Una nueva relación, una nueva comunión que a todos nos hace sentirnos familia de una manera especial
2Samuel 6, 12b-15. 17-19; Sal 23; Marcos 3, 31-35
Somos conscientes de que las relaciones primarias y básicas de toda
persona están en la familia en la que hemos nacido y donde nos hemos criado, allí donde hemos crecido
como personas en esa hermosa relación de amor entre padres e hijos, entre
hermanos y también con el resto de la familia más cercano. Ese hogar que ha
sido caldo de cultivo de esos valores de los que nos hemos impregnado y donde
hemos aprendido a relacionarnos y a comunicarnos y que nos ha ayudado en ese
crecimiento humano y espiritual.
Pero somos conscientes también
que hay otro entorno que ha ampliado ese campo de relación y que muchas
veces tiene una riqueza extraordinaria que nos hace establecer unos vínculos
tan fuertes en muchas ocasiones como aquellos que tenemos en el seno de la
familia. Son los amigos, son esas personas cercanas a nosotros a los que
miramos de una forma especial, de manera que aunque no hayan vínculos de carne
y sangre sin embargo los vínculos son tan estrechos que con ellos nos sentimos
como si fueran de la misma familia. Es una apertura hermosa que nos tendría que
hacer mirar al mundo con otros ojos y que tendría que ser un camino de esa
nueva fraternidad que entre todos los seres humanos tendríamos que establecer.
Ya la Sagrada Escritura nos dice en los libros sapienciales que ‘hay amigos
que son más afectos que un hermano…’
Con estos preámbulos de reflexión que nos estamos haciendo no nos han
de resultar extrañas las palabras que escuchamos hoy a Jesús en el Evangelio.
Estaba Jesús como siempre rodeado de gente que venia a escucharle y que a gusto
se sentían con El apretujándose en su entorno para no perder ni una sola de sus
palabras y para sentir el calor de su amor y cercanía. Y nos dice el
evangelista que llegaron su madre y sus hermanos. No es necesario extendernos
excesivamente para entender que la palabra hermano entre las gentes de aquella
época y más en un mundo semita hace referencia a todos los familiares cercanos.
Le comunican a Jesús, ante la imposibilidad de poder llegar por si
mismos a sus pies, que allí están su madre y sus hermanos. A algunos les podría
parecer extraña la reacción y respuesta de Jesús pero creo que estamos en
camino de entenderlo. ‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ Y
derramando su mirada en torno en todos aquellos que le escuchaban exclamó: ‘Estos
son mi madre y mis hermanos, los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen…’
No rechaza Jesús la presencia de María, su madre, y demás familiares
que le buscan. Pero Jesús nos está abriendo horizontes cuando nos anuncia el
nuevo Reino de Dios; Jesús nos está hablando de esa nueva fraternidad que
tenemos que aprender a vivir, donde en verdad todos nos sintamos hermanos; no
han de ser solo los vínculos de la sangre los que nos han de unir, sino que han
de haber otros vínculos de amor, de amistad, de cercanía, de fraternidad que
nos han de hacer entrar en una nueva relación. ¿No ha de ser el amor nuestro
distintivo? Pero no es un mero amor romántico o de bonitas palabras, sino que
ha de ser otra relación más honda, más concreta, más palpable que nos ha de
hacer sentirnos hermanos.
No perdamos de vista nunca lo que es el eje fundamental de la
predicación de Jesús, el Reino de Dios; ese Reino de Dios que viviremos
sintiendo que Dios es el único Señor de nuestra vida, pero donde todos hemos de
sentirnos hermanos, donde hemos de cultivar esos valores del Reino que nos
harán entrar en esa nueva relación que entre unos y otros ha de existir.
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