Poniendo amor en nuestra lo que vivimos cada día y en la
relación con los demás embelleceremos el jardín de la vida con resplandores
celestiales
Levítico 19, 1-2. 11-18; Sal 18; Mateo 25,
31-46
San Juan de la Cruz
resumiendo en bellas y sabias palabras el evangelio de hoy nos decía que ‘en
el atardecer de la vida seremos examinados de amor’. Al escuchar este
mensaje ya de entrada me pregunto para mi mismo ¿pasaré yo ese examen?
Nos hace falta
delicadeza de espíritu, sensibilidad en el alma, apertura del corazón. Aunque
hemos sido creados para el amor, porque somos seres siempre abiertos a la
relación con los demás, pronto pueden aparecer sombras en nuestro espíritu que
nos apaguen la sensibilidad y la delicadeza. Algo que no podemos perder,
tenemos que cultivar, porque la más bella flor la podemos plantar en un hermoso
jardín si no la cuidamos y cultivamos debidamente pronto pueden aparecer las
malas hierbas que se coman su belleza, pronto puede estar llena de virus y
malas plagas que la contaminen y le hagan perder su lozanía y belleza. Nos
puede pasar en nuestro espíritu.
Es verdad que ante lo
bello nuestra sensibilidad parece que se despierta con facilidad y allí donde
vemos la belleza del amor parece que nos sentimos especialmente atraídos y
surgen los cuidados y los mimos, pero la sensibilidad de nuestro espíritu tiene
que llegar más allá, pues tras esos rostros demudados y aparentemente llenos de
amargura y pareciera que hubieran hasta malos sentimientos, tenemos que
descubrir lo que hay detrás, porque puede esconder cosas bellas que no hemos
sabido resaltar, aunque podemos descubrir tantos sufrimientos y angustias que
son las que le amargan el alma. ¿Y no vamos a ser sensibles ante esos
sufrimientos, ante esas angustias por las que pueden estar pasando quienes
caminan a nuestro lado y quizá se nos presentan con un rostro no demasiado
amable?
Hoy Jesús en el
evangelio cuando nos está hablando de ese amor del que seremos examinados en la
tarde de la vida no quiere que solamente seamos capaces de acoger a aquellos
que parecen más agradables y nos hayan podido ofrecer amor, sino que nos está
enseñando como tenemos que acoger a cuantos llevan sufrimiento en el alma y
también tormentos y dolores en su cuerpo. Nos habla de los hambrientos y
sedientos, nos habla de los enfermos y de los que sufren, nos hablan de los que
se debaten en la soledad y la amargura porque se sienten unos desconocidos o
porque han perdido su libertad a causa quizá de haberla vendido en un mal
momento por unos malos deseos, nos habla de los que van por la vida
atormentados y con falta de paz en el corazón o de los que se sienten
despreciados y marginados o incluso vituperados y perseguidos por los demás.
Esos son los que
principalmente tenemos que acoger y mostrar nuestro amor. Y para que nos demos
cuenta de lo sublime que es esa acogida, nos está diciendo que cuanto hagamos a
esos hermanos que sufren es como si a El mismo se lo estuviéramos haciendo. ‘Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me
disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me
vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme… En
verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más
pequeños, conmigo lo hicisteis’.
Si nos
faltara ese sensibilidad humana para descubrir el valor de todo ser humano que
camina a nuestro lado y tratarlo con humanidad y con un corazón rebosante de
solidaridad, ahora nos está diciendo Jesús que aprendamos a verle en el
hermano, porque todo ser humano ha de ser para nosotros presencia del Dios vivo
a quien hemos de amar. Si alguna vez nos
costara mantener esa sensibilidad de la humanidad añadámosle el toque de la
gracia, de lo sobrenatural para descubrir en el hermano el rostro de Jesús. Se embellecerá aun más el jardín de nuestra
vida con resplandores celestiales.
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