Sintamos el ardor del fuego del Espíritu en nuestro corazón
para prender al mundo en los valores del Reino de Dios
Romanos 6, 19-23; Sal 1; Lucas 12,
49-53
Todos conocemos personas inquietas y
ardientes que cuando desean algo, se proponen una cosa que para ellos es
importante no paran hasta conseguirlo; a todos hablan de sus intereses, buscan
lo que sea para conseguirlo, no se detienen ante nada que se les pueda oponer
para conseguir sus objetivos. Son como un fuego devorador, como esos incendios
que algunas veces hayamos podido contemplar o de los que hemos oído hablar que
se vuelven tan voraces que parece que no hay medio humano que los detenga.
Con esta premisa de experiencia humana
que podamos tener entenderemos mejor las palabras que le escuchamos hoy a Jesús
en el evangelio. Es consciente de su misión, la misión que ha recibido del
Padre, anuncia el Reino de Dios y sabe que el Reino sufre violencia, porque no
todos los escuchan ni lo aceptan. Conoce la oposición que está encontrando en
ciertos sectores de los judíos, sobre todo por parte de sumos sacerdotes,
saduceos y fariseos, pero El quiere realizar su obra. Siente arder su corazón,
siente la fuerza del Espíritu divino en El y tiene que hacer arder el mundo con
un fuego nuevo.
‘He
venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que
pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!’ Es una auténtica
revolución, por decirlo de alguna manera. Es toda una transformación. Por se
nos habla de un mundo nuevo, de un hombre nuevo. No son remiendos, como nos
dirá en otro lugar. Se necesitan unos odres nuevos, nos dirá también.
Pero esto
va a producir inquietud también en los demás. Ya había sido anunciado por el
anciano Simeón como un signo de contradicción, ante el que tendrán que
decantarse los hombres. Ante Jesús no nos podemos quedar indiferentes, sino que
hay que tomar posición. Nos dirá en otra ocasión que el que no recoge con El
desparrama, y ‘el que no está conmigo, está contra mí’.
Entendemos
lo que sigue diciéndonos Jesús de que en torno a El se creará división. El no
quiere la guerra, sino la paz, pero la inquietud que se va a producir en el
corazón de quienes lo escuchan y quieren seguirle, van a encontrar oposición
que puede aparecer como división. Son las palabras que nos sigue diciendo. ‘¿Pensáis
que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia
de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos
el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la
hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra’.
Así ha
sido la historia de los que siguen a Jesús a través de los tiempos. Ha sido la
historia de la Iglesia. Será también la situación nuestra si en verdad nos
decantamos por Jesús, por su mensaje, por el Evangelio, por el Reino de Dios.
No vamos a encontrar una vida fácil porque el príncipe del mal estará siempre a
la contra y se va a manifestar de muchos modos de oposición que vamos a
encontrar e incluso persecución.
No
pensemos que seguir a Jesús es vivir una vida cómoda. Pero si será una vida que
vivamos con paz en el corazón, porque en El sentiremos siempre la seguridad de
la fuerza de su Espíritu como nos ha prometido. Lo que se nos pide es
fidelidad. Lo que se nos pide es seguir con todas las consecuencias a Jesús. Lo
que se nos pide es que nos dejemos inundar por su Espíritu. Llenémonos de
Jesús, conozcamos a Jesús, empapémonos de su evangelio. Que sintamos también el
ardor del fuego del Espíritu en nuestro corazón para darlo todo por Jesús y los
valores del Reino de Dios.
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