Estrellas luminosas de amor para iluminar y transformar nuestro mundo
Todo el mundo dice hoy que es el día de los Reyes, pero
¿no será más bien el día del gran Rey? Efectivamente tenemos que decir que a
quien realmente hoy celebramos es al que es el Señor y Rey de nuestra vida. Decimos
en verdad que es la manifestación del Rey, la Epifanía del Señor. Magos vienen
preguntando por ‘el recién nacido rey de los judíos porque hemos visto salir su
estrella y venimos a adorarlo’.
El niño nacido en Belén y recostado entre pajas
anunciado por los ángeles entre resplandores de gloria a los pastores, ahora se
manifiesta como el Rey y Señor para todas las naciones, para todas las gentes,
anunciado también por un resplandor del cielo, como señal, por el resplandor de
una estrella aparecida en lo alto del firmamento.
En brazos de María finalmente lo van a encontrar los Magos
guiados ahora por la Escritura santa que manifiesta que será en Belén de Judá
donde han de encontrarlo. ‘Y tú Belén,
tierra de Judá, no eres ni mucho menos
la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe, que será pastor
de mi pueblo Israel’. Y el resplandor de la estrella vuelve a conducirlos
hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Todas estas fiestas y celebraciones de la navidad y
epifanía están envueltas en resplandores de luz, porque es la luz del mundo la
que ha venido a llenarnos de su luz y de su vida. El nacimiento de Jesús es
como un nuevo amanecer que nos llena de una luz nueva disipando todas nuestras
tinieblas.
Ya en la noche del nacimiento del Señor la Palabra nos
hablaba de la luz que brillaba en las tinieblas. Hoy de nuevo el profeta nos
anuncia ese amanecer. ‘Levántate, brilla,
Jerusalén, que llega tu luz, la gloria del Señor amanece para ti… sobre ti
amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti. Y caminarán los pueblos a tu
luz, y los reyes al resplandor de tu aurora’.
Bella imagen y rica en significado que se nos ofrece
hoy en la Palabra del Señor. Necesitamos de los resplandores de ese amanecer,
de esa luz que nos saque de tinieblas y de sombras. La fe y la esperanza que
ponemos en Jesús así quiere iluminar nuestra vida. Son muchas las oscuridades
que tenemos que disipar. Lo hemos venido reflexionando de una forma y otra a lo
largo del Adviento avivando nuestra esperanza. Y ahora que llega el Señor tiene
que resplandecer nuestra vida a esa luz nueva y viva que nos trae el Señor.
Tenemos al Emmanuel, a Dios con nosotros y con su
presencia tenemos que sentirnos transformados. Primero que nada tiene que
despertarse nuestra fe, avivarse para que nunca olvidemos esa presencia del
Señor y nos sintamos en todo momento fortalecidos con su gracia que tanto lo
necesitamos. Decía el evangelio que los magos cuando llegaron hasta donde
estaba Jesús se postraron cayendo de rodillas y lo adoraron.
Es lo que tenemos que saber hacer. Reconocer la
presencia del Señor, adorar al Señor como el único Dios de nuestra vida. Con
nuestra fe lo reconocemos y desde lo más hondo del corazón le ofrecemos lo
mejor de nosotros mismos, todo nuestro amor. Hemos de saber dejarnos guiar por
las estrellas, las señales que Dios pone a nuestro lado en el camino de la vida
para llegar hasta esa profesión de fe y esa adoración.
Algunas veces nos cuesta, porque nos sentimos
confundidos por muchas cosas o nos llenamos de dudas. En la vida nos van
apareciendo muchas sombras que nos confuden y pudiera parecernos que desaparece
la luz que nos guía. Fue el camino que siguieron los Magos de Oriente de los
que nos habla el evangelio, pero ellos supieron mantenerse firmes en su
búsqueda, aunque hubo momentos en que la estrella parecía desaparecer de su
vista, y al final llegaron hasta Jesús.
También los problemas en los que nos vemos envueltos en
la vida, la situación que se vive en nuestra sociedad, la carencia de cosas
elementales y necesarias que tienen tantos en estos momentos de crisis, el
sufrimiento que apreciamos a nuestro alrededor o nuestro propio sufrimiento
puede desestabilizarnos.
Muchas sombras envuelven nuestro mundo que hace que
muchos vayan como sin rumbo por la vida hace que necesitemos la luz de esa
estrella que nos guíe, que nos dé esperanzas, que nos haga soñar en un mundo
nuevo más justo, con más paz, más solidario, más humano. Pero, aún en medio de
esas turbulencias, nosotros los cristianos sabemos que hay una estrella que nos
guía, que hay una luz que nos da sentido y valor.
Nosotros creemos en Jesús. Estamos ahora celebrando su
nacimiento y su manifestación al mundo como esa luz de salvación. Con esa fe
tenemos que caminar; desde esa fe nos sentimos fuertes, porque sabemos que Dios
está con nosotros y con su gracia podemos ir transformando todo ese mundo
oscurecido en un mundo lleno de luz; ese mundo oscurecido por el pecado, por la
falta de amor, por tantos sufrimientos podemos en el nombre de Jesús transformarlo
para hacerlo mejor, para remediar tantas necesidades y para dar esperanza de
vida y de salvación a cuantos están sometidos al sufrimiento, al dolor y la
desesperación.
Es un anuncio que también nosotros hemos de hacer
siendo desde nuestra fe estrella luminosa para nuestro mundo. Y seremos
estrella luminosa desde el amor donde nos sentimos cada día más hermanos y
desde la solidaridad donde sabemos compartir con los demás, desterrando todo
egoísmo y cerrazón.
El amor es camino de salvación y nos abre a la justicia
y santidad verdadera. Por eso ahí donde contemplamos tanta sufrimiento tenemos
que saber estar con nuestro amor, nuestra ayuda, nuestra solidaridad, nuestro
compartir generoso. Cuánto podemos y tenemos que hacer; de cuántas maneras
podemos ser estrellas luminosas para los demás. El amor de un corazón generoso
nos hará encontrar medios y caminos para realizarlo.
Los Magos cuando llegaron y se postraron ante Jesús y ‘abriendo
sus cofres,le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra’, que nos dice el
evangelio. Es el signo del compartir. Es el ejemplo a imitar.
Abramos el cofre de nuestro corazón que muchas veces
sentimos la tentación del egoísmo y quisiéramos mantenerlo cerrado. Ábrelo
generoso y rebusca ahí dentro de tu corazón esos tesoros hermosos que tienes en
tu bondad, en tus buenos deseos, en las ganas que tienes de que el mundo sea
mejor, y comienza a compartir, comienza a ofrecer, que el Niño Dios está en
todos esos que están a tu alrededor llenos de sufrimiento y hambrientos de pan
o de paz, de justicia o de verdad. Muchas cosas buenas hay en ti para
compartir. Ya sabemos que lo que le hagamos a los demás es como si a Jesús se
lo hiciéramos como nos enseñará en el Evangelio.
Que amanezca en verdad la luz del Señor sobre nuestra
vida y nuestro mundo. Caminemos todos a luz del Señor, a la luz del amor. Así
lo proclamaremos en verdad como Rey y Señor de nuestra vida. Es el día de la
Epifanía del Rey.
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