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jueves, 24 de octubre de 2019

Sintamos el ardor del fuego del Espíritu en nuestro corazón para prender al mundo en los valores del Reino de Dios


Sintamos el ardor del fuego del Espíritu en nuestro corazón para prender al mundo en los valores del Reino de Dios

Romanos 6, 19-23; Sal 1;  Lucas 12, 49-53
Todos conocemos personas inquietas y ardientes que cuando desean algo, se proponen una cosa que para ellos es importante no paran hasta conseguirlo; a todos hablan de sus intereses, buscan lo que sea para conseguirlo, no se detienen ante nada que se les pueda oponer para conseguir sus objetivos. Son como un fuego devorador, como esos incendios que algunas veces hayamos podido contemplar o de los que hemos oído hablar que se vuelven tan voraces que parece que no hay medio humano que los detenga.
Con esta premisa de experiencia humana que podamos tener entenderemos mejor las palabras que le escuchamos hoy a Jesús en el evangelio. Es consciente de su misión, la misión que ha recibido del Padre, anuncia el Reino de Dios y sabe que el Reino sufre violencia, porque no todos los escuchan ni lo aceptan. Conoce la oposición que está encontrando en ciertos sectores de los judíos, sobre todo por parte de sumos sacerdotes, saduceos y fariseos, pero El quiere realizar su obra. Siente arder su corazón, siente la fuerza del Espíritu divino en El y tiene que hacer arder el mundo con un fuego nuevo.
‘He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!’ Es una auténtica revolución, por decirlo de alguna manera. Es toda una transformación. Por se nos habla de un mundo nuevo, de un hombre nuevo. No son remiendos, como nos dirá en otro lugar. Se necesitan unos odres nuevos, nos dirá también.
Pero esto va a producir inquietud también en los demás. Ya había sido anunciado por el anciano Simeón como un signo de contradicción, ante el que tendrán que decantarse los hombres. Ante Jesús no nos podemos quedar indiferentes, sino que hay que tomar posición. Nos dirá en otra ocasión que el que no recoge con El desparrama, y ‘el que no está conmigo, está contra mí’.
Entendemos lo que sigue diciéndonos Jesús de que en torno a El se creará división. El no quiere la guerra, sino la paz, pero la inquietud que se va a producir en el corazón de quienes lo escuchan y quieren seguirle, van a encontrar oposición que puede aparecer como división. Son las palabras que nos sigue diciendo. ‘¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra’.
Así ha sido la historia de los que siguen a Jesús a través de los tiempos. Ha sido la historia de la Iglesia. Será también la situación nuestra si en verdad nos decantamos por Jesús, por su mensaje, por el Evangelio, por el Reino de Dios. No vamos a encontrar una vida fácil porque el príncipe del mal estará siempre a la contra y se va a manifestar de muchos modos de oposición que vamos a encontrar e incluso persecución.
No pensemos que seguir a Jesús es vivir una vida cómoda. Pero si será una vida que vivamos con paz en el corazón, porque en El sentiremos siempre la seguridad de la fuerza de su Espíritu como nos ha prometido. Lo que se nos pide es fidelidad. Lo que se nos pide es seguir con todas las consecuencias a Jesús. Lo que se nos pide es que nos dejemos inundar por su Espíritu. Llenémonos de Jesús, conozcamos a Jesús, empapémonos de su evangelio. Que sintamos también el ardor del fuego del Espíritu en nuestro corazón para darlo todo por Jesús y los valores del Reino de Dios.

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