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domingo, 9 de septiembre de 2012


Los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mudo cantará…
Is. 35, 4-7; Sal. 145; Sant. 2, 1-5; Mc. 7, 31-37

Sin verdadera comunicación es difícil que podamos entrar en comunión los unos con los otros; comunicándonos nos conocemos, trasmitimos lo profundo de nosotros mismos y entramos también en lo profundo que el otro quiere trasmitirnos. Por los sentidos físicos nos comunicamos porque hablamos, vemos, oimos, palpamos y la discapacidad por falta de alguno de nuestros sentidos crea dificultad en la comunicación y en consecuencia de la comunión entre unos y otros. Pero no son sólo estas barreras de discapacidad fisica las que pueden crear impedimentos porque desgraciadamente muchas veces en la vida ponemos barreras que nos impiden esa necesaria comunicación y comunión.

Hoy el evangelio nos está hablando de un hombre sordo que además apenas podía hablar. Quienes hayamos tenido la experiencia de convivir o estar cercano a personas sordas sabemos de la dificultad de esa comunicación y cuántos problemas se crean además para la convivencia. Muchas amarguras y tristezas podemos contemplar en ocasiones en estas personas. Es cierto que la inteligencia humana hace maravillas y llegamos a crearnos y utilizar otros lenguajes para la comunicación y una persona madura sabe saltar, al menos lo intenta, esas barreras que pudieran apartarnos los unos de los otros y superar esas tristezas y amarguras. Cosa que no siempre es fácil y tendría que ser un toque de atención para todos.

Le presentaron a este sordomudo a Jesús  ‘y le piden que le imponga la manos’. Ya hemos escuchado el relato del evangelio con los gestos que Jesús realiza tocando sus oidos y su lengua, y a aquel hombre ‘al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad’. Se manifiesta así la gloria del Señor y al divulgarse la noticia  ‘en el colmo de su asombro decían: Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos’. 

El profeta había anunciado, como escuchamos en la primera lectura. ‘Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará: se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mudo cantará…’ Viene el Señor con su salvación. En el evangelio le contemplamos realizando maravillas. El Señor sigue haciendo maravillas en nosotros. Lo que escuchamos en el evangelio son signos de toda esa salvación que el Señor quiere para nosotros.

El mensaje que nos quiere ofrecer hoy la Palabra de Dios es hermoso y es profundo. Tenemos que descubrir y sentir todo lo que el Señor quiere trasmitirnos. Este pasaje del evangelio me hace pensar y reflexionar en muchas cosas. De entrada tendríamos que decir que no pongamos barreras en nuestro corazón y en nuestro espíritu a la Palabra que el Señor quiere dirigir a nuestra vida. Podríamos ya pedirle que toque nuestros oídos, nuestra lengua, nuestro corazón, nuestra vida para que se abran de verdad a su Palabra, que algunas veces no queremos escuchar, algunas veces nos hacemos sordos a lo que el Señor quiere decirnos o pedirnos.

Una cosa en lo que también nos ilumina esta Palabra del Señor es en la solidaridad que tendríamos que aprender a tener con todas aquellas personas que padecen algun tipo de discapacidad física en sus sentidos, - ciegos, cojos, sordos o cualquier otra limitación o discapacidad -, y que ya tendríamos, tanto a nivel personal o individual, pero también desde nuestra sociedad, que aprender a valorar a estas personas cuyo valor y dignidad está por encima de esas limitaciones, y también poner todo lo necesario para no crearles barreras en su comunicación con los demás, así como ayudarles a que ellas mismas se valoren y sean capaces de desarrollar todas las posibilidades que tienen como personas. Cuánto habría que hacer en este sentido.

Pero también podemos abundar en algo más. En el comienzo de esta reflexión, casi como una introducción, hablábamos de la comunicación que nos lleva a la comunión, y decíamos que no nos quedamos sólo en la comunicación que a través de nuestros sentidos físicos podemos realizar. 

Y hemos de reconocer que en muchas ocasiones ponemos barreras en esa comunicación mutua. Con qué facilidad nos encerramos en nosotros mismos de forma egoísta aislándonos de los demás, ignorándonos mutuamente quizá. En un mundo en el que vivimos hoy tan adelantado en medios de comunicación que nos facilitan el poder estar en contacto on personas de cualquier lugar del planeta - ahí tenemos internet o los modernísimos medios de telefonía -, quizá no somos capaces de escuchar al que está más cerca de nosotros y creamos aislamientos y silencios en nuestras relaciones. 

Qué difícil se nos hace a veces escucharnos sin prevenciones ni prejuicios. Y cuando no nos escuchamos de verdad que injustos somos con los que nos rodean, porque enseguida nacen sospechas y desconfianzas. Y ese no es el camino del amor verdadero que un cristiano ha de vivir.

No somos capaces de abrir nuestro corazón a nadie y tenemos miedo a compartir lo más hondo de nuestro yo a causa quizá de nuestros miedos o complejos. En la vida nos vamos encontrando con seres que caminan solos, quizá porque ellos no han sabido abrirse a los demás, pero también muchas veces porque somos nosotros los que los aislamos, le negamos la comunicación. Por otra parte cuántas discriminaciones vamos haciendo en la vida desde tantos baremos que nos creamos para aceptar a unos sí y a otros no. 

Muchas más cosas podríamos reflexionar en este sentido. Si antes pedíamos que el Señor pusiera su mano sobre nosotros para despertarnos y abrir los oidos de corazón a la Palabra que quiere decirnos, ahora tenemos que seguirle pidiendo, sí, que ponga su mano sobre nuestra vida para que rompamos de una vez por todas esas barreras que de una forma o de otra nos vamos creando y que nos separan, aislan o hacen surgir discriminaciones.

El Señor que nos ha dejado el mandamiento del amor como nuestro distintivo despierte ese amor en nuestro corazón para que lleguemos a esa verdadera comunicación que nos lleve a una comunión profunda entre todos. Que abramos nuestros ojos a la luz del evangelio, nuestros oídos a su Palabra salvadora para que nos dejemos transformar por su gracia y ser ese hombre nuevo del evangelio, en el estilo del amor que Jesús vivió y nos enseña que hemos de tenernos los unos con los otros.

Viene el Señor, como decia el profeta, a traernos la salvación. Que llegue su salvacion en verdad a nosotros porque se nos abran nuestros ojos y oidos a su gracia salvadora. Que se abran también nuestros labios que seamos capaces de trasmitir esa Palabra de salvación a los demás. No echemos en saco roto la gracia del Señor.

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