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lunes, 23 de noviembre de 2015

Es bonito hablar de solidaridad y desprendimiento pero qué difícil se nos hace cuando el actuar en consecuencia compartiendo lo que tenemos

Es bonito hablar de solidaridad y desprendimiento pero qué difícil se nos hace cuando el actuar en consecuencia compartiendo lo que tenemos

Daniel 1, 1-6. 8-20; Sal.: Dn 3, 52. 53. 54. 55. 56; Lucas 21, 1-4

Ante este evangelio que hoy nos propone la liturgia y que recientemente ya hemos reflexionado también confieso que es mucho más fácil hablar, decir cosas hermosas, hacernos bonitas reflexiones, e incluso decirle a los demás lo que tienen que hacer, que uno hacerlo. Es bonito hablar de solidaridad, de compartir, de desprendimiento pero cuando eso nos toca hacerlo a nosotros, cuando nos toca a nuestro bolsillo o a nuestra manera de vivir parece que ya es otra cosa.
Creo que así crudamente con lo que es la verdadera realidad de nuestra vida, de lo que hacemos - al menos intento hacerlo yo hoy - tenemos que enfrentarnos una vez más a esta palabra de Jesús en este episodio del evangelio. Una mujer pobre que nada tiene y que se desprende de los dos últimos reales de su bolsillo para ponerlo en la ofrenda del templo. Y confesemos que tantas veces estamos buscando la moneda más pequeña cuando pasa la bandeja en misa delante de nosotros.
Y es que espontáneamente nos aparecen nuestras reservas; es que esto lo voy a necesitar, es que quiero tener no sé qué cosas, es que yo también soy pobre y tengo mis necesidades, es que llegamos a final de mes y no me alcanza, es que la vida está difícil y nos acogemos a las crisis haya o no las haya, nos acogemos a no se cuantas reservas mentales que nos hacemos y siempre nos buscamos disculpas que a la larga nos están encerrando en nosotros mismos.
Y Jesús nos está diciendo que aquella pobre viuda dio más que todos aquellos que antes que ella pomposamente habían ido dejando sus ofrendas en el cepillo del templo; aquella mujer dio todo cuanto tenía para vivir.
No quiero dar consejos, no quiero decir lo que tenemos que hacer, sino que solo me pongo ante este episodio del evangelio y trato de analizar mis actitudes y mis formas de comportamiento. Es en la cuestión del desprendimiento y del compartir con los más necesitados, pero será en tantas pequeñas cosas que puede haber en nuestra vida donde siempre nos estamos mirando el ombligo.
Queremos tener, queremos poseer cosas muchas veces por el simple hecho de tenerlas aunque luego ni las usemos sino que simplemente las guardamos o las tenemos como un adorno. Son esas apetencias que se nos meten por dentro donde de todo nos desconsolamos, de todo queremos tener. Son esos impulsos que nos arrastran porque total eso no cuesta tanto, eso está ahora en rebajas, y aunque no lo necesitamos, aunque no sean cosas perentorias para mi vida, allá vamos pronto a comprarlas aunque luego, digo, las arrimemos a un lado. Es ese querer estar siempre cambiando de ropa, de utensilios, porque eso ya no se lleva, porque eso está pasado de moda, porque siempre estoy con lo mismo. Miremos nuestros armarios, nuestras alacenas y de cuantas cosas innecesarias los tenemos llenos.
Son tantas las actitudes, las posturas, las rutinas de las que vamos llenando nuestra vida. Son los apegos de nuestro corazón que nos hacen mirarnos solo a nosotros mismos. Y claro así lo del desprendimiento, de la generosidad para dar lo que tenemos e incluso lo que necesitamos será en verdad algo costoso.
Nos puede decir tantas cosas aquel gesto de la pobre viuda del evangelio…

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