza.  No nos podemos confundir ni dejar que nos confundan. No podemos decaer en nuestra tarea y responsabilidad hasta el último minuto que además nunca sabremos cuando nos va a llegar. En la carta a los Tesalonicenses san Pablo en este sentido advierte a los cristianos de entonces, porque algunos con una falsa esperanza de que el momento de segunda venida del Señor era inminente ya no querían ni trabajar.
Cuantas veces en nuestro tiempo hemos oído hablar de apariciones y revelaciones de que el fin del mundo está cerca, de que sucederá en tal año y tal fecha, porque se han hecho sus interpretaciones muy particulares de frases enigmáticas que alguien haya pronunciado. Y la gente suele ser muy crédula en estas cosas y no aprende de la experiencia de los errores y engaños que hayan pasado.
Tenemos un camino que realizar, unas responsabilidades en la vida que no podemos abandonar. Y si en ese mundo en el que vivimos hay tantas calamidades, pongamos de nuestra parte todo lo que podamos realizar para hacerlo mejor. Lo que sí en el fondo de nuestra conciencia hemos de sentir paz, porque sepamos estar en paz con Dios arrancando de nosotros todo lo que nos pueda apartar de El. Si vivimos con esa paz en el corazón no habrá angustia ni temor. Es lo que tenemos que buscar, porque con nosotros camina el Señor y El nos llena de su paz. Busquemos la verdadera belleza, como decíamos al principio, porque estemos preparados para esa visión de Dios en el cielo cuando El quiera llamarnos.

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