Necesitamos desierto que es silencio, soledad, momentos de
interiorización y reflexión, de hacernos preguntas y buscar respuestas que es
el camino de cuaresma que iniciamos
Génesis 2, 7-9; 3, 1-7; Sal 50; Romanos 5,
12-19; Mateo 4, 1-11
Hay momentos de la vida
del hombre, de la vida de toda persona en que surge en su interior una como
crisis existencial en la que le parece que su vida está vacía, se siente no
solo como perdido sino además como si estuviera perdiendo el tiempo en la vida
porque aun cuando se encuentre medianamente satisfecho en sus trabajos le
parece que no ha encontrado sus metas o se encuentra como sin metas a las que
correr.
Son momentos confusos
en la vida de la persona porque además en medio de todo el espectáculo de la
vida, de los que corren de un lado para otro siempre con prisas y siempre sin
tiempo para llegar a no saben donde, viendo caminar a su lado a muchos a los
que parece que todo le va bien y se sienten satisfechos de su mismo, o
contemplando también un mundo de desigualdades y de injusticias, de
manipulaciones y de abusos de poder que hacen que tantos vivan en la ignorancia
o en la miseria, se ven a si mismos desnudos – no porque les importe mucho o
poco el pudor ante la desnudez de sus cuerpos que eso parece que hoy ya está superado
para la generalidad de las gentes – sino desnudos en lo más hondo de si mismos
porque quizá no encuentran valores, porque se sienten vacíos y como unos seres
inútiles que no están dejando ninguna huella en la vida.
En la confusión no
saben qué camino tomar, si dejarse arrastrar por el materialismo de la vida y
contentarse con esos placeres que la vida misma les ofrece desde su propio
materialismo o desde una sensualidad desbocada y siempre insatisfecha, o
quieren encontrar el milagro que les ilumine o les resuelva sus dudas, o
simplemente se contentan con la vanidad de los aplausos o los halagos de los
que incluso quieren aprovecharse de su situación.
¿Sabremos encontrar
ese necesario parón en la carrera de la vida para reflexionar con serenidad sobre
todo esto buscando los verdaderos valores para nuestra existencia? Sería algo
que necesitamos, un desierto que nos lleve a un silencio frente a todos esos
gritos de la vida que nos llaman de un lado o de otro, unos momentos de soledad
para encontrarnos con nosotros mismos y
buscar el verdadero sentido del hombre, una apertura interior a algo nuevo y trascendente
que nos eleve y nos haga mirar con una mirada distinta.
Esto nos lo ofrece
ahora la liturgia. Hemos comenzado el pasado miércoles el tiempo de la
Cuaresma. Creo que tenemos que entender bien su sentido y cuanto nos puede
ayudar en esa necesaria profundización que necesitamos en la vida. Decimos
comúnmente es el tiempo que nos prepara para la semana santa, o queriendo
decirlo mejor, nos prepara para la Pascua. Pero, ¿qué viene a significar esa
preparación? ¿Solamente unos ritos que realizamos porque ahora toca, porque es
el tiempo penitencial de la cuaresma y nos quedamos tan contentos con eso?
Si nos fijamos,
precisamente, en lo que nos ofrece la Palabra de Dios en este domingo creo que
podremos comprender que es mucho más. Hoy vemos a Jesús que se va al desierto,
donde pasará cuarenta días en la austeridad propia de un lugar tan inhóspito
como sea el desierto; por eso al final se nos dirá que tenía hambre.
Pero ese desierto es
silencio, es soledad, son momentos de interiorización, de reflexión, de
hacernos preguntas y de buscar respuestas. Cuando se vive en la austeridad de
un desierto, lejos de las comodidades a las que estamos acostumbrados en la
vida, se ve un valor distinto de las cosas y de la vida misma; cuando se vive
alejado de todos esos ruidos que nos distraen en la vida nos da tiempo para
pensar, para mirarnos por dentro, para tener una nueva y distinta visión de las
cosas.
A esto nos está
invitando la liturgia de la Iglesia cuando hoy nos ofrece este evangelio del
desierto en el monte de la cuarentena y de las tentaciones de Jesús. Contemplar
esas tentaciones de Jesús es contemplar lo que es nuestra propia vida con sus
apegos, con sus comodidades, con sus apetencias y ambiciones, con sus vanidades
y deseos de prestigio, con todas esas locuras en que nos vemos envueltos.
Y tendríamos que
preguntarnos, ¿tendría sentido una vida que se deja simplemente arrastrar por
todas esas cosas? Quizá nos sentiremos vacíos y desnudos, nos daremos cuenta
del poco valor que le hemos dado a la vida y la poca consistencia de lo que
hemos hecho hasta el presente y eso nos llevará a buscar valores para nuestra
vida que nos alcancen mayor plenitud, se abrirá nuestra mente para ver de forma
distinta a los que nos rodean pero también el lugar que ocupamos nosotros en
ese mundo donde quizá no estamos dejando demasiadas buenas huellas.
No tengamos miedo al
silencio, a la soledad, al desierto, a todos esos interrogantes que se nos
plantean por dentro, a esas angustias y ansiedades que sentimos en nuestro
interior, a ver la realidad de la propia vida. Enfrentémonos a todo eso con
valentía, con decisión, con ganas de encontrar la luz, de encontrar el sentido
profundo de nuestro ser. Y para eso miremos a Jesús y escuchemos a Jesús. Esas
respuestas que Jesús va dando al tentador también nos ayudan a nosotros a
encontrar respuesta, a darle valor y trascendencia a nuestra vida, a ver
también la verdad de Dios en nosotros. leamos de nuevo el evangelio.
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