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lunes, 2 de marzo de 2020

Poniendo amor en nuestra lo que vivimos cada día y en la relación con los demás embelleceremos el jardín de la vida con resplandores celestiales



Poniendo amor en nuestra lo que vivimos cada día y en la relación con los demás embelleceremos el jardín de la vida con resplandores celestiales

Levítico 19, 1-2. 11-18; Sal 18; Mateo 25, 31-46
San Juan de la Cruz resumiendo en bellas y sabias palabras el evangelio de hoy nos decía que ‘en el atardecer de la vida seremos examinados de amor’. Al escuchar este mensaje ya de entrada me pregunto para mi mismo ¿pasaré yo ese examen?
Nos hace falta delicadeza de espíritu, sensibilidad en el alma, apertura del corazón. Aunque hemos sido creados para el amor, porque somos seres siempre abiertos a la relación con los demás, pronto pueden aparecer sombras en nuestro espíritu que nos apaguen la sensibilidad y la delicadeza. Algo que no podemos perder, tenemos que cultivar, porque la más bella flor la podemos plantar en un hermoso jardín si no la cuidamos y cultivamos debidamente pronto pueden aparecer las malas hierbas que se coman su belleza, pronto puede estar llena de virus y malas plagas que la contaminen y le hagan perder su lozanía y belleza. Nos puede pasar en nuestro espíritu.
Es verdad que ante lo bello nuestra sensibilidad parece que se despierta con facilidad y allí donde vemos la belleza del amor parece que nos sentimos especialmente atraídos y surgen los cuidados y los mimos, pero la sensibilidad de nuestro espíritu tiene que llegar más allá, pues tras esos rostros demudados y aparentemente llenos de amargura y pareciera que hubieran hasta malos sentimientos, tenemos que descubrir lo que hay detrás, porque puede esconder cosas bellas que no hemos sabido resaltar, aunque podemos descubrir tantos sufrimientos y angustias que son las que le amargan el alma. ¿Y no vamos a ser sensibles ante esos sufrimientos, ante esas angustias por las que pueden estar pasando quienes caminan a nuestro lado y quizá se nos presentan con un rostro no demasiado amable?
Hoy Jesús en el evangelio cuando nos está hablando de ese amor del que seremos examinados en la tarde de la vida no quiere que solamente seamos capaces de acoger a aquellos que parecen más agradables y nos hayan podido ofrecer amor, sino que nos está enseñando como tenemos que acoger a cuantos llevan sufrimiento en el alma y también tormentos y dolores en su cuerpo. Nos habla de los hambrientos y sedientos, nos habla de los enfermos y de los que sufren, nos hablan de los que se debaten en la soledad y la amargura porque se sienten unos desconocidos o porque han perdido su libertad a causa quizá de haberla vendido en un mal momento por unos malos deseos, nos habla de los que van por la vida atormentados y con falta de paz en el corazón o de los que se sienten despreciados y marginados o incluso vituperados y perseguidos por los demás.
Esos son los que principalmente tenemos que acoger y mostrar nuestro amor. Y para que nos demos cuenta de lo sublime que es esa acogida, nos está diciendo que cuanto hagamos a esos hermanos que sufren es como si a El mismo se lo estuviéramos haciendo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme… En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis’.
Si nos faltara ese sensibilidad humana para descubrir el valor de todo ser humano que camina a nuestro lado y tratarlo con humanidad y con un corazón rebosante de solidaridad, ahora nos está diciendo Jesús que aprendamos a verle en el hermano, porque todo ser humano ha de ser para nosotros presencia del Dios vivo a quien hemos de amar.  Si alguna vez nos costara mantener esa sensibilidad de la humanidad añadámosle el toque de la gracia, de lo sobrenatural para descubrir en el hermano el rostro de Jesús.  Se embellecerá aun más el jardín de nuestra vida con resplandores celestiales.


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