Todo nos lleva a confesar nuestra fe
en Jesús en cuyo nombre alcanzamos la salvación
1Jn. 2, 29-3,6; Sal. 97; Jn. 1, 29-34
Todo nos lleva a confesar nuestra fe en Jesús. Es
importante que lo hagamos. No nos puede parecer superfluo que insistamos en
ello porque es necesario que lo tengamos bien claro. Y en medio de estas
fiestas navideñas lo proclamemos con toda claridad, para no desvirtuar su
sentido en ese mundo nuestro en que se va secularizando todo y ya se celebra
hasta navidad sin Jesús. Pero nuestro gozo lo tenemos en El y nuestra verdadera
fiesta tiene que partir de esa fe que tenemos en Jesús.
‘Al ver Juan a Jesús
que viene hacia él, exclama: Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo’. Juan
había venido a preparar los caminos del Señor, pero ya había sido testigo de la
manifestación de la gloria de Dios en el bautismo. Por eso ahora podrá
señalarlo claramente. ‘He contemplado al
Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre El’.
Nosotros el próximo domingo vamos a contemplar la
gloria de Dios se que manifiesta sobre Jesús cuando celebremos el Bautismo del
Señor. Pero ya vamos escuchando a Juan que nos lo va señalando. A nosotros
también nos está ayudando a preparar nuestro corazón para que se abra a la fe
en Jesús. Por eso escuchamos también con atención sus palabras que nos van
ayudando a crecer en nuestra fe. ‘Yo lo
he visto’, nos dice, ‘y he dado
testimonio de que éste es el Hijo de Dios’.
Como decíamos al principio, todo nos lleva a confesar
nuestra fe en Jesús. Es el Cordero de Dios, es el Hijo de Dios, es el que está
lleno del Espíritu divino para hacernos a nosotros también partícipes de su
vida divina. Es Jesús, en quien encontramos la salvación. Así había sido
señalado desde el cielo y es el nombre que el ángel de Dios tanto a María como
a José les manda poner al niño recién nacido. ‘Porque El salvará a su pueblo de sus pecados’. O como luego ya nos
dirá san Pedro, ‘no hay otro nombre que pueda salvarnos’.
En este día 3 de enero la liturgia nos permite hacer memoria
del santo nombre de Jesús. Así lo recordamos y lo estamos celebrando también
nosotros. Dulce y bendito nombre que nos
llena de gracia y de salvación.
San Bernardino de Siena fue muy devoto del santo nombre
de Jesús y propagador de su devoción. Bellas cosas dijo del nombre de Jesús, de
la que vamos a entresacar algunas cosas. ‘Éste
es aquel santísimo nombre anhelado por los patriarcas,
esperado con ansiedad, demandado con gemidos, invocado con suspiros, requerido
con lagrimas, donado al llegar la plenitud de la gracia… No hay otro fundamento fuera de Jesús, luz y puerta, guía
de los descarriados, lumbrera de la fe para todos los hombres, único medio para
encontrar de nuevo al Dios indulgente, y, una vez encontrado, fiarse de él; y
poseído, disfrutarle. Esta base sostiene la Iglesia, fundamentada en el nombre
de Jesús.
¡Oh nombre
glorioso, nombre regalado, nombre
amoroso y santo! Por ti las culpas se borran, los enemigos huyen
vencidos, los enfermos sanan, los atribulados y tentados se robustecen, y se
sienten gozosos todos. Tú eres la honra de los creyentes, tú el maestro de los
predicadores, tú la fuerza de los que trabajan, tú el valor de los débiles. Con
el fuego de tu ardor y de tu celo se enardecen los ánimos, crecen los deseos,
se obtienen los favores, las almas contemplativas se extasían; por ti, en
definitiva, todos los bienaventurados del cielo son glorificados’.
Que sepamos en
verdad invocar el santo nombre de Jesús, porque es sentir su presencia, llenar
de gozo el alma y sentirnos fortalecidos con su gracia frente a todos los
peligros.
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