Sabemos
bien de quien nos fiamos, por eso creemos en su palabra para ser sus discípulos
y vivir la plenitud de la libertad de los hijos de Dios
Daniel 3, 14-20. 91-92. 95; Sal. Dn 3, 52a y
c. 53a. 54a. 55a. 56ª; Juan 8, 31-42
¿Promesas que
engatusan? ¿Promesas que estimulan? Seguramente preferimos las segundas.
Estamos cansados de promesas. Es la cantinela continua de nuestros dirigentes,
pero eso no solo ahora, sino en todos los tiempos. Promesas llenas de engaños,
manipulando palabras y sentimientos, haciéndonos creer lo imposible,
distorsionando la realidad. Y al final nos sentimos engañados cuando abrimos
los ojos de verdad. Por eso nos hemos vuelto desconfiados; pero ya no es solo
que no creamos en nosotros, o lo que nos dicen los que están a nuestro lado,
sino que esa desconfianza nos puede llevar a temas y asuntos que son
verdaderamente trascendentes para nuestra vida, como sería incluso el ámbito de
la fe.
Tenemos que
saber de quién nos fiamos. Y ya no nos quedamos en las palabras, sino que
tratamos de ver la autenticidad de quienes las pronuncian, si hay verdadera
congruencia entre lo que nos dicen y lo que es la realidad de la vida. y aquí
sí tenemos que decir que sí, que creemos, que nos fiamos, que aceptamos la
Palabra de Jesús porque miramos su vida,
porque estuvo dispuesto a dar su vida por esa verdad que proclamaba y al final
terminó muriendo en una cruz. De quien da la vida por nosotros nos podemos
fiar. Es lo que queremos hacer con el evangelio de Jesús, con la buena noticia
que nos proclama Jesús.
Hoy ha
comenzado el evangelio diciéndonos: ‘Dijo Jesús a los judíos que habían creído
en él: Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos;
conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres’. Fijémonos que está hablando a aquellos que
habían creído en El. Y es como una invitación a la confianza, a permanecer en
la certeza de esa Palabra que habían escuchado y en la que creían; y quienes
creen en Jesús y le siguen son sus discípulos, y el discípulo va a conocer toda
la verdad que le enseña su Maestro; el discípulo de Jesús, el que cree y sigue
a Jesús, va descubrir la verdadera sabiduría de su vida, va a encontrar la
plenitud de su ser, ‘la verdad os hará libres’.
Claro que
a continuación de estas palabras de Jesús se va a armar una discusión y un
rechazo; pero no serán los que le aceptan y creen en él los que le discutan las
palabras de Jesús y los que le rechacen, son aquellos que no quieren creer en
Jesús ni en su palabra. Vendrá lo de que si son hijos de Abrahán, que no son
hijos de una prostituta, que ellos se sienten libres y Jesús les hará
comprender como están cegados y es la mentira la que envuelve su vida, por eso
están llenos de pecado.
Jesús ha
venido para arrancarnos de ese pecado; Jesús ha venido para quitarnos esa venda
de los ojos que nos ciega; Jesús es el que viene en verdad a liberarnos de toda
esclavitud; Jesús es el que viene en verdad a engrandecer nuestra vida, no hace
grandes porque nos hace hijos de Dios. Pero tenemos que creer en El, fiarnos de
su Palabra, dejarnos conducir por su Espíritu, llenarnos de su verdad y de su
vida. No tenemos otro camino que Jesús. En El tenemos que creer. Nos sentimos
en verdad estimulados con sus palabras para emprender con decisión ese camino
de la fe.
Momento,
pues, de reafirmar nuestra fe en Jesús. No solo como unas palabras que decimos
o que repetimos; es con el convencimiento de nuestra vida, con lo que hemos de
dar autenticidad a las palabras que pronunciamos para proclamar nuestra fe. Si
antes pedíamos autenticidad en las palabras que nos dicen para creer en ellas,
en consecuencia expresemos nosotros esa congruencia de nuestras palabras con
nuestra vida para que sea auténtica nuestra fe. Que las palabras con las que
proclamamos una fe no vayan por un lado mientras en la realidad de la vida
vamos por otros derroteros, bien lejanos de esa fe. Es la sinceridad también
con la que nos acercamos a la Pascua.
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