Solo la tierra pacientemente labrada será la que está bien preparada para recibir la semilla y que en ella pueda fructificar
2Samuel 7, 4-17; Sal 88; Marcos 4, 1-20
Se nos habrá pasado alguna vez por la cabeza o acaso lo hemos oído
comentar; alguien hizo una buena reflexión en la que se denunciaban situaciones
injustas, o se hablaba de cosas que había que corregir o mejorar y a la mente
nos vino el pensamiento de que bueno sería que determinaba persona escuchara
esto, o que bien le vendría a alguien estas cosas porque, pensamos, están
retratando su vida. Es fácil tirar balones fuera, que lo que se dice o lo que
se escucha le vendría bien a esta o aquella persona, pero no pensamos en
nosotros mismos que tendríamos que ser los primeros que nos lo aplicáramos.
Esto significa esas actitudes pasivas que podemos tener en nuestro
interior donde nos encerramos como detrás de una coraza para no dejar que se
nos señale de forma concreta aquello que tendría que ser distinto en nuestra
vida. Pues creo que pudiera ser la actitud o la postura que nos denuncia la
parábola y esa actitud nueva con que nosotros debemos escucharla.
Hoy nos habla el evangelio de la parábola del sembrador. Somos capaces
de decir cosas muy bellas de ella, como una de las páginas más hermosas del evangelio
y un montón de cosas en ese estilo; pero ahí nos quedamos, en su belleza, en la
riqueza de matices que puede tener, en todas las cosas que nos puede decir,
pero ya nos la sabemos. Desde que comenzamos a escucharla ya vamos por
adelantado pensando en su significado que nos lo sabemos porque tantas veces lo
hemos escuchado y hasta lo habremos meditado.
Quizá en un momento determinado nos impactó, pero fue el impacto de
aquel momento, porque parece que ha dejado de ser ya esa buena nueva que hoy
llega a nuestra vida. Y es que esa tiene que ser la actitud, sentir que ahora,
en este momento, es buena noticia para nosotros, es una buena nueva, no una
cosa sabida ya y que ahora estamos repitiendo. Es por eso por lo que tantas
veces, y nos sucede con esta parábola y nos puede suceder con tantos pasajes
del evangelio, se nos queda sin dar fruto, porque ya de antemano hemos puesto
esa costra de que ya nos la sabemos y no llega a penetrar de verdad en nuestro
corazón.
Es cierto que todos conocemos la parábola, de cómo el sembrador va
arrojando la semilla que va cayendo en distintos terrenos, en la orilla del
camino, o entre los zarzales y malas hierbas o los pedruscos, y solo la que
cayó en buena tierra llegó a fructificar. La conocemos y conocemos bien la explicación
que Jesús mismo hace de la parábola, pero eso no debe impedirnos para que
abramos bien nuestro corazón al escucharla y lleguemos a descubrir lo que ha de
ser esa buena nueva ahora y en las circunstancias concretas que vivimos esa
palabra del Señor.
Podemos mirar lo que es la situación de nuestro mundo hoy que se hace
sordo a la Palabra de Dios, porque ha eliminado todo sentido de trascendencia
de su vida y solo vive pensando en las beneficios concretos que ha de tener
para si o para la sociedad todo aquello que hace; es el materialismo con que
vivimos, es la ausencia de valores espirituales en la que vamos educando a las
jóvenes generaciones, es el hedonismo de la vida donde todo lo que hacemos es
para buscar sensaciones placenteras que nos hagan disfrutar solamente del
momento, es la impaciencia con que vivimos en que todo tiene que estar como
automatizado para podamos obtener fruto o beneficio inmediato.
Pero eso no es cuestión solo del mundo que nos rodea sino que son las
posturas, las formas de hacer con que nosotros habitualmente actuamos. Lo que
no nos da una satisfacción inmediata, un beneficio pronto y abundante no nos
vale, pero es que nosotros tampoco queremos saber nada de la perseverancia y la
constancia en el esfuerzo aunque nos cueste sacrificio, porque eso siempre lo
rehuimos.
Solo aquella tierra pacientemente labrada será la que está bien
preparada para recibir la semilla y que en ella pueda fructificar, pero no nos
importa estar de cualquier manera – como la tierra endurecida del camino, la
llena de abrojos o los pedregales – con tal de evitar el esfuerzo del trabajo
que significa preparar una buena tierra para recibir la semilla.
¿No será esta parábola hoy una invitación a revisar esas posturas que
tenemos en nosotros ante la vida y ante el esfuerzo que tendríamos que hacer
por cultivarla?
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