Hebreos, 122, 4-7.11-15
Sal.102
Mc. 6, 1-6
‘Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra lucha contra el pecado’. Así ha comenzado el texto de la Carta la los Hebreos hoy proclamada. ¿Qué quiere decir, qué significa?
Es algo que quiere prevenirnos. Porque somos tentados y probados de muchas maneras. La tentación nos acecha para arrastrarnos al pecado y contra ella tenemos que luchar para no dejarnos seducir por el mal. Pruebas diversas tenemos que pasar y todas hemos de saberlas ver que son para nuestro bien.
Son por una parte, digo, las tentaciones que nos incitan al pecado, a ir contra la ley del Señor, olvidarla o desobedecerla; tentación que nos lleva a hacer el mal, llenando nuestro corazón, por ejemplo, de tinieblas y de odio, o dejándonos arrastrar por la pasión que nos ciega y nos esclaviza. Cuántas veces somos tentados. Cuán sutilmente se nos mete el pecado en nuestra vida, nos acecha la tentación confundiéndonos y queriendo hacernos ver como bueno lo que es malo y va contra la ley del Señor. La ley del Señor nos dignifica; el pecado nos esclaviza, aunque a veces en nuestra ceguera podamos pensar lo contrario.
Pero son, por otra parte, también las pruebas diversas a las que nos vemos sometidos; el sufrimiento que llega a nuestra vida y nos hace dudar y tambalearnos; las situaciones duras por las que tenemos que pasar en distintos momentos que nos hace rebeldes; los problemas en nosotros mismos, en nuestra relación con los demás, o al tenernos que enfrentarnos a la vida que se nos hace a veces difícil, que nos ciega, que nos llena de negrura.
¿Es un castigo del Señor el vernos sometidos a todo eso? Cuando lo miramos como castigo parece como que más pronto nos rebelamos, porque aparece nuestro orgullo, ya que a nadie le gusta que lo castiguen o que lo corrijan. Cuánto nos cuesta reconocer los errores que podamos cometer en la vida. Nos creemos tan perfectos.
¿Qué nos dice hoy la Palabra del Señor? ‘El Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos’. Pienso que corregimos a quienes amamos, porque nos gustaría que fueran mejores. Al que no amamos o no nos importa nada, nos dará igual que sea como sea. Pero sí que le importamos al Señor. Nos ama y nos ofrece el camino mejor y continuamente está señalándonos.
¿Qué quiere el Señor? Purificarnos porque la reprensión nos hace ver lo que no es bueno. La prueba que sufrimos nos hace discernir lo que es lo verdadero de lo que es falso. Y claro ese discernimiento algunas veces nos cuesta y nos duele, porque nuestro corazón se apega a muchas cosas. Y de la corrección y de la prueba tenemos que salir más fortalecidos y predispuestos a un camino de mayor santidad.
Por eso nos dice hoy la Palabra de Dios recordando lo dicho por el profeta: ‘Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes y caminad por una senda recta y llana…’ porque así caminaremos por un camino de rectitud, de salud, de salvación y santidad.
¡Qué hermoso lo que nos dice a continuación! ‘Buscad la paz con todos y la santificación, sin lo cual nadie verá al Señor’. Necesitamos esa paz entre todos, porque los pacíficos son los que verán a Dios como ya nos dijo Jesús en las Bienaventuranzas. Esa paz que nos lleva a la santificación, a que con toda nuestra vida demos gloria al Señor.
Y finalmente nos aconseja cómo tenemos que preocuparnos de los demás, preocuparnos por todos para que la gracia salvadora del Señor llegue a todos y a todos santifique y así nada malo – raíz amarga de odio y de pecado – pueda hacernos daño.
No temamos que en esa lucha contra la tentación y el pecado lleguemos a ser testigos, mártires, con nuestra sangre de esa fe y de ese amor que anima nuestra vida. Por eso nos decía: ‘Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra lucha contra el pecado’.
No hay comentarios:
Publicar un comentario