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martes, 7 de julio de 2009

Abre, Señor, nuestros labios para cantar tu alabanza

Gen. 32, 22-32
Sal. 16
Mt. 9, 32-38


Unos con fe se llenan de admiración ante el actuar de Jesús – ‘la gente admirada decía: Nunca se ha visto en Israel cosa igual’ – mientras otros le rechazan, le malinterpretan y hasta tienen reacciones blasfemas atribuyendo al maligno lo que son las obras de Dios – ‘éste echa los demonios con el poder del jefe de los demonios’ -.
¿Qué es lo que hace Jesús? Enseñar anunciando el Reino de Dios y curar a los enfermos como señal de que el Reino de Dios ha llegado. ‘Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias’. El texto de hoy ha comenzado hablándonos de la curación de un endemoniado mudo.
¿Qué significan esas curaciones? Ya decíamos que curaba a los enfermos como señal, como signo de que el Reino de Dios ha llegado. Es el signo que manifiesta cómo Cristo viene a arrancarnos del mal.
La enfermedad es carencia de un bien, es un mal. Era fácil en los antiguos pensar en la enfermedad como un castigo de Dios; el leproso, por ejemplo, se le consideraba no solo una persona inmunda que no podía estar con el resto de la comunidad, sino como un maldito de Dios.
No es ajeno ni lejano ese concepto a lo que muchas veces entre nosotros pensamos. ¿Por qué me ha sucedido a mí esto?, nos preguntamos cuando enfermamos sobre todo con una enfermedad grave. ¿Qué he hecho yo para que Dios me castigue así?
Era fácil entender que al enfermo se le considerase como un poseído por el maligno. En este sentido la expresión endemoniado en la Biblia no es sólo una posesión diabólica, sino que así se le considera al que tiene una enfermedad grave e inexplicable. Que Jesús los curara era expresión de la liberación del mal que Cristo quiere hacer en nuestra vida con su salvación.
Hoy le han traído a Jesús a un endemoniado mudo. Y Jesús lo cura. Y de ahí surgen los diferentes comentarios a los que hacíamos mención al principio de este comentario. Nosotros queremos reconocer el poder de Dios, las maravillas que Jesús realiza y por ello queremos dar gracias y dar gloria a Dios.
Esa curación del sordomudo puede tener también para nosotros hondo significado. Ni podía oír, ni podía hablar. ¡Cuántos sordos y cuántos mudos y no sólo ya por la carencia de los sentidos! ¡Cuántas veces somos sordos o nos hacemos sordos y cuántas veces somos mudos o nos callamos por distintos motivos que impiden dar gloria a Dios!
Que el Señor nos abra nuestros oídos para que estemos atentos. Atentos primero que nada a Dios, para escuchar su Palabra, para ver y descubrir tantas señales del salvación que Dios pone a nuestro alcance. Atentos a la voz de Dios que nos llama. Atentos también al clamor de nuestros hermanos pobres, necesitados, sufrientes de nuestro alrededor. Abiertos nuestros oídos para saber escuchar y para saber comprender. Muchos necesitan ser escuchados y nosotros en nuestras prisas y agobios no tenemos tiempo para detenernos a la vera del hermano que nos encontramos en el camino.
Que el Señor abra nuestros labios para la alabanza del Señor, para cantar su gloria, para contar a todos los pueblos las maravillas del Señor. Que no se nos cierren nuestros labios por cobardía, por vergüenzas o por temores. Que seamos valientes para decir esa Palabra que nos hace testigos, que llena de esperanza, que siembra paz en el corazón de quienes nos oyen, que despierta a la alegría y a la ilusión.

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