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domingo, 29 de septiembre de 2024

No podemos ir por la vida creyéndonos los únicos poseedores del bien y de la verdad, aprendamos a descubrir y valorar siempre lo bueno de los demás

 


No podemos ir por la vida creyéndonos los únicos poseedores del bien y de la verdad, aprendamos a descubrir y valorar siempre lo bueno de los demás

Números 11, 25-29; Sal. 18; Santiago 5, 1-6; Marcos 9, 38-43. 45. 47-48

Si no son como yo o piensan igual que yo, no serán capaces de hacer nada bueno. Puede parecer una exageración esto que estoy diciendo, pero miremos alrededor, muchas de las cosas que estamos contemplando en la sociedad de hoy tan llena de acritudes y enfrentamientos a causa de la manera de pensar, de las ideologías o de la forma de plantearse el rumbo de la sociedad y nos daremos cuenta de los exclusivismos en que vivimos, del querer imponer nuestra línea de pensamiento para que todo el mundo lo acepte y si no lo aceptan están equivocados y no hacen nada bien; demasiados dogmatismos seguimos contemplando en el mundo en el que vivimos; qué mal nos llevamos los que no pensamos lo mismo, cuantas descalificaciones, cómo destruimos todo lo que haya hecho el otro porque ya por si mismo lo consideramos malo. Y está siendo algo pegajoso de lo que todos podemos contagiarnos.

Hoy el evangelio nos da luz en este sentido, que además hemos de tener también muy en cuenta en nuestro ámbito eclesial o en el camino y vivencia de nuestra fe. Hoy vemos claramente un paralelismo entre lo que se nos narra en la lectura del Antiguo Testamento, el libro de los Números, y el episodio del evangelio. Moisés ha elegido a cuarenta ancianos para que participen con él en la misión del gobierno del pueblo, y todos se llenan del Espíritu del Señor y comienzan a profetizar; pero dos de los elegidos no participan en la asamblea, sin embargo ellos también reciben ese don de profetizar en medio del pueblo; el joven Josué le pide a Moisés que les impida el ejercitar ese don porque no habían participado en aquella asamblea, pero Moisés le dice que ojalá todo el pueblo recibiera también ese don del Espíritu del Señor.

En el evangelio sucede algo semejante. Juan se encuentra con algunos que sin ser del grupo de los discípulos de Jesús en su nombre también expulsan demonios. Se lo ha querido impedir y es lo que viene a plantear a Jesús. No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro. ‘No se lo impidáis, les viene a decir Jesús, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro’.

Y nos estará enseñando Jesús cómo tenemos que aprender a valorar todo lo bueno que hagan los demás, ‘aunque no sean de los nuestros’, porque la mecha humeante que decían los profetas no se puede apagar, más bien, siempre tenemos que avivarla. Por eso nos dirá Jesús que hasta lo más insignificante que podamos hacer siempre tendrá su recompensa; y nos habla de quien es capaz de dar un vaso de agua en su nombre.

No podemos andar con exclusivismos; no podemos pensar que solo nosotros sabemos hacer cosas buenas; no podemos descartar lo bueno que hagan los demás; no podemos ir por la vida creyéndonos los únicos poseedores del bien y de la verdad. El reino de Dios se hace presente también en los buenos valores que podemos descubrir en los otros; el reino de Dios lo vamos construyendo desde esas cosas pequeñas y sencillas que nos pueden parecen insignificantes, pero que están manifestándonos también lo que es el amor de Dios que se reparte en todos los corazones.

Y de la misma manera, nos viene a decir Jesús a continuación, también hemos de cuidar esos gestos negativos, esas sombras que pueden aparecer alguna vez en nosotros porque de la misma manera también hace un daño grande a los demás. Cuidamos lo bueno que llevamos en el corazón, pero tenemos que manifestarlo por nuestras buenas acciones, como nos dirá en otro momento, para que así los hombres den gloria a Dios, pero de la misma manera tenemos que cuidar esas cosas negativas, que por nuestra debilidad, algunas veces puedan aparecer en nosotros, para que nunca hagamos daño a nadie, seamos obstáculo para que otros puedan hacer el bien o se encuentren con Dios.

Ojalá todo el pueblo se llenara del Espíritu de Dios, decía Moisés, podríamos decir, de una forma profética. Ungidos hemos sido en nuestro bautismo para ser con Cristo sacerdotes, profetas y reyes. El Espíritu de Dios también anida en nuestros corazones y es quien nos inspira lo bueno que tenemos que hacer. Profetas tenemos que ser los cristianos en medio del mundo, y no porque nos creamos mejores que los demás ni pensemos que es una cosa exclusiva nuestra el hacer el bien, el repartir esas semillas del Reino de Dios por nuestro mundo, sino porque para nosotros es como una obligación, es una misión que hemos recibido que no podemos rehuir; es una tarea que tenemos encomendada y es el testimonio que tenemos que dar.

Tenemos que presentar ante el mundo esos valores que aprendemos del Evangelio, pero precisamente en nombre de ese mismo evangelio tenemos que aprender a descubrir, a respetar y valorar también los buenos valores que tienen los demás. Nos sentimos más obligados por la fuerza del Espíritu que anida en nuestros corazones, somos morada de Dios que habita en nosotros como nos ha enseñado Jesus y templos de su Espíritu.

 

 

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