Nos
recuerda Jesús que, aunque tengamos luchas, estará con nosotros siempre, que
para eso nos deja la fuerza de su Espíritu y en El encontraremos siempre
nuestra paz
Hechos de los apóstoles 19, 1-8; Salmo 67;
Juan 16, 29-33
Aunque los discípulos aquella noche en
la cena pascual seguían confusos; eran signos distintos los que Jesús estaba
realizando aquella noche con ellos, desde el mismo comienzo de la cena con el
hecho de Jesús haberse puesto a lavarles los pies; lo que intuían que podía
pasar por el sentido de las palabras de Jesús que por una parte les sonaba a
despedida y recomendaciones como de quien se va a marchar y dejarlos solos;
aquella intimidad que Jesús estaba mostrando haciendo como un desahogo de su corazón
era algo que antes que tranquilizarles como Jesús pretendía sin embargo abría
más interrogantes en sus corazones. Ahora parece que van comprendiendo algunas
cosas.
‘Ahora sí que hablas claro y no usas
comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten;
por ello creemos que has salido de Dios’, se atreven a decir. Pero esto
provocará que Jesús les haga más anuncios en cierto modo desalentadores, aunque
Jesús quiera de alguna manera levantarles la moral. ‘¿Ahora creéis? Pues
mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis
cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está
conmigo el Padre’.
Pero Jesús trata de que mantengan el
ánimo pase lo que pase, porque aquello nunca será una derrota, aunque lo pueda
parecer. ‘Os he hablado
de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero
tened valor: yo he vencido al mundo’.
Han de tener puesta la mirada en la victoria final; claro que no lo
comprenderán hasta que no haya vivido la totalidad de aquella pascua, no lo
entenderán hasta la resurrección y cuando reciban la fuerza del Espíritu que Jesús
les ha prometido. ‘Tened valor, yo he vencido al mundo’.
Necesitaban escucharlo y asimilarlo,
como lo necesitamos nosotros también. Muchas veces nos sentimos desalentados de
igual manera, tampoco terminamos de entender. Nos cuesta ese testimonio que
tenemos que dar, pero nos cuesta dentro de nosotros mismos superarnos cada día
y mantener ese espíritu de superación. El enemigo lo tenemos muchas veces
dentro de nosotros mismos, porque nos cuesta amar, nos cuesta desprendernos de
nosotros mismos, nos cuesta dar pasos adelante, nos cuesta esa mirada nueva que
hemos de tener a los que nos rodean. Y aparece la tentación y aparece el
desaliento cuando nos sentimos débiles y no somos capaces de superarnos.
También nos vamos a la desbandada
muchas veces, como les sucedió a los discípulos aquella noche a partir del
prendimiento de Jesús. Nos sentimos débiles y nos sentimos sucios, porque nos
decaemos, porque no damos el testimonio que tendríamos que dar, porque nos
quedamos demasiado en palabras y no llegamos a hacer nada, porque nos entran
miedos a la hora de hacer un anuncio y nos acobardamos.
Pero nos dice Jesús que nos está
diciendo todas estas cosas para que nos mantengamos firmes, que sabemos de
nuestra debilidad como El también cuenta con nuestra debilidad porque nos
conoce, y luego lo único que nos va a preguntar una y otra vez es que si lo
amamos. Como hizo con Pedro que lo había negado; y aquella negación aparentemente
una derrota, puesto que fue caer en una debilidad, como nosotros tantas veces,
fue un punto de partida para Pedro levantarse y porfiarle una vez su amor a Jesús.
Es lo que tenemos que hacer, porque con
Jesús sabemos que podemos alcanzar esa victoria. El ya nos lo ha dicho y nos ha
prevenido; El nos recuerda que estará con nosotros siempre, que para eso nos
deja la fuerza de su Espíritu. En Jesús encontraremos siempre nuestra paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario