Entremos
sin miedo en ese mundo espiritual y sobrenatural, que nos eleva y nos
engrandece, que nos hace vivir la presencia de Dios en nuestra vida que son los
ángeles
Job 9,1-12.14-16; Salmo 87; Mateo 18, 1-5.
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En las inseguridades en que vivimos
actualmente continuamente buscamos o exigimos unos medios con los que nos
encontremos seguros; ponemos alarmas en nuestras casas y posesiones, queremos
la presencia de los agentes de la autoridad en nuestras calles, en cualquier
aglomeración de personas se cuidan las medidas de seguridad al máximo,
contratamos servicios de seguridad privada para multitud de ocasiones y cosas
de la vida. Podemos seguir pensando en muchas más cosas en este aspecto como
los seguros para cualquier actividad, por ejemplo, pero no queremos extendernos
en excesivo.
Queremos en fin de cuentas tener
seguridad nosotros mismos, queremos seguridad para nuestras posesiones,
queremos que no haya ningún peligro para nadie. Nos preocupamos de nuestra
integridad física, de nuestros bienes y posesiones, o incluso de las
actividades que realicemos. Pero ¿solo para eso es para lo que tendríamos que
tener una seguridad? ¿Sólo esos son los peligros que nos pueden acechar? ¿Esa
es la única pérdida de vida por la que nos preocupamos? Y nuestra integridad espiritual,
¿cómo la cuidamos?
Hoy en la liturgia de la Iglesia
estamos celebrando una festividad a la que parece que no le damos mucha
importancia, que pasa desapercibida, y algunos podrían hablarnos de conceptos o
de ideas trasnochadas. Hoy estamos celebrando la festividad de los Santos Ángeles
Custodios.
Los mayores quizás recordamos aquellas
oraciones que nos enseñaron de niños ‘cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro
angelitos que me acompañan…’ o recordamos quizás aquellos cuadros que colgaban
en las cabeceras de nuestras camas con una imagen del Ángel Custodio que protegían
a unos niños de los peligros. Nos quedamos quizás es una imagen demasiado
infantil, como si solo fueran para custodiar a los niños y nos olvidamos de una
riqueza espiritual muy grande que tendría que acompañarnos en verdad toda la
vida.
En la Biblia se nos habla de los
ángeles como signos de la presencia de Dios o que manifestaban la presencia de
Dios a los antiguos patriarcas de la Biblia. Era el ángel del Señor el que se
manifestaba como signo de esa presencia de Dios; era el ángel del Señor el que
acompañaba al pueblo en su peregrinación por el desierto hacia la tierra
prometida; era el ángel del Señor que se manifestaba, aunque fuera en la imagen
de los sueños, para señalar a los hombres cuales eran los caminos de Dios y
cuál era la voluntad del Señor.
Hablamos en ese lenguaje figurado,
enigmático si queremos llamarlo así, o misterioso propio de la Biblia y sus
tiempos, pero que siguen siendo imagen que nos recuerda esa presencia de Dios a
nuestro lado, en la inspiración que tantas veces sentimos en nuestro interior.
¿Quién no ha sentido en lo intimo de su ser algo por encima de lo natural que
le hacía presentir un peligro, o que le hacia descubrir algo nuevo y bueno que
podría realizar? Hablan de presentimientos, ahora emplean no sé qué palabras traídas
no sé de donde, pero, ¿por qué no pensar en esa inspiración de Dios, en esa
presencia del ángel del Señor junto a nosotros que nos preserva del mal, o que
nos abre nuevos caminos de bien y de bondad?
¿No nos habremos sentido seguros en
momentos o situaciones difíciles que no sabíamos quizás como afrontar, pero
donde sentimos una fortaleza interior que nos hacía estar incluso por encima de
nosotros mismos? ¿Por qué no pensar en esa fortaleza que Dios nos da, en esa
presencia de sus ángeles que nos libran del mal?
Sí, los ángeles custodios. Hoy nos ha
hablado Jesús de los ángeles de aquellos niños que hemos de saber acoger que
están en la presencia de Dios. Recordamos al arcángel san Rafael celebrado hace
unos días que le decía a Tobías que era él quien presentaba ante Dios sus
oraciones. Son los ángeles que servían a Jesús después de las tentaciones del
desierto, como nos habla el evangelio, que están también a nuestro lado para
inspirarnos, para acompañarnos, para hacernos sentir esa presencia y esa
fortaleza de Dios.
Entremos sin miedo en ese mundo
espiritual, que no mágico, pero sí sobrenatural, que nos eleva y nos
engrandece, que nos hace vivir la presencia de Dios en nuestra vida, que nos da
esa fortaleza interior que necesitamos, que inspira en nuestro corazón el mejor
amor que ha de llenar e inundar nuestra vida.
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