Por designio divino llamado a anunciar la promesa de vida que hay en Cristo Jesús
2Tim. 1, 1-3.6-12; Sal. 122; Mc. 12, 13-17
‘Apóstol de Jesucristo
por designio de Dios, llamado a anunciar la promesa de vida que hay en Cristo
Jesús…’ Hermosa
definición que hace Pablo de sí mismo, de su vocación y de su misión cuando
saluda al hijo querido, Timoteo, en la segunda carta que hoy nos propone la
liturgia.
No es voluntad propia, sino ‘designio de Dios’. ¿Qué es lo que nos anuncia? ¿Cuál es su
mensaje? ‘La promesa de vida que hay en
Cristo Jesús’. Podemos recordar que no fue Saulo el que buscó a Jesús sino
que fue Jesús el que le salió al encuentro en el camino de Damasco cuando iba
con sones de persecución para los que seguían el camino de Jesús. ‘Lo he
elegido para ser instrumento que lleve mi nombre a todos los pueblos’, le
dijo el Señor a Ananías. Y se convirtió en mensajero de vida, de la vida de
Jesús que a todos llena de vida y de salvación.
¿No será ese el mensaje que los que creemos en Jesús
tenemos que llevar siempre a los demás? Esta carta de Pablo que estamos
comentando forma parte de las llamadas cartas pastorales; en ellas el apóstol
da instrucciones a aquellos discípulos a los que había encomendado unas
comunidades - Éfeso a Timoteo, Creta a Tito, como bien sabemos – y en este caso estamos viendo cómo
el apóstol se preocupa de que Timoteo avive la gracia de Dios que recibió con
la imposición de las manos.
Pero nos vale a todos, pastores y fieles, dichas
recomendaciones porque todos tenemos la misión del apostolado, en virtud de
nuestra fe en Jesús y nuestra pertenencia a la comunidad cristiana hemos de ser
apóstoles, testigos de nuestra fe en medio del mundo. ‘Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía,
de amor y de buen juicio’. Por eso le dice, nos dice, ‘toma parte en los duros trabajos del evangelio, según las fuerzas que
Dios te dé’.
No terminamos de considerar lo suficiente la riqueza
del mensaje del evangelio que nos manifiesta el amor que Dios nos tiene desde
toda la eternidad. Nos regala su amor y nos regala su vida que se manifiesta en
plenitud en Jesucristo, el Señor. Sintiéndonos así amados de Dios, si lo
consideráramos lo suficiente, nos sentiríamos urgidos a la santidad, a una vida
santa. ¿Cómo no responder con una vida de amor a todo el amor que Dios nos
tiene?
‘El nos salvó y nos
llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque antes de la
creación del mundo, desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia, por
medio de Jesucristo, y ahora, esa gracia se ha manifestado por medio del
evangelio, al aparecer nuestro Salvador Jesucristo que destruyó la muerte y
sacó a la luz la vida inmortal’.
Maravilloso mensaje que tenemos que meditar pausadamente allá en lo hondo de
nuestro corazón. Rumiarlo en nuestro interior, repetir una y otra vez la
reflexión dejando que el Espíritu del Señor nos ilumine por dentro.
Esto para nuestra vida, pero esto también como mensaje
que hemos de saber trasmitir a los demás. No conocemos a veces suficientemente
todo lo que es el misterio de nuestra salvación y por eso nuestra vida en
ocasiones es mediocre espiritualmente. Y si nos encontramos mucha gente a
nuestro alrededor a los que no les dice nada o les dice poco la fe y el ser
cristiano, hemos de reconocer porque muchas veces no se les ha hecho el debido
anuncio.
¿Cómo van a creer si no se les anuncia el Evangelio?
Esto nos urge con mayor intensidad el que tenemos que ser apóstoles, testigos
de nuestra fe en Jesús, de la salvación que en Jesús Dios nos da para todos los hombres. Que la gracia del Señor nos
acompañe. Como dice el apóstol ‘estoy
firmemente persuadido de que tiene poder para asegurar hasta el último día el
encargo que me dio’. No nos faltará la gracia del Señor en ese testimonio
que hemos de dar de Jesús y del evangelio.
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