Con
la ascensión recibimos la misión de ir a todo el mundo y anunciar a toda la
creación la buena nueva de la salvación
Hechos de los Apóstoles 1, 1-11; Sal. 46;
Efesios 1, 17-23; Marcos 16, 15-20
‘A Jesús, a quien vosotros
crucificasteis, Dios lo constituyó Señor y Mesías por su resurrección de entre
los muertos’. Así anunciará Pedro en
el día de Pentecostés la Buena Nueva del Evangelio de Jesús. Así lo hemos
venido celebrando intensamente nosotros en esta Pascua desde el día de la
resurrección del Señor; así lo proclamamos hoy cuando celebramos su Ascensión
al cielo.
Durante cuarenta días, nos dirá san
Lucas en los Hechos de los Apóstoles, los discípulos de Jesús fueron viviendo
intensamente la experiencia de Jesús resucitado en medio de ellos. Pero El nos
había anunciado que del Padre venía y al Padre volvía; es lo que hoy estamos
viviendo, estamos experimentando, estamos celebrando. Pero su vuelta al Padre
no es dejarnos huérfanos, no es dejarnos solos, porque prometió que estaría con
nosotros siempre, hasta el fin de los tiempos. Y vamos a seguir sintiendo y
viviendo la presencia de Jesús. La señal la tendremos cuando el próximo domingo
celebremos Pentecostés donde de manera especial se va a hacer presente el Espíritu
de Dios con nosotros. Pero será una vivencia que hemos de tener y de sentir
para siempre.
Pero nos deja con una misión. Lo que
vivimos y sentimos no nos lo podemos guardar para nosotros. Como se dice en un
dicho filosófico el bien por si mismo se difunde. El bien que tenemos en
nosotros con nuestra fe en Jesús no lo podemos encerrar, se ha de difundir, se
ha de expandir, no lo podemos callar ni contener, tenemos que llevar ese
mensaje a todos, somos unos testigos que tenemos que dar testimonio de lo que
vivimos.
Cuando somos conscientes de la realidad
de nuestro mundo, cuando contemplamos tantas sombras, tantas amarguras, tanto
sufrimiento, tenemos que ser luz, tenemos que ser consuelo y palabra de
esperanza, tenemos que ser paño de lágrimas, pero también quienes lleven la
medicina que cure y que sane, que llene de vida y que ponga salvación. No nos
podemos cruzar de brazos, no podemos quedarnos impasibles sin poner esa mano
que levante, sin poner ese aliento que llene de vida, sin contagiar con esa
medicina maravillosa del amor que llevamos en nosotros, que llevamos con
nosotros.
No bastan los buenos deseos sino que
tenemos que poner la efectividad de nuestro amor y nuestro compromiso; frente
al error y la confusión tenemos que encender la luz de la verdad; en medio de
la violencia de todo tipo que todo lo destruye, tenemos que ser instrumentos de
paz. Ahí tienen que estar nuestros gestos sencillos pero comprometidos, nuestro
nuevo estilo de vida que tiene que convertirse en signo de que algo nuevo es
posible, ahí tiene que hacerse presente nuestro amor expresado de mil maneras
para contagiar una nueva manera de ver las cosas que nos haga entrar a todos en
caminos de solidaridad.
No es solo la palabra valiente que
proclamamos anunciando a Jesús como nuestro camino de salvación y única salvación
para nuestro mundo, que también tenemos que decir aunque muchos traten de
silenciarla, sino que será también ese testimonio de fe que se va a reflejar en
lo que hacemos para llenar de sentido espiritual nuestra existencia y hacer que
nos elevemos por encima de ese materialismo que nos pueda hacer arrastrarnos
por los caminos de la vida sin altas metas que eleven nuestro espíritu. No
podemos permitir que se silencie el nombre de Dios por una imposición del
ateísmo con que muchos quieren vivir su vida y poco menos que convertirlo en
ley para nuestra sociedad.
Los discípulos, nos dicen los Hechos de
los Apóstoles, se quedaron mirando a lo alto mientras Jesús ascendía al cielo.
Los ángeles que se les manifiestan les dicen que tienen que volver a caminar
sobre aquella tierra que tienen bajo sus pies, pero les anuncian que Jesús
volverá, que Jesús estará con ellos en ese camino, que no pueden olvidar esa
mirada al cielo, pero que tendrá que ser ahora una mirada que se ha llenado de
luz para iluminar esos caminos de nuestro mundo.
Desde ese contemplar la glorificación
de Jesús sentado a la derecha del Padre en el cielo tiene que comenzar a
realizarse un nuevo camino ahora muy lleno de esperanza, ahora muy iluminado
por esa luz que viene de lo alto, porque estamos comprendiendo la esperanza a
la que nos llama, como nos decía san Pablo, cual es la riqueza de gloria que
nos da en herencia y cual es la extraordinaria grandeza que Dios pone en
nuestra vida cuando nos ha hecho sus hijos.
Y eso no lo podemos callar, eso tenemos
que proclamarlo para que todos puedan conocer y vivir esa dignidad grande que
Dios nos concede. Es la misión que pone en nuestra manos para que vayamos a
todo el mundo y que tenemos que anunciar a toda la creación para que alcance la
salvación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario