Somos
los trabajadores de la viña del Señor que no buscamos recompensas ni glorias
humanas sino que la recompensa nos la da el Señor
Tito 2,1-8.11-14; Sal 36; Lucas
17, 7-10
Pero ¿es que soy yo el que siempre tengo que estar haciendo esto? ¿Por
qué me toca siempre a mí? Frases como estas nos surgen muchas veces en nuestro
interior en medio del cansancio de nuestras obligaciones y responsabilidades.
Quizá observamos a nuestro alrededor gente que vive su vida sin mayores
preocupaciones, sin asumir responsabilidades pensando solo en si mismos y
nosotros ahí andamos con nuestras obligaciones, con nuestros trabajos, y hasta
quizá nos parece que nadie nos valora.
Son quizá como tentaciones que nos surgen y que algunas veces nos
desalientan, pero en la madurez de nuestra vida asumimos nuestras
responsabilidades y no dejamos de cumplir con nuestros deberes. Somos
conscientes de nuestra responsabilidad. Es la responsabilidad de la propia
vida, pero es la responsabilidad con que vivimos nuestras obligaciones
personales y familiares, la responsabilidad de nuestro trabajo que es mucho más
que ganarnos el sustento, porque nos sentimos en débito con la vida misma y
también con esa sociedad en la que vivimos y que entre todos hemos de
construir. No podemos sentirnos ajenos a
nuestro mundo, vivimos en él y en él hemos de desarrollar todas nuestras
capacidades.
Hoy Jesús nos está hablando en el evangelio de la vigilancia con que
hemos de vivir nuestra vida; cómo no
tenemos que desalentarnos porque quizá nuestros trabajos no sean reconocidos ni
valorados, sino que seamos en verdad conscientes de nuestra responsabilidad
personal. Emplea quizá una expresión que ya en nuestro tiempo parezca que no
tiene tanta validez, pero hemos de saber interpretarla como una llamada a
nuestra responsabilidad y a la conciencia gozosa del deber cumplido.
‘Somos unos pobres
siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer’, nos dice. No nos sentimos siervos o
esclavos, es verdad, pero sentimos la alegría del bien que podemos hacer a los
demás y a nuestro mundo desde el desarrollo de nuestras responsabilidades. Ya
nos recuerda Jesús en otros momentos del evangelio que nuestra grandeza no está
en la vanidad del aparentar sino en la maravilla de hacernos servidores de los
demás. Esto solo lo podemos entender desde el amor, que es el distintivo de nuestra
vida.
Y todo esto que nos habla
de la madurez de nuestra vida y que para nosotros sabemos muy bien que se
deriva del compromiso de nuestra fe, hemos de mirarlo también en el plano de lo
que desde esa fe hacemos en el seno de nuestra comunidad cristiana, en el seno
de la Iglesia. Somos unos trabajadores de la viña del Señor, como nos recordaba
Benedicto XVI en el día de su elección para el pontificado cetrino. Es de lo
que tenemos que ser conscientes todos los cristianos, todos los miembros de la
Iglesia. Somos los trabajadores de la viña del Señor.
Bien sabemos cuanto tenemos
que hacer, cuantas son las necesidades y problemas, como entre todos tenemos
que ir construyendo la Iglesia con la ayuda y la fuerza del Señor. Cuanto
hacemos, cuando decimos, cuanto trabajamos por la Iglesia y por los demás sea
siempre para la gloria del Señor. No olvidemos nuestra responsabilidad. La
recompensa nos la da el Señor, no busquemos glorias ni recompensas humanas.
¿De todo hay en la viña del Señor?. De algunas cosas sería mejor que no hubiera. Más bien parecen de la viña del Diablo. Salvo que con lo de la viña del Señor se refiera sólo a las distintas variedades de lo bueno.
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