Fe, amor y alegría para contar a todos la gloria del Señor
Hechos, 15, 7-21; Sal.
95; Jn. 15, 9-11
‘Contad a los pueblos
la gloria del Señor’,
fuimos repitiendo en el salmo. ‘Contad a
los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones… cantad al Señor,
bendecid su nombre…’
Cantamos la alabanza del Señor, bendecimos a Dios y
proclamamos su gloria contando a los pueblos las maravillas que hizo el Señor.
Escuchábamos en la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles cómo ‘toda la Asamblea hizo silencio para
escuchar a Bernabé y Pablo que les contaron los signos y prodigios que habían
hecho entre los gentiles con la ayuda de Dios’; como escuchábamos
anteriormente ‘cómo Dios había abierto a
los gentiles la puerta de la fe’.
Pedro corrobora también con la experiencia que él había
tenido cuando el Espiritu del Señor bajó también sobre el centurión Cornelio,
un pagano que también había abrazado la fe. Como les dice ahora Pedro ‘Dios que penetra los corazones mostró
su aprobación dándoles el Espíritu Santo como a nosotros. No hizo distinción
entre ellos y nosotros, pues ha purificado sus corazones con le fe… creemos que
lo mismo ello que nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús’.
Contamos y cantamos las maravillas que hace el Señor
que nos llama a todos a la fe. Contamos y cantamos las maravillas que hace el
Señor que nos otorga la salvación por la gracia del Señor Jesús. Como nos dirá san Pablo luego en la carta a los
Efesios, ‘por pura gracia estáis
salvados’. La salvación es una gracia del Señor, un regalo que nos hace el
Señor no porque nosotros lo merezcamos sino por el amor que nos tiene.
¿Cómo hemos de responder nosotros? Con nuestra fe y con
nuestro amor. La fe con la que le decimos sí a Dios, reconociendo su grandeza y
su amor, reconociendo la gracia que nos regala con su salvación. La fe que es
el sí que le damos a Dios viviendo esa vida nueva que nos ofrece. La fe es el
Sí que le damos al Señor reconociendo que El es nuestro único Señor y Salvador.
Pero si con la fe le decimos sí a su amor, en su amor
hemos de vivir; nos sentimos amados y no podemos menos que amar. Nos sentimos
amados y porque creemos en El queremos permanecer unidos a El en su amor. La fe
nos conduce al amor, como el amor de Dios ha despertado en nosotros la fe. Reconocemos
su amor y le damos la respuesta de nuestra fe; renoconocemos que El es el Señor
de nuestra vida porque creemos en El y le damos la respuesta de nuestro amor.
‘Como el Padre me ha
amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor’, nos decía Jesús en el Evangelio.
Como hemos reflexionado estas palabras de Jesús se corresponden con las
palabras de despedida de Jesús en la última cena. Nos muestra el amor que Dios
nos tiene y nos dice que así amemos nosotros a Dios, así permanescamos unidos
en su amor. Cuando le amamos y le damos respuesta con nuestra fe y con nuestro
amor cumpliendo sus mandamientos vamos a permanecer unidos a El para siempre.
Es despedida pero es decirnos que El estará siempre con nosotros en su amor y
lo que nosotros hemos de hacer es permanecer en su amor.
Finalmente nos habla Jesús de la alegría. Cuánto lo
necesitamos porque cuando creemos en El y le amamos no caben en nosotros las
tristezas. Cuánto necesitamos que Jesús nos hable de alegría, porque El quiere
que haya esperanza en nuestros corazones. Algunas veces caminamos por la vida y
pareciera que se nos han acabado todas las esperanzas. Eso no tiene sentido en
un cristiano que ha puesto toda su fe en Jesús. Los problemas nos agobian, la
situación dificil por la que podamos estar pasando parece que desastabilizan el
corazón, pareciera que nos envolviera la negrura del pesimismo y la desilución.
Todo eso está lejos del sentir cristiano, todo eso tiene que estar lejos del
que se dice creyente en Jesús.
La fe que tenemos en Jesús nos dice que de esas
negruras podemos salir, que esos problemas pueden tener solución, que esas
situaciones las podemos superar, que a esas dificultades por las que pasamos le
podemos poner unos nuevos tintes de color y de luz, porque el Señor está con
nosotros, porque su amor no nos faltará
nunca, y porque si vivimos intensamente en esa fe y en ese amor que ha de ser
nuestra respuesta estaremos ya realizando una transformación en nosotros, en
nuestros corazones, pero estaremos también ayudando a esa transformación de
nuestro mundo.
‘Os he hablado de esto
para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud’. Vivamos con entusiasmo la alegría
de nuestra fe y que eso se manifieste en nuestras actitudes, en las sonrisas de
nuestros rostros y en la ilusión y esperanza de la que contagiemos a nuestro
mundo.
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