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lunes, 4 de junio de 2012


El gozo de nuestra fe nos ha de llevar a dar frutos de vida cristiana
2Pd. 1, 1-7; Sal. 90; Mc. 12, 1-12
Cuando vivimos con gozo nuestra fe cada día tendremos más deseos de crecer más y más en nuestro conocimiento de Dios y en la medida que vamos madurando en nuestras actitudes y comportamientos de creyente lo iremos manifestando en nuestra vida con los frutos de nuestro compromiso y buenas obras. 
Es lo que realmente tendríamos que vivir, sintiendo que esa fe que tenemos en Dios ilumina nuestra vida dándole un sentido y una fuerza a nuestro vivir. Es cierto que está nuestra debilidad que actúa muchas veces como una rémora que nos frena en ese crecimiento de la fe y del conocimiento de Dios y nos ataja, por así decirlo, en nuestro compromiso creyente y cristiano.
La fe, que hemos de reconocer también que es un don de Dios y un don sobrenatural porque no es una fe nacida solamente desde nuestro raciocinio, desde nuestros razonamientos humanos, es como esa viña de la que nos habla la parábola del Evangelio que Dios ha puesto en nuestras manos. De la misma manera que el dueño de la viña enviaba quien recogiera los frutos de aquel arrendamiento a los labradores a los que la había confiado, Dios espera de nosotros también esos frutos que han de resplandecer en nuestra vida. 
Pero la parábola, que describe muy bien cuál era la respuesta que el antiguo pueblo de Dios estaba dando a la Alianza que habían hecho con Dios, refleja también muchas actitudes, muchas posturas, muchas cosas negativas incluso de nuestra vida. ‘Jesús, dice el evangelista, se puso a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes, a los letrados y a los senadores’. Quiere plasmarles claramente el mensaje y ellos al final captaron realmente que hablaba por ellos porque dice que ‘intentaron echarle mano, porque veían que iba por ellos pero temieron a la gente y se marcharon’.
Como tantas veces hemos dicho, la parábola que es Palabra que Dios nos dice hoy a nosotros hemos de saber escucharla entendiendo bien lo que a nosotros también nos dice y nos pide el Señor. ¿Qué nos pide? Que rindamos el fruto de nuestra fe, de toda esa gracia que Dios ha derramado en nuestra vida y que ha de florecer en esos frutos de buenas obras y compromiso cristiano.
También nos cuesta como a aquellos arrendatarios escuchar y recibir a los enviados de Dios que el Señor pone a nuestro paso en el camino de la vida para seguir iluminándonos con su Palabra, para hacernos llegar la gracia de Dios. Cuántas veces hacemos oídos sordos a la Palabra del Señor que se nos proclama y nos escudamos en que los que nos trasmiten el mensaje no saben hacerlo, son unos pesados, las homilías son largas y no sé cuantas disculpas más vamos poniendo en nuestra vida. 
Con nuestra cerrazón, con nuestros oídos sordos, con nuestro pecado hacemos como aquellos arrendatarios que no escuchamos o más bien rechazamos al mensajero de Dios. Tratamos de justificarnos muchas veces porque pensamos que ya lo hacemos todo bien y que no es necesario que nos recuerden nada y seguimos mientras tanto con nuestra rutina, con nuestra frialdad y realmente no vamos creciendo como deberíamos en nuestra fe y en la respuesta que hemos de darle al Señor. 
Recojamos también el mensaje que nos ofrece hoy la carta de san Pedro. ‘Poned todo empeño en añadir a vuestra fe la honradez, a la honradez el criterio, al criterio el dominio propio, al dominio propio la constancia, a la constancia la piedad, a la piedad el cariño fraterno, y al cariño fraterno el amor’. Que se manifiesten palpables los frutos de nuestra fe, esa fe que queremos vivir con gozo, con alegría, con entusiasmo y de la que hemos de contagiar también a los demás.

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