Si no
abrimos el corazón a la Palabra de Dios tenemos que preguntarnos qué es lo que
realmente vamos a celebrar en Navidad
Isaías 48, 17-19; Sal 1; Mateo 11,
16-19
Mientras en la vida no vamos
adquiriendo un cierto grado de madurez andamos algo así como inestables en
nuestros deseos y en nuestras decisiones; decimos que somos niños que no
sabemos lo que queremos, hoy nos sentimos deslumbrados por algo nuevo que
vimos, una persona nueva que conocimos y todo son maravillas y no hacemos sino
hablar de eso nuevo que hemos encontrado y que nos ha gustado no sabiendo
apreciar, por ejemplo, que cosas más hermosas tenemos más cercanas a nosotros
ya fuera en la familia en la que vivimos, ya sean las cosas que están en
nuestras manos y tenemos oportunidad de realizar. Pero nos encandila lo nuevo,
pero si mañana vemos o encontramos otra cosa igualmente nos iremos tras ella
porque es la maravilla que estaba oculta y que ahora tuvimos la suerte de
encontrar.
No digo que hemos de tener capacidad de
sorpresa, porque eso nos ayuda en la vida, nos hace encontrar muchas cosas
buenas, crea ilusión en nuestro corazón, pero la persona madura no se encandila
ante cualquier novedad sino que sabe apreciar y admirarse por eso sencillo que quizás
trae entre manos o que encontramos en esas personas más cercanas a nosotros
como es la familia a la que por el contrario muchas veces denostamos.
Tenemos que saber ser más reflexivos en
la vida, irle dando poco a poco una estabilidad a nuestras emociones y no
dejarnos arrastrar como veletas por el primer viento que resople a nuestro
lado. Son los caminos de madurez que hemos de irle dando a la vida, es la
madurez de la que hemos de ir revistiendo nuestra fe, con la que tenemos que
fortalecer nuestra fe y se conviertan en verdaderos cimientos de nuestra vida
cristiana.
Hoy en el evangelio Jesús nos propone el ejemplo de los chiquillos que juegan en la plaza, que no terminan de ponerse de acuerdo ni siquiera en sus juegos para pasarlo bien, sino que en un momento están de cara a lo que se propone como al momento siguiente le dan la espalda. Y nos dice Jesús que no seamos así; se queja de su generación que ni terminaron de aceptar a Juan al que al principio parecía que todos admiraban pero que luego lo consideraban duro y exigente, y no ahora aceptan al Hijo del Hombre, es decir, no lo aceptan a El, a quien ven cercano pero que por eso mismo como dice en el evangelio lo consideran como un comilón y un borracho, porque come con todos.
Pero todo esto es para que nos miremos
a nosotros mismos y sepamos encontrar la verdadera sabiduría como nos está sugiriendo
Jesús. Hemos de reconocer que habitualmente somos muy superficiales en nuestras
convicciones y en nuestros compromisos desde nuestra fe. Nos falta esa
sabiduría del Espíritu.
Me viene a la mente el recuerdo – y
esto ha sido con más de una persona – de alguien que un día te encuentra y te
dice que ahora sí ha encontrado la fe, que ahora se ha encontrado con el
evangelio y sí vive su fe en Jesús como su salvador; era una persona que conocíamos
por su frecuencia en asistir a la Iglesia, pero que de la noche a la mañana se encontró
con alguien que quizá llego a la puerta de su casa y le ofrecía la Biblia como salvación
para su vida, y con ellos se fue. Yo le preguntaba ¿y no tenías la Biblia
cuando estabas en tu Iglesia, cuando oías la proclamación de la Palabra cada
vez que venias a Misa? No, es que ahora es distinto, yo la leo, la interpreto,
escucho las explicaciones que me dan, y le insisto, y ¿quién te impedía que
leyeras la Biblia cuando estabas en tu Iglesia de siempre? ¿Qué hacías cuando
el sacerdote te la explicaba en la homilía? Andaba en otras ondas, no prestaba
atención, de antemano iba con la convicción de que aquello era aburrido y más
se aburría porque no prestaba atención, no se había molestado en leer nunca en
su casa al menos el evangelio.
Comento esto así con este detalle
porque mucho de eso nos pasa a la mayoría de los que vamos a la Iglesia. No
escuchamos, no prestamos atención, no somos capaces de detenernos a leer de
nuevo el evangelio cuando llegamos a casa para rumiarlo de nuevo y meterlo
hondo en la vida, somos de los que ya vamos cansados y aburridos a las
celebraciones y así nos salen de monótonas y frías por mucho que el sacerdote
quiera animarnos y busque mil recursos para hacernos reflexionar, para hacernos
llegar la Palabra de Dios a nuestra vida.
Este camino de adviento que estamos haciendo ha de ayudarnos a hacer ese parón que necesitamos en la vida para abrir de verdad nuestro corazón a la Palabra de Dios. Si no lo hacemos así, ¿qué es realmente lo que vamos a celebrar en la navidad? ‘La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros’, vamos a escuchar repetidamente. No nos preocupemos tanto de que por las circunstancias vamos a tener una navidad distinta. Será distinta si en verdad vamos a vivir que la Palabra de Dios habita entre nosotros. Aunque no haya comidas y luces será en verdad navidad.
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