Jueces, 11, 29-39;
Sal. 39;
Mt. 22, 1-14
‘No endurezcais vuestro corazón; escuchad la voz del Señor’. Es la antífona que nos propone la liturgia como aclamación en el aleluya antes del evangelio hoy. Escuchar al Señor. No endurecer nuestro corazón. Ayer escuchábamos la parábola en que el amo de la viña nos invitaba a ir a trabajar a su viña. Hoy es el rey que celebrar una boda y nos invita a que participemos en el banquete. Pero ya se nos decía que no endurezcamos el corazón sino que escuchemos la invitación del Señor.
Y es que en el relato evangélico ‘los convidados no quisieron ir’. Y a pesar de las insistencias del rey que envía de nuevo a sus criados ‘encargándoles que les dijeran: tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda. Los convidados no hicieron caso’. Tenían otras cosas que hacer o se buscaban disculpas para no asistir, sus tierras que atender o sus negocios en los que trabajar.
Somos nosotros también los invitados. ¿Cómo respondemos a esa invitación a participar en el banquete de bodas? Lo primero que se nos ocurre responder a esta pregunta es decir que nosotros sí respondemos a la invitación; ¿cómo no lo vamos a hacer? Pero seamos sinceros en nuestra respuesta y veamos si acaso nosotros también en muchas ocasiones nos buscamos mil disculpas.
¿Qué puede significar ese banquete de bodas al que somos invitados? Ya Jesús cuando comenzaba la parábola decía que ‘el reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo’. La imagen de la comida o del banquete, de la fiesta o de la boda es una imagen repetida para hablarnos del reino de Dios. Ya los profetas incluso anunciaban los tiempos mesiánicos como un festin de manjares suculentos, de una mesa preparada con las mejores comidas y los mejores vinos para todos compartir.
¿Qué entraña la celebración de una boda? Fiesta y alegría, compartir una comida o una convivencia de unos y otros en armonía y fiesta; se sienta a la mesa juntos los que se conocen y son amigos, y en caso de no conocerse se hacen las presentaciones mutuas que nos lleven a ese conocimiento y amistad; mucho se comparte en una comida alrededor de una mesa y que es mucho más que los manjares que comamos, porque es la comunicación, la conversación que nos puede llevar a muchas cosas buenas e interesantes.
Podríamos quizá volver a preguntarnos ahora sobre cómo respondemos nosotros a la invitación que se nos hace de participar en el banquete de bodas. Nos damos cuenta que no siempre contribuimos por nuestra parte con todo lo necesario para crear esa hermosa armonía con los que nos rodean, crear ese ambiente de fiesta y de alegría en las relaciones de unos y otros y cómo muchas veces parece que en la vida cada uno vamos por nuestra parte y no somos como los que realmente estamos sentados alrededor de la misma mesa.
Es, pues, esta palabra que hoy estamos escuchando y reflexionando sobre ella para revisar muchas actitudes que se nos meten en el corazón que nos llevan a que no siempre sepamos aceptarnos con sinceridad y buen corazón los unos a los otros. Queremos quizá venir a ese banquete pero no tenemos el traje de fiesta del amor, de la sinceridad, de la comprensión, de la humildad, de la apertura generosa de nuestro corazón. Y para participar en ese banquete del reino son cosas que tenemos que hacer brillar en nuestro corazón.
Todos estamos invitados, pero de muchas cosas tenemos que purificarnos, muchas cosas buenas tenemos que hacer crecer en nuestro corazón, muchas posturas buenas y generosas tenemos que hacer resplandecer en nuestra vida. No endurezcamos el corazón, escuchemos la voz del Señor que nos llama y que nos invita, que quiere que en verdad adornemos nuestro corazón de mucho amor, de mucha comprensión, de mucha generosidad, de mucha alegría. Muchas más cosas podríamos reflexionar sobre este texto pero ya tendremos oportunidad.
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