Is. 56, 1.6-7;
Sal. 66;
Rom. 11, 13-15.29-32;
Mt. 15, 21-28
‘¡Mujer, qué grande es tu fe!’ le dice finalmente Jesús a la mujer cananea. ‘Que sea como tú quieres’. En otra ocasión Jesús había exclamado: ‘No he encontrado en nadie tanta fe en Israel!’ Fue al centurión que venía suplicándole por su criado enfermo, pero que no se sentía digno de que Jesús entrase en su casa.
Dos ocasiones en que Jesús alaba la fe quienes acuden a El; y en estas dos ocasiones, no serán judíos sino gentiles, una la mujer cananea y el otro un centurión romano, los que merecerán esta alabanza de Jesús por su fe. Lo cual es también significativo de cómo la salvación de Jesús ha de llegar a todos los hombres de cualquier raza o condición.
Habrá otros momentos en que Jesús pida la fe de quienes acuden a El y les diga también que conforme a su fe se cumpla lo que desean. Pero serán siempre momentos en que con humildad grande se acercan a Jesús. Serán los que se sienten pequeños y humildes los que son más gratos a Dios y a los que el Señor se manifestará de manera especial. Sólo los pequeños y los sencillos tendrán ojos para ver a Dios, tendrán los ojos limpios para descubrir sin engaño ni confusión los misterios de Dios.
Los limpios de corazón serán dichosos porque verán a Dios, proclamará Jesús en las Bienaventuranzas. Bendice Jesús al Padre que revela los misterios de Dios a los humildes y sencillos de corazón. ‘Has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla’.
Y serán las gente sencillas y humildes los que van a poner todas sus esperanzas en Jesús, y le seguirán, y estarán con El, y a El le abrirán su corazón con las miserias de su vida. Con ellos Jesús será misericordioso, manifestará lo que es la grandeza de su corazón que es el amor y es la misericordia. Y recordemos también cómo será de los que se hacen como niños, sencillos y humildes de corazón, abiertos a la sabiduría de Dios de los que es el Reino de los cielos.
En estos domingos hemos escuchado que los pobres y los hambrientos de pan y de Dios, los que tenían el corazón roto y el cuerpo lleno de sufrimiento, los que tenían ansias de algo distinto en su alma eran los que seguían a Jesús por partes incluso en los descampados porque en El encontraban todas las razones para poner toda su esperanza.
Es lo que contemplamos hoy en este pasaje del evangelio. Jesús camina por territorios que ya están fuera de Israel. Una mujer cananea, como hemos escuchado, que tiene una hija muy enferma acude a Jesús llena de fe y con una confianza total. ‘Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo’. E insiste en su súplica una y otra vez. No teme ser despreciada porque es humilde, constante, perseverante, con una fe total en que Jesús puede curarla. Y la alabanza final de Jesús: ‘¡Mujer, qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas. Y en aquel momento quedó curada su hija’.
Ya hemos reflexionado recientemente sobre este evangelio. http://la-semilla-de-cada-dia.blogspot.com/2011/08/admirable-fe-y-hermosa-oracion.html Y aprendemos mucho para nuestra manera de acercarnos al Señor: con humildad y confianza. ‘Pedid y recibiréis’, nos había enseñado Jesús; ‘llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, a quien llama se le abre…’ Dios es un Padre bueno y misericordioso y con esa confianza al mismo tiempo que humildad nos acercamos a El en todo momento y por todos los motivos.
Unas veces iremos suplicando en nuestras necesidades – qué pobres somos delante del Señor -; muchas veces tenemos que aprender también a ir en acción de gracias – no lo podemos olvidar -; siempre con el gozo en el corazón de encontrarnos con El para llenarnos de su gracia, de su presencia, de su vida. La riqueza de su gracia y la inmensidad de su amor nos inundará. Siempre saldremos confortados de su presencia si con fe acudimos a El.
Con el salmo tenemos que aprender a alabar al Señor y a alabarlo unidos a todos los pueblos y a todas las gentes. ‘Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben’. Todos los pueblos, todos los hombres están llamados a cantar esa alabanza del Señor; todos los pueblos, todos los hombres están llamados a la fe y a conocer al Señor.
Es hermoso el mensaje en este sentido del profeta Isaías que escuchamos en la primera lectura. Todos están llamados a venir al monte santo, a la casa del Señor, al encuentro con el Señor. Como dice el profeta ‘a los extranjeros que se han dado al Señor, para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores… los traeré a mi monte santo, los alegraré en mi casa de oración… así la llamarán todos los pueblos’.
Lo vemos palpablemente reflejado en este texto del evangelio de hoy, porque aquella mujer llena de fe merecerá la gracia del Señor de ver curada a su hija. Toda una señal, todo un signo de esa universalidad de la salvación que Jesús nos ofrece. Que todos los pueblos alaben el nombre del Señor. Y recordamos lo que Jesús decía después de la alabanza que hizo de la fe del centurión a quien hacíamos antes mención. ‘Vendrán de oriente y de occidente, del norte y del sur, y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en la mesa del Reino de los cielos’.
Por eso cuando los apóstoles son enviados a anunciar el evangelio serán enviados a todo el mundo, a toda la creación. Todos los pueblos están llamados a cantar la gloria y la alabanza del Señor.
Qué hermoso cuando podemos sentir la universalidad, la catolicidad de nuestra fe porque nos encontremos cantando y celebrando nuestra fe unidos a personas de distintos lugares, quizá cada uno en su lengua y con lo que son las expresiones propias de su lugar de origen. Estos días en Madrid, con las Jornadas mundiales de la Juventud, se va a tener una expresión viva, una manifestación muy clara de esa universalidad de nuestra fe en Jesús. Se van a reunir jóvenes venidos prácticamente de todos los países del mundo para tener ese encuentro que va a ser un encuentro vivo con Cristo.
Tenemos que alegrarnos que se pueda realizar un acto así en nuestra tierra española que puede valernos muy bien para revitalizar la fe de tantos que por distintos motivos hayan podido ahogar la fe en su corazón. En nuestro mundo y en la cultura que se vive hoy, donde se va cayendo en la indiferencia religiosa o se quieren apagar todos los brillos de la cruz salvadora de Jesús, este encuentro de miles de jóvenes creyentes en Jesús va a ser un grito que nos despierte, un testimonio vibrante que pueda sacar a nuestra sociedad de esa modorra e indiferencia espiritual.
Recemos todos para que se obtengan esos frutos de gracia para cuantos estos días participan en este encuentro, pero que sean frutos de gracia para toda nuestra sociedad para que muchos lleguen a descubrir desde la humildad del corazon que sólo en Cristo está la verdadera salvación del hombre.
Supliquemos a la manera de aquella mujer cananea, con su misma humildad; Señor, tenemos en casa, en nuestro mundo, en nuestra sociedad, muchos enfermos en su espíritu, con su corazón roto, vacío, destrozado por muchos sufrimientos… ten compasión de nosotros, tiende tu mano hacia nosotros y cúranos, danos tu salvación. Que encontremos tu luz.
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