La
acogida a los demás entra dentro de esos valores fundamentales que hemos de
vivir cuando nos sentimos en el Reino de Dios que Jesús nos anuncia
Job 1, 6-22; Salmo 16; Lucas 9, 46-50
En la tarde del domingo salí a dar una
vuelta, como suele decirse para despejar la cabeza, y me encontré por las
carreteras de la isla grupos de muchachos de color que iban o venían del
campamento donde los tienen acogidos por ser menores, por cierto bastante
lejanos de las poblaciones con el correspondiente aislamiento; me hizo pensar
en muchas cosas porque detrás de esos muchachos yo quise ver unas familias con
sus dramas de pobreza que fuertes tienen que ser para arriesgarse a meterse en
una patera en el mar buscando una tierra donde encontrar algo mejor para sus
vidas (noticias bastante dramáticas hemos escuchado esta misma semana); pero pensé
en nosotros y en nuestras vidas, es cierto que también con nuestros problemas,
pero que bien diferentes también en gravedad de los que hay detrás de esos
menores; y me vino a la mente la reacción tan variada que tenemos ante esa
situación, que sabemos que nos desborda, pero que ahí está.
¿Cómo los miramos? ¿Somos capaces de
subirlos a nuestro coche para transportarlos a algún lugar? Cuando nos cruzamos
con ellos en la calle, y es muy habitual encontrarlos, ¿cuál es nuestra
reacción? Y ya sabemos los que fomentan noticias interesadas en referencia a
estos muchachos buscando crear alarmas en la población buscando reacciones bien
interesadas.
Me ha venido todo este pensamiento
sintiéndome interpelado por el pasaje del evangelio que hoy se nos ofrece. El
evangelista nos habla de cómo los discípulos iban discutiendo entre ellos sobre
quien era el mayor o el más importante entre aquel pequeño grupo de los que
seguían de cerca de Jesús.
Como tantas veces sucede en nuestros
grupos humanos aparecen por un lado las desconfianzas y hasta los
resentimientos por cualquier gesto o palabra, pero también aparecen los
orgullos que llevamos en nuestro interior que nos hace buscar lugar donde
podamos influir o mandar, manifestar nuestro poder o hacer patentes esos deseos
de grandeza que tan fácilmente afloran en nuestros corazones.
Nadie se quiere quedar atrás, nadie
quiere que otro pueda interponerse por medio y mermar la influencia que yo
pudiera ejercer, y manipulamos para poner las cosas a nuestro favor o creamos
grupos de presión, buscamos mermar la influencia que otros pudieran tener para
nosotros ocupar el primer lugar y desprestigiamos a quien sea para que en los
otros no se tenga confianza, hacemos nuestras interpretaciones de los hechos o
de las palabras de los demás porque quizás las envidia corroe nuestros
corazones, y así tantas cosas que la lista se haría interminable.
Y Jesús, con pocas palabras, pero con gestos enriquecedores que son verdaderas parábolas para nosotros respondió a aquella situación. ¿Qué hace Jesús? Toma a un pequeño, a un niño, y lo pone allí en medio de todos, en el centro de todos. ‘El que acoge a este niño en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado. Pues el más pequeño de vosotros es el más importante’, son sus escuetas palabras. No hace falta más.
Acoger a un niño, acoger a un pequeño. Mientras
no llegaran a una mayoría de edad – que por cierto era mucho menos que lo que
hoy consideramos en nuestros ordenamientos jurídicos mayoría de edad – los
niños eran poco considerados y de alguna manera no eran sujetos de derechos.
Era sí una persona, pero que no era considerada para nada, no era escuchada ni
tenida en cuenta. Y Jesús dice acoger a un niño, tenerlo en cuenta, ponerlo en
consideración, ponerlo también en el centro; Jesús viene a decirnos que es algo
importante, porque es como acogerlo a El. Y para redondear la importancia, nos
dice que acogerlo a El era acoger al que lo ha enviado, y El se siente enviado
por el Padre Dios, como tantas veces nos dirá.
Con la imagen del evangelio, por
supuesto, que pensamos en el niño al que aun hoy se le tiene en toda la debida
consideración, siempre será un menor. Pero en esa imagen del niño, del pequeño
que nos presenta Jesús nosotros podemos ver a muchos. Muchos son los poco
considerados de la sociedad; cuánta discriminación sigue existiendo a pesar de
que hablemos tanto de tolerancia, y de respeto a las personas, y de que todos
somos iguales, y buscamos derechos para este o para aquel otro grupo que me
interesa y hasta nos hacemos una legislación.
Pero pensemos si en el día a día con
todos los que nos vamos encontrando en el camino nosotros tenemos la misma
consideración; a cuantos excluimos de la sociedad porque son… y ponemos tantas
condiciones para que los consideremos dignos. Y en ese niño o ese pequeño, del
que hoy nos habla el evangelio, yo quiero ver también a ese inmigrante que de
forma legal o de forma ilegal llega a nuestras tierras, quiere incorporarse a
nuestra sociedad, porque a no todo el que nos llega de otra tierra lo acogemos
de la misma manera; ¿tratamos igual al turista en sus vacaciones que al que
llega a nosotros y no sabemos de donde viene o no puede pagarse un techo para
cobijarse?
Jesús nos habla hoy de acogida. Cuánto
tendríamos que decir en este aspecto y no solo es ya en estos casos graves que
hemos ido mencionando, sino en el día a día con nuestros convecinos, con
nuestros compañeros de trabajo, incluso hasta con los mismos familiares que
pueden estar pasando por situaciones diferentes y difíciles en la vida y
también les ponemos nuestras pegas.
Jesús ha venido a instaurar el Reino de
Dios; esa acogida a los demás entra dentro de esos valores fundamentales que
hemos de vivir cuando nos sentimos en ese Reino de Dios.
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