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lunes, 15 de febrero de 2010

No temamos las pruebas que fortalecen nuestra fe

Sant. 1, 1-11
Sal. 118
Mc. 8, 11-13


Sabemos que más o menos una exigencia muy común hoy es que cualquier cosa que se construya o se fabrique, cualquier ingenio que queramos utilizar, desde un edificio que se construye, un puente de una carretera hasta un juguete que vayamos a utilizar ha de estar homologado, o sea, debidamente probado para que pueda utilizarse con la correspondiente seguridad. Todo ha de probarse y de comprobarse.
¿Por qué comienzo con este ejemplo? Por lo que nos dice el apóstol Santiago en la lectura que hemos escuchado en referencia a nuestra fe. Decir que hoy se comienza a leer en la primera lectura en el tiempo ordinario la carta de Santiago pero que solo volveremos a leer mañana, porque al comenzar el miércoles ya el tiempo de Cuaresma iniciaremos otro ciclo de lecturas.
‘Que el colmo de vuestra dicha sea pasar por toda clase de pruebas. Sabed que al ponerse a prueba vuestra fe, os dará aguante. Y si el aguante llega hasta el final, seréis perfectos e íntegros, sin falta alguna…’
Nos habla el apóstol de una dicha el ser probado. Sin embargo hemos de reconocer, a pesar de lo que decíamos antes de la homologación de todas las cosas, que en nuestra vida no nos gusta ser probados; si pudiéramos rehuiríamos toda clase de pruebas. Pero ya nos dice que son necesarias, porque así se aquilata y se purifica nuestra fe, así se hace más fuerte y más firme. Y bien que lo necesitamos.
Siempre recuerdo, porque a mí me servía algo así como una parábola, lo que escuchaba a unos campesinos en uno de los pueblos donde he servido párroco. A partir de la primavera y a principios del verano siempre era azotado aquel lugar por una brisa constante y en ocasiones fuerte. Solían plantar maíz. Y decía la gente que si no había esa brisa constante mientras crecían las plantas del maíz, no habría cosecha. Podría pensarse que ese viento estropearía las plantas, pero era todo lo contrario. Las plantas que habían de crecer como empujando contra la fuerza del viento crecían más fuertes y podían dar fruto. Si no había viento en su crecimiento y llegaba al final cuando las plantas habían ha crecido, como no estaban suficientemente curadas y fortalecidas entonces si sufrían daños y no habría buena cosecha.
Me sirve este ejemplo parábola para lo que nos dice Santiago en referencia a las pruebas por las que ha de pasar nuestra fe. Nos llenamos de dudas muchas veces; en las dificultades y problemas lo vemos todo oscuro; otras veces queremos demostraciones que quizá de forma milagrosa nos aclaren las cosas; nos encontramos un mundo adverso que nos presente otros sentidos de la vida; encontramos oposición y hasta persecución a nuestros principios…
Las pruebas nos fortalecen. Nos purifican. Nos preparan para la lucha. Nos hacen que en verdad cuidemos nuestra fe y tratemos de ahondar en ella encontrando las razones fuertes para creer y para nuestra esperanza en el conocimiento más profundo de todo el misterio de Dios y de la respuesta de nuestra vida cristiana. Firmes en nuestra fe no hemos de temer, nos sentiremos seguros en el Señor.
Y nos decía también la carta de Santiago. ‘En caso de que alguno de vosotros se vea falto de acierto, que se lo pida a Dios. Dios da generosamente… pero tiene que pedir con fe,, sin titubear en lo más mínimo…’ Es la fortaleza que encontramos en nuestra oración. Ese don maravilloso y sobrenatural de la fe hemos de pedirlo a Dios con confianza, con humildad, con la certeza de que Dios nos lo va a conceder.
Son las cosas de Dios. Es la generosidad, la gratuidad del don de Dios para nuestra vida, es lo que llamamos gracia. Pidámosla al Señor.

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