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martes, 28 de enero de 2020

Una nueva relación, una nueva comunión que a todos nos hace sentirnos familia de una manera especial


Una nueva relación, una nueva comunión que a todos nos hace sentirnos familia de una manera especial

2Samuel 6, 12b-15. 17-19; Sal 23;  Marcos 3, 31-35
Somos conscientes de que las relaciones primarias y básicas de toda persona están en la familia en la que hemos nacido y donde  nos hemos criado, allí donde hemos crecido como personas en esa hermosa relación de amor entre padres e hijos, entre hermanos y también con el resto de la familia más cercano. Ese hogar que ha sido caldo de cultivo de esos valores de los que nos hemos impregnado y donde hemos aprendido a relacionarnos y a comunicarnos y que nos ha ayudado en ese crecimiento humano y espiritual.
Pero somos conscientes también  que hay otro entorno que ha ampliado ese campo de relación y que muchas veces tiene una riqueza extraordinaria que nos hace establecer unos vínculos tan fuertes en muchas ocasiones como aquellos que tenemos en el seno de la familia. Son los amigos, son esas personas cercanas a nosotros a los que miramos de una forma especial, de manera que aunque no hayan vínculos de carne y sangre sin embargo los vínculos son tan estrechos que con ellos nos sentimos como si fueran de la misma familia. Es una apertura hermosa que nos tendría que hacer mirar al mundo con otros ojos y que tendría que ser un camino de esa nueva fraternidad que entre todos los seres humanos tendríamos que establecer. Ya la Sagrada Escritura nos dice en los libros sapienciales que ‘hay amigos que son más afectos que un hermano…’
Con estos preámbulos de reflexión que nos estamos haciendo no nos han de resultar extrañas las palabras que escuchamos hoy a Jesús en el Evangelio. Estaba Jesús como siempre rodeado de gente que venia a escucharle y que a gusto se sentían con El apretujándose en su entorno para no perder ni una sola de sus palabras y para sentir el calor de su amor y cercanía. Y nos dice el evangelista que llegaron su madre y sus hermanos. No es necesario extendernos excesivamente para entender que la palabra hermano entre las gentes de aquella época y más en un mundo semita hace referencia a todos los familiares cercanos.
Le comunican a Jesús, ante la imposibilidad de poder llegar por si mismos a sus pies, que allí están su madre y sus hermanos. A algunos les podría parecer extraña la reacción y respuesta de Jesús pero creo que estamos en camino de entenderlo. ‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ Y derramando su mirada en torno en todos aquellos que le escuchaban exclamó: ‘Estos son mi madre y mis hermanos, los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen…’
No rechaza Jesús la presencia de María, su madre, y demás familiares que le buscan. Pero Jesús nos está abriendo horizontes cuando nos anuncia el nuevo Reino de Dios; Jesús nos está hablando de esa nueva fraternidad que tenemos que aprender a vivir, donde en verdad todos nos sintamos hermanos; no han de ser solo los vínculos de la sangre los que nos han de unir, sino que han de haber otros vínculos de amor, de amistad, de cercanía, de fraternidad que nos han de hacer entrar en una nueva relación. ¿No ha de ser el amor nuestro distintivo? Pero no es un mero amor romántico o de bonitas palabras, sino que ha de ser otra relación más honda, más concreta, más palpable que nos ha de hacer sentirnos hermanos.
No perdamos de vista nunca lo que es el eje fundamental de la predicación de Jesús, el Reino de Dios; ese Reino de Dios que viviremos sintiendo que Dios es el único Señor de nuestra vida, pero donde todos hemos de sentirnos hermanos, donde hemos de cultivar esos valores del Reino que nos harán entrar en esa nueva relación que entre unos y otros ha de existir.

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