Creemos en la Palabra de Jesús plantándola en nuestra vida y
tendremos vida para siempre que es mucho más que esas ansias de plenitud que
lleva todo ser humano en su corazón
Génesis 17, 3-9; Sal 104; Juan 8, 51-59
¿Queremos
vivir? ¿Queremos morir? Así directamente preguntado, damos por supuesta la
respuesta. Nadie quiere morir, todos queremos vivir, aunque bien sabemos la
realidad, que un día hemos de morir. ¿Le tenemos miedo a la muerte? ¿Le tenemos
miedo a la vida? Es algo complejo, porque aunque muchas veces se nos hace
difícil, queremos vivir, no queremos que nos llegue la hora de la muerte.
Aunque quizás algunos la deseen, por los problemas que tienen, ¿por cobardía
quizá por temor a tener que enfrentarse a los problemas de la vida? Es complejo
todo lo que estamos diciendo, y al final amamos la vida, no queremos
desprendernos de ella, aunque ¿Cuál sería esa vida de la que no queremos
desprendernos para seguir viviendo?
En el fondo
del corazón del hombre hay deseos de plenitud; ansiamos que todo eso bueno que
vivimos lo podamos vivir en una plenitud para siempre, aunque algunas veces no
sabemos ni cómo es eso, y nos llenamos de imaginaciones, como si ese vivir
fuera seguir viviendo lo mismo que ahora vivimos. Y tenemos, entonces, que
caminar guiados por la fe, en esto y en todo lo que es nuestro vivir. Porque
esa plenitud no la vamos a tener por nosotros mismos, porque hay una esperanza
en el corazón que nos da un sentido y un valor. Y aunque casi se nos presente
como un misterio como seguidores de Jesús queremos creer en su palabra, aunque
algunas veces también nos deje un tanto perplejos y desconcertados.
Es lo que le
pasaba también a los contemporáneos de Jesús. Se sienten desconcertados con las
palabras y las promesas de Jesús. No habían descubierto aún todo el misterio de
Jesús, y por eso muchas veces sus palabras las tomaban solamente en un sentido
muy humano, muy de tejas abajo. Cuando hoy les habla Jesús de vivir para
siempre no lo entienden; como tampoco terminaron de entenderlo allá en la
sinagoga de Cafarnaún cuando también les hablaba de que comiéndole a El
tendrían vida para siempre. Ahora les habla de confiar en El, de creer en su
Palabra, para alcanzar esa vida que dura para siempre.
‘En
verdad, en verdad os digo: quien guarda mi palabra no verá la muerte para
siempre’,
les dice. No terminan de entenderlo. Eso de no ver la muerte no les podía caber
en sus cabezas. Son palabras, es cierto, difíciles, porque cuando hablamos de
vida o de muerte pensamos en la realidad de la experiencia de lo que es nuestro
vivir de cada día, comemos, dormimos, trabajamos, disfrutamos de las realidades
materiales de la vida, vivimos en contacto con los demás, pero un día este
cuerpo se enferma, este corazón se para, y ya parece que todo se acabó.
Cogiendo al pie de la letra las palabras de Jesús, ¿por guardar su palabra este
cuerpo no se va a enfermar y consumir, este corazón no se va a detener?
Tenemos
que darnos cuenta de que Jesús nos está hablando de otro vivir, de algo más
profundo que esa vida corporal, de algo que es lo que da verdadero valor a todo
eso que material a corporalmente realizamos, de todo eso que más allá de
nuestro cuerpo en nuestra mente llevamos y que es realmente lo que nos eleva,
nos hace ser espirituales.
No vale
entrar ahora aquí en aquellas discusiones que mantenían con Jesús con todas
aquellas comparaciones con Abrahán o con los profetas que un día murieron.
Jesús les está revelando el misterio de sí mismo, pero no terminan de
comprender. ‘En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán existiera,
yo soy’.
Está haciéndoles
una revelación del misterio de la divinidad de Jesús, algo que ellos no podían
aceptar. Por eso le rechazan, de alguna manera lo están considerando como un
blasfemo cuando cogen piedras para apedrearlo. No lo harán ahora, porque Jesús
se les escabulle entre las manos – aun no había llegado su hora – pero no
tardarán en llevarlo a la cruz y al calvario. Será la Pascua de Jesús, que
levantado en lo alto nos va a manifestar todo el misterio de Dios, porque nos
va a manifestar ese amor infinito de Dios que nos entrega a su Hijo, como hemos
venido reflexionando y como nos estamos queriendo preparar para la celebración
de esa Pascua.
Pongamos
toda nuestra fe en la Palabra de Jesús y tendremos vida. El ha venido y se ha
entregado por nosotros y por todos para que tengamos vida en abundancia, para
que tengamos vida eterna, para que no sepamos lo que es el morir, como hoy nos
dice. Creemos en la Palabra de Jesús, plantándola en nuestro corazón y en
nuestra vida, y tendremos vida para siempre. El se nos da, y como recordábamos,
nos ha prometido que quien le come vivirá para siempre, El nos resucitará en el
último día, nos hace partícipes de su misma vida.
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