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viernes, 19 de agosto de 2011

Unos pilares sólidos para nuestra vida, la fe y el amor


Rut, 1, 1.3-6.14-16.22;

Sal. 145;

Mt. 22, 34-40

En alguna ocasión hemos reflexionado cómo un edificio ha de estar solidamente edificado sobre unos buenos cimientos y que los pilares que sustentan toda su estructura ha de tener la necesaria fortaleza para poder sostenerlo frente a los embates de vendavales y tormentas.

Escuchando el evangelio que hoy se nos ha proclamado vemos bien cuáles son esos pilares que han de sustentar todo el edificio de nuestra vida. Son los pilares de la fe en Dios y del amor. Por eso en otro momento Jesús nos habla de los cimientos que han de estar bien plantados en la Palabra de Dios y que metamos hondo en nuestro corazón para llevarla a nuestra vida y que nos permitirá luego caminar con seguridad el camino de nuestra vida de fe, nuestra vida cristiana. Sin esa fe y sin ese amor nuestra vida carecía de norte, de sentido. Con esa fe y ese amor nuestra vida encontraría su verdadero valor.

Hemos escuchado como alguien se acerca a hacerle una pregunta, aunque nos dice el evangelista que lo hacía para poner a prueba a Jesús. Más allá de esas intenciones no tan puras de aquel fariseo que además entendía de las Escrituras, sin embargo hemos de reconocer que no es tan banal la pregunta y a la larga a nosotros nos puede ayudar. Porque realmente está preguntando por lo más fundamental. ‘Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?’ ¿Qué es lo fundamental que hemos de hacer? ¿cuál lo esencial que ha de dar norte a nuestra vida? ¿Sobre qué tendría que fundamentar mi vida?

Jesús le responde, como hemos escuchado, recordando lo que todo buen judío había de saber porque incluso lo repetían cada día casi como una oración. ‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas’.

Efectivamente, estos dos mandamientos, el amor a Dios y el amor al prójimo sostienen en verdad toda nuestra vida. Son esos pilares de ese edificio de nuestra fe y de nuestra vida cristiana. Los pilares del amor. A Dios sobre todo y por encima de todo. Y como derivándose de ese amor que le tenemos a Dios tenemos que amar también al prójimo, tenemos que amar a los hermanos. Como ya nos explicará la escritura es que no podemos decir que amamos a Dios si no amamos al hermano que está a nuestro lado. Como nos amamos a nosotros mismos. Pero como nos ama Dios a nosotros, como es el amor de Jesús que es el supremo modelo de nuestro amor.

Ayer escuchábamos al Papa decirle a los jóvenes en su primer encuentro con ellos para la Jornada Mundial de la Juventud cómo habían de cimentar su vida en Cristo que es la verdad absoluta de nuestra vida y el que nos conduce a la verdadera libertad. Recordaba precisamente esa imagen del edificio cimentado en roca firma o en arena, que tantas veces hemos escuchado y que era el evangelio que en ese momento fue proclamado.

Cuando fundamentamos nuestra vida en Cristo y en la ley del Señor, cuando lo centramos todo el amor, ese amor que hemos de tenerle a Dios sobre todas las cosas, como decimos en el primer mandamiento, pero también ese amor al prójimo como nos amamos a nosotros mismos, nuestra vida camina hacia la plenitud, hacia al auténtica felicidad.

Esa es nuestra sabiduría, la sabiduría de la fe. Es por lo que tenemos que luchar, en lo que hemos de esforzarnos cada día para que nuestra fe sea cada vez más auténtica. El pilar de la fe y el pilar del amor que antes decíamos. Escuchemos esta palabra que nos dice el Señor y plantémosla de verdad en el corazón para que sea centro de nuestra vida y para que demos los frutos que el Señor quiere.

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