Rom. 9, 1-5
Sal. 147
Lc. 14, 1-6
Sal. 147
Lc. 14, 1-6
Con diferencia de pocos versículos - realmente en el capítulo anterior – nos encontramos con otro caso de una curación en sábado y ante lo cual Jesús hace razonar con semejantes palabras.
En el capítulo anterior – lo escuchamos el lunes – se nos habló de la mujer encorvada y el milagro tiene lugar en la sinagoga con la reacción airada del jefe de la sinagoga: ‘Tenéis seis días para trabajar: venid esos días a que os curen y no el sábado’.
Ahora no es en la sinagoga sino ‘en casa de uno de los principales fariseos’ donde habían invitado a Jesús a comer. También es sábado. Ahora es un hombre con una hidropesía. ‘Le estaban espiando’, dice el evangelista. Ya se imaginaban lo que Jesús iba a hacer, por eso estaban al acecho. Jesús se les adelanta. Les pregunta. ‘¿Es lícito curar los sábados o no?’
Si se consideraba un trabajo, la ley judía prohibía todo trabajo el sábado porque era el día dedicado al culto al Señor. Sin embargo, también podíamos preguntarnos si venían a que Jesús los curara cual si se tratara de un médico, o buscaban en Jesús un poder superior, sobrenatural, de acción de Dios. Si esto es así, ¿cómo poner límites al campo? ¿Cómo impedir a Dios actuar con su salvación?
Son razonamientos que se podían hacer. Ellos se quedan callados. Simplemente ‘Jesús tocando al enfermo, lo curó y lo despidió’. Pero Jesús quería hablarnos de algo más, porque nos quiere hablar de su amor, rostro del amor y la misericordia del Padre. Pero les pone un ejemplo sencillo del hijo o del buey que se cae al pozo. ¿Lo dejaremos morir allí o lo sacaremos, aunque sea sábado? No tienen respuesta.
¿Está reñida la compasión y la misericordia con el culto dedicado al Señor? Porque eso podría parecer al no poder curar en sábado. El mensaje de Jesús es otro. Lo que Jesús está haciendo es revelándonos su corazón amoroso, el rostro amoroso de Dios.
Y si queremos dedicar un día a lo sagrado, al culto al Señor, como así era el sábado para los judíos y el domingo para nosotros los cristianos, ¿el verdadero culto al Señor no pasa por la misericordia, la compasión y el amor al hermano que sufre? ‘Misericordia quiero y no sacrificios’ dice la Escritura. Es de lo que tendríamos que llenar los cristianos el día de descanso dedicado al Señor.
Queremos descansar el domingo y el fin de semana, queremos estar con la familia y con los amigos. Es muy hermoso. Pero algo más tendríamos que saber hacer. Además del culto al Señor que es celebrar la Eucaristía, que tiene que ser el verdadero centro del día del Señor, no deberían faltar entre los cristianos las obras de misericordia. Visitar a los enfermos, acompañar a los que se sienten solos, compartir generosamente con los más necesitados… ¡cuántas cosas podríamos hacer!
Un punto a tener en cuenta.
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