Nos sentimos amados de Dios y nuestra oración será gozarnos en ese amor de Dios sintiéndonos en total comunión de amor con confianza y esperanza
Éxodo 17, 8-13; Sal 120; 2Timoteo 3, 14-4, 2; Lucas 18, 1-8
Desde nuestra experiencia humana cuando tenemos que hacer un trámite,
solicitar algo o simplemente pedir desde algo que necesitamos, sobre todo
cuando aquel a quien tenemos que acudir lo consideramos o él mismo se considera
poderoso estamos esperando su magnanimidad para ver si nos otorga o no aquello
que estamos pidiendo o solicitando; desde esos servilismos que nos creamos en
la vida andamos como temerosos de que no nos quieran atender y parecería que
siempre le estamos debiendo un favor que nunca acabamos de pagar.
Según la gravedad del problema o la necesidad que tengamos
insistiremos humildemente pero no las tenemos todas con nosotros hasta que nos
dé una respuesta. Así vivimos muchas veces nuestras relaciones humanas que casi
se vuelven inhumanas porque falta una confianza por un lado y una amplia generosidad
por el otro, o al menos desconfiamos de que puedan ser generosos con nosotros.
Luego quizás nos volvemos obsequiosos o antes quizá tratamos de ganarnos ese
favor quizá con medios humillantes.
Me ha surgido esta reflexión que nos pudiera reflejar situaciones que
podemos vivir en paralelismo a la pequeña parábola que nos propone Jesús en el
Evangelio. Habla de la viuda que pide justicia a un juez que no le hace caso,
pero que ante la insistencia de aquella pobre mujer al final la atiende aunque
solo fuera por quitársela de encima; en este caso es el que se cree con poder
que no atiende, mientras en lo que antes reflexionábamos se trata de quien se
siente necesitado y no se siente con confianza de que pueda ser escuchado.
Ya el evangelista nos comenta que Jesús lo que quiere señalarnos es la
insistencia y perseverancia con que hemos de orar. No dice cómo es que un padre
no va a escuchar y atender la súplica de sus hijos.
Pero es que aquí nos surge un pensamiento que se nos puede atravesar
cuando acudimos a Dios en nuestra oración, que Dios no nos escucha ni atiende
en nuestras necesidades. Nos parece, y así nos sentimos tantas veces, que Dios
no nos escucha. Pero ¿no será que ya nosotros de antemano vamos con poca
confianza, con poca fe, a nuestra oración? Cierto es que muchas veces en
nuestra oración acudimos a Dios como a un curandero taumatúrgico que nos
remedie en nuestras necesidades y a eso y solo eso reducimos nuestra oración.
Porque también es cierto que muchas veces somos nosotros muy mezquinos o muy
interesados en nuestras oraciones.
Pero ¿qué es o qué tendría que ser nuestra oración? Tendríamos que
reconocer que si el Dios en quien creemos es un Padre que nos ama, nuestra relación
con Dios tendría que ser otra cosa, tendríamos que darle otro sentido. Y aquí
es donde tenemos que poner en juego toda nuestra fe y toda nuestra esperanza.
Nos sentimos amados de Dios a quien nosotros queremos amar sobre todas las
cosas, como decimos en el catecismo, pues entonces nuestra oración tendría que
ser un gozarnos en ese amor de Dios sintiéndonos en verdadera comunión con El.
Casi tendrían que sobrar palabras simplemente para vivir una presencia gozosa
de Dios, para sentirnos en Dios, para gozar de Dios y de su amor.
Quienes se aman profunda e íntimamente sienten el gozo de amarse,
sienten la confianza que nos da el amor, se sienten mutuamente inundados por
ese amor que les hace sentirse uno, y con esa certeza del amor tienen la
esperanza gozosa de que ese amor nunca fallará, nunca se va a acabar. En esa
confianza de amor y en esa esperanza llena de gozo sentirán la seguridad de un
amor que se hace eterno. En esa comunión de amor no caben los temores ni las
desconfianzas, no tienen sentido que andemos como chantajeándonos ofreciendo
cosas y promesas de futuro ni con servilismos, no nos sentiremos humillados en
nuestras necesidades porque tenemos la certeza de que en ese amor siempre
obtendremos lo mejor.
Tenemos que llegar a la profundidad de ese amor, que es la profundidad
de la fe y de la esperanza que va a animar siempre nuestra vida. Si hubiera
desconfianza, si no tuviéramos una esperanza cierta algo nos está fallando en
nuestra fe, algo nos está fallando en nuestro amor. Pero somos débiles y se nos
puede debilitar nuestra fe que ya no nos hará saborear lo que es ese amor de
Dios; por eso hoy Jesús quiere insistirnos en que seamos perseverantes en
nuestra oración, en nuestra búsqueda de Dios, en recorrer ese camino que nos
lleve a ese más tan intimo y profundo.
No nos podemos cansar, no podemos bajar los brazos, como veíamos en el
Éxodo a Moisés orante por su pueblo que lucha para obtener la victoria; tenemos
que insistir aunque algunas veces nos puedan aparecer las sombras de las dudas
o de los silencios, que no son silencios de Dios, sino más bien sorderas de
nuestra vida que no llegamos a captar toda la sintonía de Dios para descubrir
su amor y para vivir lo que tiene que ser nuestro amor.
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