El reino de Dios se ha de notar en nuestra acogida, en nuestra sencillez y en la ternura que llama al corazón de los demás impregnando la vida del sentido nuevo del amor
Romanos 8, 18-25; Sal 125; Lucas 13, 18-21
‘¿A qué se parece el Reino de
Dios?’, es la pregunta que Jesús
mismo se hace queriendo explicarles a los discípulos el sentido del Reino de
Dios que está anunciando. Quizás una pregunta que nosotros mismos muchas veces
nos hacemos porque también a nosotros nos cuesta llegar a entenderlo.
Hablar de Reino pudiera ser una palabra
confusa, por las imágenes que nos hemos hecho o que tenemos en la misma
sociedad. Por eso algunas veces en nuestra confusión buscamos cosas grandes o
espectaculares, dejándonos convencer por el espíritu mundano en medio del cual
vivimos también soñemos con grandezas y con poderes y terminamos rodeándonos de
esplendores y oropeles que están bien lejos del Reino de Dios que Jesús quiere
anunciarnos.
Y sin embargo puede ser algo mucho más
sencillo, porque ya Jesús nos dirá en otro momento que el Reino de Dios no lo
busquemos fuera sino que está en nosotros, está dentro de nosotros, no lo
busquemos en cosas espectaculares sino que seamos capaces de fijarnos en lo
pequeño y en el sencillo que ahí se va a manifestar el Reino de Dios.
Y hoy nos habla de una pequeña semilla
y nos habla de un puñado de levadura; imagen de la semilla que la veremos
repetida muchas veces en la boca de Jesús para hablarnos del Reino de Dios. Pero
hoy es una semilla tan pequeña que puede pasar desapercibida pero que sin
embargo podrá dar lugar a una planta que se hace grande en medio de las
hortalizas del huerto.
Ese Reino de Dios que decíamos está en
nosotros y está dentro de nosotros, ese Reino de Dios que tenemos que ser
nosotros mismos que ahí en medio de las otras semillas o las otras hortalizas
estamos plantados y donde en nuestra sencillez sin embargo tenemos que hacernos
notar. De aquella planta nacida de esa pequeña semilla nos dirá que será capaz
de acoger a los pajarillos del campo para que en ella incluso puedan hacer su
nido.
¿Qué tenemos que ser nosotros en medio
del mundo en el que vivimos? También esa planta acogedora y que da sombra,
también ese nido que será nuestro corazón en el que tenemos que saber dejar
meter el corazón de los demás; ese reino de Dios que se va a notar en nuestra
acogida y en nuestra sencillez, en nuestra ternura que llama al corazón de los
demás y que se desprende de nosotros para contagiar también de amor y de
ternura a los que están a nuestro lado.
Y ¿por qué podremos hacer eso? Porque
hemos puesto a Dios en el centro de nuestro corazón haciendo que sea en verdad
el único Señor de nuestra vida. Pertenecemos a su Reino, pertenecemos a Dios
porque de Dios nos hemos dejado llenar de nueva vida y de amor. Y con esa nueva
forma de vivir y con ese amor iremos acogiendo y contagiando a los demás,
iremos haciendo entonces un mundo mejor, un mundo de dicha, de paz, de
felicidad como puedan reflejarnos esas imágenes de ese huerto de hortalizas del
que nos habla Jesús cuando nos habla de la semilla de la mostaza.
Es la otra imagen que nos propone hoy
Jesús cuando nos habla de la levadura que se mezcla con la masa para hacerla
fermentar. Es ahí en medio de esa masa de nuestro mundo, de esa sociedad en la
que nos ha tocado vivir, con esa realidad concreta de ese mundo con sus
oscuridades, sufrimientos, agobios, luchas y tantas cosas que a veces nos
parece que lo hacen inhóspito, sin embargo tenemos que ser levadura. Es la vida
que tenemos que hacer fermentar, es la masa a la que tenemos que dar sabor, es
ese mundo que tenemos que saber transformar, es ese amor que tenemos que saber
poner para dar un sentido nuevo, para dar un sabor nuevo, para hacer un mundo
distinto, para hacer presente a Dios. Así, casi sin notarlo, nosotros iremos contagiando
de esos valores del Reino de Dios, nosotros iremos contagiando a nuestro mundo
del espíritu de Dios.
¿Daremos nosotros esa imagen del Reino
de Dios?
No hay comentarios:
Publicar un comentario